Armando.Info: la historia de la inmigrante que vivía en Caracas y sabía quién delató a Ana Frank
En tiempos de la guerra que le declaró Putin a Ucrania, Armando.Info ha revelado una historia llena de misterio: «Mártir, heroína y traidora: la inmigrante en Caracas que sabía quién delató a Ana Frank. El reportaje detalla años de secretos de una familia holandesa, la vida de Cornelia Hoogensteijn y el papel que cumplió junto a los nazis en la II Guerra Mundial.
La mujer vivió en la Urb. La Florida, al norte de Caracas, en una casa que asemeja un castillo, Cornelia vivió atormentada hasta el día de su muerte en la Navidad de 1956. «Se intentó suicidar tres veces, sufría de alcoholismo lo que le generó cirrosis hepática. Al morir contaba con unos cortos 38 años de edad y un bagaje de misterios, inescrutables hasta para su familia más próxima».
«¿Quién traicionó a Ana Frank?», es el nombre del libro publicado este enero, bajo la firma de la investigadora canadiense Rosemary Sullivan.
Muestra el trabajo de campo que durante 6 años realizó un equipo liderado por la propia Sullivan y Vince Pankoke, un exagente del FBI, para poner a prueba y descartar las hipótesis que durante más de tres cuartos de siglo han circulado acerca de uno de los enigmas más recónditos y delicados de la II Guerra Mundial: ¿quién informó a la Gestapo nazi sobre el escondrijo en Ámsterdam donde la quinceañera Ana Frank y su familia habían conseguido eludir hasta entonces las redadas de judíos?
Según la obra, fue el notario Arnold van den Bergh, un miembro del Consejo Judío de Ámsterdam, el posible delator, quien dijo a la policía secreta dónde se escondían los Frank. «El padre de Ana, Otto Frank, recibió una pieza clave para el caso sobre la que guardó silencio por años: una esquela anónima con el nombre de Van der Bergh. Los investigadores sopesan en el libro pistas sobre quién fue el autor probable de ese pedazo de papel. Hasta que asoman una candidata: Cornelia Wilhelmina Theresia Hoogensteijn, o simplemente Thea, su apodo entre la parentela y en la clandestinidad de los tiempos de ocupación, cuando sirvió a la misma vez como burócrata de los invasores alemanes y como informante para la resistencia neerlandesa».
Los años siguientes convirtieron a Cornelia en una mujer que huía de todos. «Guardaba con natural recelo un salvoconducto de la resistencia holandesa que daba fe de su rol de heroína. Le salvaría de caer en las manos aliadas, o eso era lo que pensaba. Las fuerzas escocesas que la detuvieron el 11 de marzo difirieron. La identificaron como exfuncionaria nazi y caso omiso hicieron a la nota firmada por Pierre de Bie. Fue trasladada a una prisión cerca de la ciudad de Tilburg y, pasados unos 25 días, fue segregada a un internado que alojaba a un millar de mujeres en Fort Ruigenhoek, a tan solo media hora en carretera de Ámsterdam. Es mayo de 1945, en los días finales de la guerra en Europa. Contrariada, la joven se echa a morir, negándose a comer. Sufrió en carne propia las hambrunas a la que estuvieron sometidos los judíos e intentó quitarse la vida tantas veces como pudo. Llegaron a ser tres. Permanecería en ese limbo, aislada de las demás prisioneras, durante tres meses, hasta que fue devuelta a la capital holandesa a finales de agosto de ese año».
Pero no sería hasta el 21 mayo de 1946 que Cornelia tendría la oportunidad de rehacerse por sí misma. Antes de eso, el personal sanitario de la clínica Valerius, a la que fue transferida desde Fort Ruigenhoek, lo trató de hacer con quince tratamientos de electroshock. Había sido diagnosticada con psicosis histérica. Solveig Hoogensteijn contó a Armando.Info que su padre, hermano de Cornelia, pudo salvarla. Ambos hermanos emigraron a Suecia en 1947. Jan fue el primero de los Hoogensteijn en establecerse en Caracas con su familia.
El destino era Panamá, pero el capitán del barco en el que se venía lo convenció, en una partida de ajedrez, de desviar su curso al país sudamericano de cuya prosperidad todo el mundo estaba hablando. Instalado en la urbanización San Bernardino, al pie del cerro El Ávila e irónicamente rodeado por una creciente colonia judía, volvió al ramo comercial de las flores.
“En Venezuela mi padre fue un pionero en importar plantas vivas, como las rosas y las dalias, e introdujo la gladiola grande y otras más en una época en la que no había floristerías en Caracas. Involucró a portugueses, canarios e italianos que se dedicaban al cultivo de hortalizas para que también sembraran flores”, cuenta Solveig Hoogensteijn.
“Espero comenzar una nueva vida aquí. Después de lo que me pasó durante la guerra, ya no puedo hacer eso en Holanda”, le escribió Cornelia a una de sus hermanas, de acuerdo con Jan Hopman. En Suecia se casó con el masajista Julius Erwin Schrahe y tuvieron a su única hija. Sin embargo, para rehacer su vida parecía necesitar todavía de un océano de distancia. Por eso, dos años después de que partiera su hermano, en 1949, Cornelia desembarca en las costas del mar Caribe venezolano.