¿Cuán roto queda el liderazgo de Occidente después de Ucrania?
Cuando el 11 de septiembre del 2001 las “Torres Gemelas” de Nueva York y el edificio del Pentágono en Washington fueron objeto de un ataque terrorista por un grupo islámico que se identificó como “Al Qaeda” con un saldo de 3000 fallecidos, inmediatamente -y aun sin mucha información-el presidente norteamericano, George Bush, convocó al Consejo de Seguridad y a la Asamblea General de la ONU para aplicarle un castigo inmediato y sin sumario a los responsables del primer ataque militar que desde el extranjero se hacía en la historia a los Estados Unidos de Norteamérica.
“Al Qaeda” era una secta terrorista trashumante que operaba desde hacia 10 años jefaturada por un tal Osama Bin Laden y tenía su cuartel general en Afganistán, país cuyo gobierno estaba controlado por un grupo del islam Shiita conocido como “el Talibán” y admitía oficialmente que apoyaba las actividades de Al Qaeda y su jefe.
De modo que, no le resultó difícil a la administración del presidente Bush presentar en la organización la denuncia contra los terroristas y su base de apoyo y pedir a la ONU un resolución donde se autorizara una coalición de países liderada por los EEUU para invadir a Afganistán y capturar los culpables para traerlos a casa y juzgarlos de acuerdo a la Ley.
No fue posible reunir en la ONU los votos para aplicarle castigo a los responsables de un genocidio convicto y confeso, ejecutado como una operación militar para destruir a un país democrático y que era uno más entre los cientos que llevaban a cabo Al Qaeda, Bin Laden y los Talibanes cada año.
Así como tampoco pudo Bush formar una alianza de gobiernos que secundaran a los EEUU en una operación punitiva contra Afganistán (apenas 4 se le unieron) pero con apoyo o sin apoyo, con la ONU o sin la ONU, Bush hizo lo que tenía que hacer, invadió a los agresores, destituyó a los Talibanes e inició el fin de Al Qaeda y Bin Laden convirtiendo a su país en un país libre de terrorismo islámico…hasta ahora.
La misma lectura podríamos hacer de otra guerra en conexión con la anterior, la que llevó a cabo Bush contra Irak en marzo del 2003 para destituir al presidente terrorista y dictador de ese país, Saddam Hussein, una suerte de sucesor de Bin Laden y los Talibanes y a los cuales, sin apoyo de la ONU, ni una alianza numerosa e importante de países, hubo que ir a buscar en su guarida, enfrentarlo, derrotarlo y sustituir su satrapía por una democracia.
Todos sabemos que a 20 y tantos años de las guerras de Estados Unidos contra Afganistán e Irak, los Talibanes están de vuelta en Kabul e Irak no tiene una dictadura pero tampoco una democracia, pero no puede negarse que Bush se anticipó a una guerra terrorista mucho mayor y de resultados incalculables contra Estados Unidos y Occidente y que, por lo menos, en lo que entiende en guerras internacionales, no se acabó con el terrorismo pero se relantizó o tomó otros cauces.
Traigo estos recuerdos porque desde el 24 de febrero los ejércitos de Rusia por órdenes del presidente, Vladimir Putin, iniciaron una invasión contra la República de Ucrania que tarda 17 días, ya arroja un saldo de 5.000 muertos, ha destruido ciudades, puentes, escuelas, hospitales y la comunidad internacional que tiene entre sus multilaterales a la ONU, la UE y la OTAN no ha producido un solo acto, ni de paz, ni de guerra, que ponga fin a una masacre tan escandalosa, como ilegal y criminal.
Resoluciones, declaraciones, llamados, documentos, sanciones si han salido de sus cónclaves, conciliábulos y reuniones, pero un país o grupo de países que se plante en Kiev con fuerzas militares ofensivas o disuasivas, no digamos a detener a Putin con otra guerra, si no ha obligarlo a llegar a un acuerdo con el gobierno de Volodímir Zelenski… eso no se ha visto por ninguna parte.
Así, continúa la matanza, la OTAN dice que no puede prestarle ayuda a Ucrania porque no es miembro de la organización; la UE porque su obligación es buscar una solución negociada, la ONU porque no puede reunir una mayoría para autorizar una intervención militar y el presidente de EEUU, Joe Biden, alega que no siendo su país parte del conflicto, “no puede intervenir”.
Y así continúan 40 millones de ucranianos solos y con su tierra ocupada por los rusos, con un ejército que ya ha movilizado poco menos de 100.000 efectivos armados hasta los dientes, con aviones, tanques, cualquier clase y cantidad de vehículos de combate, detenidos solo por el coraje, la valentía y el patriotismo de un pueblo que no ha pensado en ningún momento en rendirse.
En otras palabras, que nos podríamos estar preparando para una guerra larga cuyo resultado menos cruel sería un acuerdo donde la parte rusa compensada en alguna de sus exigencias y Ucrania con su independencia, integridad y soberanía garantizada.
Acuerdo que sería, al mismo tiempo, el mejor mapa de una escena mundial donde Rusia reemerge como una potencia en capacidad de disputarle territorios e influencia a los países sobrevivientes del mundo postUcranía y donde podrían encontrarse también EEUU y China.
De la Unión Europea, y sobre todo de los que constituyen la OTAN, no nos atrevemos a mencionar ni siquiera a Alemania, que con su enorme dependencia del gas y petróleo rusos, es imposible que no empiece a vérsele como un nuevo peón del Kremlim.
De igual manera, es difícil precisar los días que esperarían a países como Francia, Inglaterra e Italia, torcidos por sus enormes problemas migratorios, sus cargas sociales que no le van a dar alivio en unas economías deflacionarias, sin posibilidades de crecimiento y en espera de nuevas olas de inmigrantes que no cesarían hasta que se estabilice la Europa postUcrania.
En cuanto a los países del llamado Tercer Mundo, los veremos girar al ritmo de los éxitos o fracasos de EEUU, China o Rusia, sin otra esperanza que unirse a bloques donde su único producto de exportación cotizable, las materias primas, les garanticen los ingresos para la sobrevivencia o dependencia.
En otras palabras que, retrocedemos a mundos que creíamos superados después de la Guerra Fría, la explosión de la revolución electrónica, la cultura digital y la Internet y otra vez son los tambores de la guerra, los cañones y el vuelo rasante de los aviones de combate los que viene avisarnos que la vida sigue nutriéndose de sueños y de realidad.