Mujeres y niños se han unido a la guerrilla colombiana en Amazonas por la esperanza de un mejor futuro
Habitantes de comunidades indígenas de Puerto Ayacucho, estado Amazonas, contaron cómo integrantes de las Farc llegaron hace más de 5 años a la zona, huyendo de los cuerpos de seguridad colombianas y cómo hoy en día se han mezclado al punto de que niños y mujeres de diferentes etnias trabajan con ellos: las mujeres hacen lo mismo que los hombres, cargan armas, montan guardia, lavan, cocinan.
Un reportaje de Armando.Info titulado «El discreto encanto de la guerrilla», describió lo que es un secreto a voces: aborígenes venezolanos forman parte de la guerrilla colombiana.
Emiliano Mariño es el capitán o cacique de Santo Rosario, donde la economía local depende del casabe y mañoco, dos preparaciones tradicionales de la yuca. Sus paisanos son jiwi, un pueblo también conocido por los criollos como guahibos, cuyos dominios se extienden desde Los Llanos del oriente de Colombia hasta la margen derecha del Orinoco, en Venezuela. «Apoyado sobre el fogón, mientras remueve los granos de la fibra que se extrae de la yuca amarga para convertirla en harina, Mariño cuenta que los irregulares llegaron en 2016, instalaron un gran campamento en las faldas de la montaña, y allí permanecieron durante 5 años».
“En un principio veíamos a hombres vestidos de militar caminando por las calles de la comunidad a la montaña, pero asumimos que se trataba de militares venezolanos”, dice. La confusión es válida ya que solo a 4 kilómetros, sobre la carretera principal que conecta con Puerto Ayacucho, se encuentra un comando de la GNB.
«Un día, un uniformado que se identificó como miembro de las FARC llegó a la casa. Nos dijo que necesitaban permanecer escondidos en la selva porque su gobierno los persigue para matarlos, que su presencia no iba a alterar la dinámica de la comunidad y que, por el contrario, nos querían apoyar con la seguridad y que podíamos confiar en que no se iban a meter o abusar de las mujeres, ni con los conucos”.
Otra mujer de la zona, aseveró “todos conocen quién es quién. Todos sabemos quiénes son la gente del monte”, señaló, en referencia a los guerrilleros. “Ellos tratan con uno, con la gente normal, no nos piden vacuna [o cobro extorsivo de protección]. Ellos en su mundo. Pero sí ayudan. Por ejemplo, si una mujer tiene un hijo enfermo y recurre a ellos, le ofrecen apoyo económico”.
Una de sus hermanas tiene 16 años y está embarazada de un muchacho venezolano que se sumó a las filas de la guerrilla. También que una amiga de la infancia trabaja para los hombres en armas.
«A mi amiga se la llevaron a Cabruta [población situada sobre la margen norte del Orinoco, en el estado Guárico. Allí las mujeres hacen lo mismo que los hombres, cargan armas, montan guardia, lavan, cocinan. Yo no lo haría. En eso es fácil entrar, lo difícil es salir”.