La parresía de Diógenes
Parresía es una palabra griega que significa, «decir todo». Se compone de los términos pan, «todo» y reo, «decir». Decir todo es el acto de expresar valientemente todo con franqueza. La parresía tiene sus orígenes en la Antigua Grecia, siendo una forma común de comunicación en algunas de las escuelas del siglo IV a. C. Fue la forma de comunicación utilizada por la escuela cínica, era parte de su estilo de vida. La parresía también fue el modo de expresión de los epicúreos.
Si una persona considerada inmoral o antimayoritaria empleaba la parresía en contextos públicos no aptos para la misma, corría riesgo de recibir un castigo, tal y como le sucedió a Sócrates.
La tradición cristiana considera las respuestas que Jesús de Nazaret les dio a los fariseos como actos parrésicos. Además, el Nuevo Testamento contiene numerosos pasajes en donde se hace una apología del coraje de hablar con la verdad, tal como, cuando Jesús dijo: «He hablado abiertamente al mundo; siempre enseñé en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en secreto”.
Los cínicos manejaban perfectamente la parresía o libertad de expresión, combinada con provocación y desapego. La parresía involucra no solamente la libertad de expresión como derecho, sino también a la obligación moral de hablar con la verdad para el bien común, aunque eso signifique poner en peligro la vida de quien use su libertad.
La libertad era la gran obsesión de los cínicos: decían que la felicidad pasaba por ella y que los seres humanos “tenemos todo lo que necesitamos para poder ser felices; si no lo somos es por causa de nuestra estupidez, porque nos cegamos con las cosas y los bienes materiales”. Diógenes, filósofo cínico, por ejemplo, vivía en una bañera, era su única propiedad, junto con un manto andrajoso, un morral y un bastón. Este último tenía algo de simbólico; medía el espacio propio, “la distancia que necesitamos respecto de los otros para seguir siendo libres”, decía Diógenes.
Diógenes se interesó por un ratón que entraba y salía de su cuevita, sin preocuparse por nada, contentándose con unas migajas… Y llevando una vida sabia que a Diógenes le dio qué pensar y le inspiró. Dijo que “se había hecho filósofo gracias a un ratón”. Pero el animal que adoptó la corriente cínica como símbolo fue el perro. Lo admiraron por su frugalidad y simplicidad. Diógenes decía: «Soy como un perro porque muerdo al enemigo». Ese enemigo lo entendía como Nietzsche en la frase: «Que tu amigo también sea tu peor enemigo». El enemigo es ese otro “al que muerdo diciéndole algunas verdades incómodas o burlándome de él con el objetivo de despertar su conciencia”, decía el filósofo griego.
Cuando a Diógenes lo vinieron a buscar porque deseaban rendir homenaje a un filósofo muy importante, él respondió: «¿Para qué van a homenajear a alguien que nunca puso triste a nadie?». En efecto, es en la tristeza, en la incomodidad o la molestia “donde te das cuenta de cosas que igual no estás haciendo tan bien y, al hacerte consciente, es cuando puedes cambiar”, me comentó un psicólogo amigo. Los cínicos adoptaron la figura del perro como símbolo: frugal, libre, simple y capaz de lanzarle una tarascada a quien sea con tal de despertar su conciencia. Como los perros, los cínicos vivían en sociedad, pero a su aire, sin participar de los convencionalismos sociales, con su vida acorde con la naturaleza animal, reacios a integrarse en el grupo.
Cuando Alejandro Magno le preguntó a Diógenes de Sinope por qué le llamaban “perro” “cínico”, Diógenes respondió – como contaba Diógenes Laercio en su obra “Vidas y opiniones de los filósofos ilustres: ‘Porque meneo la cola ante los que dan, a los que no dan ladro y a los malvados los muerdo’. Preguntado qué es lo más bello entre los hombres dijo: ‘la libertad de palabra’. Diógenes era una especie de anarquista, porque no admitía otro poder que el suyo propio sobre sí mismo y era también un libertario.
El filósofo francés Michel Foucault resumió el concepto de parresía de la siguiente forma: “La parresía es una actividad verbal en la cual un hablante expresa su relación personal con la verdad, y corre peligro porque reconoce que decir la verdad es un deber para mejorar o ayudar a otras personas, tanto como a sí mismo.
En parresía, el hablante usa su libertad y elige la franqueza en vez de la persuasión, la verdad en vez de la falsedad o el silencio, el riesgo de muerte en vez de la vida y la seguridad, la crítica en vez de la adulación y el deber moral en vez del auto-interés y la apatía moral”.
Coordinador Nacional del Movimiento Político GENTE