Civilización contra barbarie: una versión actual
En memoria de Américo Martín
El ataque ordenado por Putin contra Ucrania es también un ataque contra el orden europeo e internacional, que ha construido, mediante una democracia liberal y representativa, un espacio de convivencia pacífica y de civilidad desde las diferencias y la diversidad; que es un esfuerzo de muchas generaciones para alcanzar una paz estable; y que no ha sido conquistada desde la barbarie y el uso de la violencia para que el más fuerte ejerza su poderío, sino desde la autoridad moral, la legitimidad y el principio de legalidad.
El autócrata busca imponer la paz por la fuerza, con la más sanguinaria represión. Mediante la venganza, el miedo y una persecución sin límites somete o liquida a quienes lo contradigan; pone la ley a su servicio de acuerdo con sus intereses y con los de quienes lo acolitan, en lugar de dirigirla hacia el bien común.
Estamos presenciando una lucha muy desigual entre la civilización y la barbarie; entre la democracia y la autocracia.
Estamos ante el desmoronamiento de los logros civilizatorios del derecho humanitario y del orden jurídico internacional, que sustentan las bases culturales de Occidente y los principios políticos de la democracia madura: separación de poderes, límites al ejercicio del poder, equilibrio e independencia entre los poderes públicos, respeto a los derechos ciudadanos.
Estos derechos civiles y políticos exigen a su vez deberes y obligaciones de los ciudadanos. Estos últimos, como iguales, ejercen el poder en distintas instancias a través de la representación o directamente a través de mecanismos de participación previstos en la Constitución, la cual garantiza la coexistencia pacífica entre los diversos actores.
En democracia, el poder es consecuencia de acuerdos, de diálogo, entendimiento y comprensión recíprocos. Debate público y libertad de expresión sin temor al castigo son sus pilares.
Esto no ocurre en Rusia. Se trata de imponer, de mentir para dominar. La desinformación es política de Estado. La narrativa oficial está sustentada en falsedades para justificar la invasión: el presidente Zelensky es “neo-nazi y drogadicto”. Se trata de “desnazificar y desmilitarizar” el país, cuyo ejército, supuestamente según Putin, ha provocado un “genocidio” al “masacrar” a la población prorrusa de una de las regiones del este de Ucrania, Donbass, como antes fue el pretexto para anexarse en 2014 la península de Crimea.
La coexistencia pacífica es amparada por valores como respeto, tolerancia, reconocimiento de los otros, diferentes y a la vez iguales en dignidad como personas, pluralismo y defensa de los derechos humanos fundamentales. De allí se derivan solidaridad y compasión, al reconocernos todos vulnerables. Pero a la vez, es clave para la democracia el principio de que nadie está por encima de la ley. El puro poder de coacción o poderío material, la fuerza bruta, puede vencer y someter a los otros, pero sin convencer ni obtener la obediencia consentida para acatar voluntariamente las normas.
Si el agresor autócrata ruso alcanza su objetivo de dominar Ucrania, de someter a sangre y fuego a los heroicos combatientes, militares y civiles, que resisten desde las diferentes ciudades ucranianas el asedio implacable de las tropas rusas y su superioridad bélica con el apoyo cínico del gobierno títere de Bielorrusia, se acaban el Estado de derecho, la supremacía de la ley, el orden de una convivencia civilizada. Se impone, con un régimen de facto, la barbarie.
Si Europa sucumbe al terror nuclear con el que el presidente de la Federación Rusa amenazó a los dirigentes de los Estados democráticos de Occidente el 22 de febrero pasado, no solo Europa está perdida sino buena parte del planeta.
Al iniciar su ofensiva destructora contra Ucrania Putin dijo: “quien intente interferir con nosotros desde el exterior, debe saber que la respuesta será inmediata y conducirá a consecuencias aún mayores de lo que jamás ninguno de Ustedes ha visto en la historia”.
El ataque del 3 de marzo de 2022 a la central nuclear de Zaporizhzhia, la mayor de Europa, marca un quiebre histórico de la humanidad y revela el peligro de la lógica autocrática de Putin, sin contención para cumplir sus ambiciones expansionistas.
Américo Martín, como antes Pompeyo Márquez y Teodoro Petkoff, vislumbraron la barbarie oculta tras los sueños de redención del socialismo real, utopía que penetró en Venezuela en la década de 1960 con el triunfo de la revolución cubana liderada por Fidel Castro. Esta ha sido, y los hechos lo demuestran, una farsa siniestra monumental, un proyecto cruel y depredador contra la gente, la economía y el sentido del logro con probidad, como también ha quedado en evidencia hoy en el llamado “socialismo del siglo XXI” que pretendió imponer Hugo Chávez, con vocación hegemónica y planetaria.
Los tres, desde diversas vertientes ideológicas, estuvieron movidos por el ideal altruista de la justicia social y la toma del poder mediante la subversión y la lucha armada contra la democracia naciente que impulsaba Rómulo Betancourt.
Reconocieron que era un callejón sin salida, una contradicción suicida de sus propósitos emancipadores. Se enfrentaron a los dirigentes del alto comité de la revolución soviética y al líder cubano de la revolución marxista-leninista implantada en la isla caribeña. Los tres rectificaron, denunciaron los horrores del stalinismo y, con grandeza de miras, se convirtieron en líderes de la libertad y el progreso democráticos. Triunfó en ellos la civilización sobre la barbarie.
¿Qué diría, qué reflexión y qué análisis escribiría hoy Américo Martín respecto de la brutal, ilegal, injustificada, invasión de Rusia a Ucrania? Nos hace mucha falta. Honor a quien honor merece.
@martadelavegav