“Las cosas han mejorado”
En ocho años, a partir de 2013, nuestra economía perdió 75% de su tamaño, nos hicimos enanos en plantas industriales, fincas agrícolas, construcción, infraestructura, capacidad empleadora, poder de compra público y privado e inversiones.
Somos los ciudadanos más pobres del continente, nuestro ingreso per cápita solo es superior al de Haití y es seis veces inferior al de Panamá. No obstante habernos reducido 15%, por los emigrados, el país no puede ofrecer a sus restantes pobladores calidad de vida ni en trabajo ni en capacidad de consumo.
En los días que corren, por el hecho de una atenuación importante de la hiperinflación adjunta a este desastre, que llegó a extremos de 400.000% en un solo año y que en 2021 se redujo a tres dígitos, y porque la sobrevenida dolarización de las transacciones, aunada al laissez faire oficial de las importaciones, ha surtido de mercancía los anaqueles, escuchamos voces que exclaman: “Las cosas han mejorado”. ¿Cuánto de cierto encierra tal afirmación, concordante con la del falsario oficialismo?
Primero, estamos muy lejos de prender los motores de la Economía Real, esa de la inversión, la producción y el empleo, sin la cual no se ha inventado otra manera de combatir una pobreza estructural como la nuestra.
No hay financiamiento bancario para dinamizarla y mucho menos condiciones jurídicas y políticas para atraer inversiones locales y externas.
Y más grave aun, las autoridades están satisfechas con el statu quo y, entre otras cosas, contentas con la sobrevaluación del Bolívar, que facilita el flujo de importaciones, conveniente para su economía de vidriera.
Sí, “Las cosas han mejorado”, pero no para el 93% de pobres que registra la encuesta de condiciones de vida, Encovi. Solo dos, de los 28 millones de venezolanos, caben en los botes salvavidas de este Titanic y pueden presentarse, sin mayor zozobra, ante las cajas registradoras de automercados y bodegones.