Normalizar lo anormal
Siento un profundo desprecio por quienes andan afirmando que en Venezuela se ha normalizado la vida. Esto porque en las elecciones regionales recientemente efectuadas en el estado Barinas, el régimen perdió y ha debido reconocer el triunfo opositor.
Bien sea por quienes apoyan o se oponen al régimen totalitario, no viene al caso entrar en análisis ni alargar en disquisiciones interminables lo acontecido en esas elecciones. Quiero, sí, mencionar dos situaciones que siguen con sus heridas abiertas, como tantas otras, para que se aprecie la singular situación que continúa su macabro camino de descomposición humana en el territorio llamado Venezuela.
La organización independiente, Instituto de Investigaciones sobre Violaciones de los Derechos Humanos, CASLA, ha indicado en su último informe del pasado año, el alarmante índice de violaciones de los derechos humanos en Venezuela. En este informe se afirma que la tortura en Venezuela no ha sido eliminada, por el contrario, se han introducido nuevos y sofisticados métodos de tortura, con asesoramiento del régimen castrista cubano, entre ellas: violaciones anales usando palos y puntas de fusiles (según los asesores cubanos, estas son más eficaces para que el torturado hable), introducción de alfileres en las uñas de los dedos, uso de cucharas soperas para presionar puntos sensibles en el rostro del detenido, entre otros métodos aberrantes, humillantes y denigrantes de la condición humana.
Estos métodos han sido usados contra mujeres a quienes han sometido a violaciones, desnudándolas y mostrando sus genitales durante días, así también a militares a quienes han obligado a desnudarse, colocarse de cuclillas con la cabeza en el suelo. En esa posición, les dejan durante horas y días. Otros son colocados en celdas que semejan una nevera, tanto por sus dimensiones como por el intenso frío, y abandonados por días. El detenido, de sobrevivir, pierde por completo la noción del tiempo, además de experimentar un estado cercano a la muerte por sentir que ha sido enterrado, sepultado.
¿Podemos afirmar, entonces, que en Venezuela se ha normalizado la vida? ¿Podemos indicar que, en Venezuela, por asistir a unas votaciones regionales donde el régimen ha permitido que la oposición obtenga una gobernación, sea catalogado de ‘gobierno democrático’?
Otra muestra de la aberración, de la humillación contra los ciudadanos se aprecia en la lastimosa experiencia que se experimenta en la educación nacional. Concretamente puedo indicar la triste realidad de las universidades venezolanas y su Alma Mater. No es tanto la destrucción, ex profeso (responsabilidad por omisión), de la infraestructura universitaria de prácticamente todas las instituciones de educación superior; son las condiciones de vida de los universitarios: docentes, personal administrativo, personal de servicio, y estudiantes.
No es posible, no es normal, no es humano que el promedio de sueldo/mes de un docente universitario sea de 12$ (doce dólares al mes). Como no puede aceptarse que un jubilado reciba del Seguro Social una mensualidad de apenas 7Bs (1 dólar con unos centavos). Agregamos a ello, que los docentes universitarios no tenemos posibilidad de acceder a otros beneficios que puedan paliar los humillantes sueldos/salarios que al mes el régimen otorga, cada vez más como ‘bonos’, sea como bono contra la guerra económica, sea como bono Simón Rodríguez, cercenando y violando sistemáticamente el derecho humano al sueldo/salario universalmente reconocido en los organismos internacionales que velan por los derechos de los trabajadores universitarios.
Las atroces condiciones de vida de los docentes universitarios y sus familiares día a día se deterioran y llegan a los extremos: profesores que deben recorrer a pie largos trayectos para asistir a sus centros de trabajo por carecer de un medio digno de transporte, profesores que tienen años sin poder adquirir un par de zapatos, reponer sus vestidos, forzados a una alimentación precaria, sin posibilidad económica para un examen médico ni para adquirir medicinas, sin mencionar la nula posibilidad para adquirir ni renovar bibliografía en su área de especialización, ni medios tecnológicos.
Consecuencia de esta anormalidad es la evidente, notoria y pública migración o diáspora de poco más de 6 millones de venezolanos. La gran mayoría de ellos, en condiciones nada normales de trabajo en el exterior, se han convertido en lossalvadores, en quienes sostienen económicamente a sus padres, a sus abuelos, o que han fomentado la organización de grupos de ayuda y solidaridad.
No es entonces nada normal lo que acontece en la cotidianidad del venezolano, sin mencionar las inhumanas condiciones sociosanitarias de hospitales y ambulatorios, de sanatorios, ancianatos, y centros psiquiátricos (estas son literalmente escabrosas, espantosas), ni las condiciones de vida de los grupos indígenas, abandonados a su suerte en territorios que han sido dejados en manos de bandas criminales del narcotráfico internacional, de grupos paramilitares o del terrorismo.
Hablar de Venezuela como un país democrático, como un Estado de Derecho, como nación civilizada y como república que vela por la seguridad y respeto de los derechos humanos de sus ciudadanos, no es tanto una flagrante mentira como una afrenta a la dignidad humana. Asistimos, sí, a la aberrante realidad donde un régimen de pillos y con mentalidad criminal, bien entrenados y con inteligentes estrategas, diseñan métodos para ‘normalizar la aberración humana’, para sublimar (aparentar) lo anormal y que sea aceptado por ingenuos (o interesados) para repetir la mentira que siempre la realidad terminará por develar como crimen contra la humanidad.
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