¿Renovación partidista y del liderazgo camino al 2024?
A la memoria de Américo Martín, político, demócrata y amigo. Descansa en paz, Américo.
El camino hacia las elecciones del 2024, pedregoso, presenta al menos tres dificultades graves. La selección de un candidato único, por un mecanismo aceptado por todos; la unidad de los partidos, previa revisión, legitimación o reorganización de los mismos y sus líderes; y una oferta electoral, propuesta o programa, que entusiasme al país.
Sobre la selección del candidato no hemos tenido nunca mayores dificultades, porque al final, no importa si los partidos se ponen de acuerdo o no para presentar un candidato, o si aparece alguno, que se lanza “porque sí”, porque la polarización y que la gente “juega a ganador”, lo ponen en su sitio y terminamos teniendo un solo candidato opositor, con relativo chance. Otra cosa es la segunda parte de la afirmación: Que ese candidato sea seleccionado “por un mecanismo aceptado por todos”, pues en eso no hemos sido tan asertivos y probablemente ello ha influido −entre otras razones, quizás de mayor peso− para que ese candidato no sea tan exitoso. Pero no voy a repetir lo que ya dije en mi artículo de hace dos semanas.
También dejo para una futura ocasión el tema, nada fácil, de la “oferta electoral, propuesta o programa, que entusiasme al país”, que si bien no nos han faltado propuestas, es evidente que no han cumplido la condición de “entusiasmar al país”, porque si hubiera sido así, estaríamos hablando de otra historia. Por lo tanto, me voy a concentrar ahora en el tema peliagudo de “la unidad de los partidos, previa revisión, legitimación o reorganización de los mismos”.
El tema de la “unidad” no es para mí el centro del problema, pues de nuevo, como la gente “juega a ganador”, el que se sale del guion lo paga caro. Además, vamos a hablar claro, nadie en sus cabales va a oponerse a la unidad; quien lo haga no tiene futuro político; otra cosa es que no sea nada fácil lograr ese “cemento mágico” que una a la mayor cantidad de gente posible; pero al menos, la “unidad”, básica, superficial, de forma, la electoral, ha estado siempre más o menos garantizada; al menos para una elección presidencial, que es la que se nos viene en el 2024; otra cosa es que se logre para otros procesos: regionales, locales o parlamentarias, −aunque para estas últimas en 2010 y 2015 no lo hicimos nada mal−, lo complicado es la unidad en una propuesta para reconstruir el país.
El tema de la reorganización de los partidos, su renovación y la de los líderes, es la otra cosa realmente complicada. En los últimos días, varios líderes han hablado acerca del “envejecido” liderazgo político y varios partidos han anunciado que están en ese proceso de “reorganización interna”, de “elecciones por la base” o proponiendo “rutas de salida”; pero el problema es que lo que está totalmente “enrarecido” es el ambiente político, el del país como un todo, con relación a los partidos, los líderes políticos y la política, e incluyo allí a los seguidores del régimen, que tampoco las tiene todas consigo, según admiten varios de sus “connotados” y conspicuos voceros. ¿Serán suficientes esas reorganizaciones en camino? ¿Servirán, ahora sí, para llenar la fosa que hay entre partidos y sus lideres, con el pueblo venezolano? ¿Se atreverán a romper con los esquemas de partidos de masas y de cuadros, propios de finales del siglo XIX y principios del XX? ¿Darán una respuesta a los miles de militantes de la sociedad civil, que han preferido refugiarse en sus pequeñas organizaciones −limitadas y dispersas como los partidos− para tratar de hacer política? Hay recelo en que éste sea el momento para eso, pero qué duda cabe que sí hay que iniciarlo en algún momento.
Tenemos más de cuarenta años, desde finales de los 70 del siglo pasado, en este proceso de escabechina de líderes y partidos; y francamente, yo no creo que hayamos llegado todavía a un compromiso serio para el proceso de renovación de partidos y líderes −que nadie discute su necesidad− porque si existiera ese compromiso serio por cambiar el medio político o el ambiente político venezolano, muchos de los que los critican hace tiempo que se habrían metido a hacerlo: Militando en organizaciones políticas, creando nuevas organizaciones, actualizando permanentemente las que existen, etc.
El problema es que una de las terribles características de los venezolanos que tenemos algo de instrucción −y no hay nada peor que tener solo “algo” instrucción− es que tenemos la peculiar costumbre de saber que deben hacer los demás, para nosotros hacer lo mínimo o no hacer nada. Siempre ha sido más cómodo dedicarse a los negocios, a la actividad profesional, a la docencia, a militar en organizaciones de la sociedad civil − dispersas y atomizadas, pero manejables− o a disparar desde la cintura cada vez que nos provoque.
Además, quedamos muy bien, porque eso de criticar a los políticos y los partidos siempre ha estado de “moda” y es muy seguro; no hay que probar nada, pues “todo el mundo sabe que eso es así” y además nadie te va a responder ni a desmentir; y si alguien lo hace, no importa, porque en este país a nadie se le ocurre rectificar o pedir disculpas por dar falsa información o difamar.
La desadaptación de los partidos, sus líderes y su inocultable problema de desarraigo con respecto a la población venezolana y sus problemas, es un tema viejo, que se remonta a finales de los años 70 del pasado siglo y tuvo su eclosión en 1993, cuando resultó electo para un segundo periodo presidencial, Rafael Caldera, quien llegó al poder con el 30% de los votos, prescindiendo del partido social cristiano, que él mismo fundara, y a través de una alianza de mini partidos, varios de izquierda, que se autodenominaban el “chiripero”.
Durante su periodo presidencial, 1993-1998, se profundizó la decepción con los partidos tradicionales y surgió una nueva fuerza en el país: el chavismo, que se presentó y triunfó en las elecciones de 1998, en medio de un país totalmente polarizado y dividido en tres frentes bastante simétricos: el chavismo, que obtuvo 3,6 millones de votos, la oposición con 2,8 millones; y sorpresivamente la abstención, como fuerza mayoritaria pues más de 4 millones de venezolanos dejaron de ir a las urnas.
La opción triunfadora, el chavismo, era en ese momento amorfa de contenido ideológico; tras un líder, Hugo Chávez Frías, con una oferta política, mezcla de demagogia y populismo, que un día se presentaba como un Savonarola de la política, que amenazaba a los “corruptos” con freír sus cabezas en aceita; otro día aparecía aliándose con partidos de izquierda; y otro, invocando una especie de “tercera vía”, al estilo Tony Blair; pero, siempre cruzando el rio, bien montado sobre el caballo de la antipolítica.
A ese “fenómeno” los partidos tradicionales, en su momento y aún hoy, no han sabido salirle al paso, tratando de combatirlo electoramente con alianzas tradicionales poco exitosas, que han dejado en el camino muy maltrechos a los partidos tradicionales y a sus líderes. No repetiré lo ya dicho; pero, como quiera que es un tema en el que hay mucha tela que cortar, en la penosa situación de silencio que lo rodea, concentrémonos en un pequeño trozo de esa tela: La “fórmula” para renovar el liderazgo opositor.
En noviembre de 2021 surgió una propuesta para acometer esta renovación de la dirigencia opositora, cuya abanderada fue M.C. Machado: Proceder a una Elección Popular, sin CNE, −obviamente−, para elegir por la base la nueva dirigencia opositora, la que se pondría al frente de una única tarea: Salir de este régimen de oprobio.
Según dicen algunos, aunque confieso no haberlo visto, la propuesta Machado tuvo “gran aceptación”; al menos, debo decir que, salvo contadas excepciones, nadie se pronunció públicamente en contra y las críticas a los términos de la misma han sido bastante tibias; a lo mejor es porque no hay “términos”, que hayan sido expuestos de manera concisa y clara; porque si bien se habló de una “Elección Popular”’, después se ha “matizado” señalando que no se trata de unas “elecciones primarias”, sino de un “proceso popular”, sobre el cual no se han ofrecido mayores detalles: ¿Cómo?; ¿Cuándo?; ¿Características?, ¿Quién lo organiza?; y sobre todo, ¿Quiénes participan?; ¿Podrán participar en el proceso también los partidarios del régimen? Y si eso es así, ¿Cómo evitar que ellos −que obviamente tienen una mejor y demostrada capacidad para organizarse−, no sean los que decidan quienes serán los dirigentes y lideres de la oposición? Obviamente, estoy consciente que mis interrogantes pueden ser triviales, pero no descabelladas y sé que soy “vocero”, sin que nadie me lo haya pedido, de muchas personas en el país, preocupadas por el devenir político opositor.
Lo cierto es que nadie −o muy pocos− se han atrevido a criticar la “propuesta Machado”; probablemente por tres razones; primero, porque creo que todos estamos de acuerdo en que es necesario una renovación total de la dirigencia opositora, pendiente desde hace muchos años; es obvio que la actual no ha sido exitosa en su desempeño político principal: Sumar voluntades para lograr una salida política a la crisis en la que estamos sumidos; segundo, vamos a ser sinceros, porque nadie se enfrenta a MCM; y tercero, porque en mi opinión no se ha predicado con el ejemplo; el primer partido en renovarse de esta forma debió haber sido el partido que fundó, organizó y en el cual milita la proponente; y eso, que yo sepa, no ha ocurrido.
Los proponentes, aunque no mucho, sí han dicho algo: Que eso hay que construirlo entre todos −que es otra forma de decir, que nadie se hace responsable− y que eso no es por casualidad, sino por diseño; que, deliberadamente, la propuesta fue concebida y planteada de esa manera, para que algún grupo, equipo humano o dirección colegiada de gerencia lo asumiera, aunque no sabemos bajo que directriz o inspiración, porque de eso sí es verdad que no se ha hablado. Pero, los que son el objeto de la propuesta, los partidos y los líderes, tampoco han dicho nada. Quizás en el discurrir de los días, asomen algunas propuestas o se aclare más la original.
Mientras tanto, la tan deseada renovación de la dirigencia partidista y la estirpe del liderazgo opositor −como nos recordó García Márquez− parecen condenadas a pasar sus cien años de soledad, de los cuales ya llevamos más de 40; siendo los 23 últimos, los más penosos.
Politólogo
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