Gustavo Petro, el liberalismo y el corazón partío
Finalizó 2021 y no queda más que reconocer que la brecha entre las ideas liberales y el corazón de los latinoamericanos sigue abierta. Los sucesivos triunfos de Pedro Castillo, Gabriel Boric, Xiomara Castro y las expectativas para Colombia y Brasil nos sumen en un profundo desconsuelo.
Quizás lo más grave de esta situación es que sean triunfos del socialismo luego de experiencias de gobiernos más o menos liberales.
Muchas interrogantes surgen, entre ellas ¿será que los gobernantes que han dirigido sus países no han entendido que el liberalismo no es una simple fórmula matemática para producir o generar riquezas, sino que es sobre todo un camino abierto donde el protagonista principal es el ser humano?
Tal como lo expresa Ludwig von Mises: “Solo es un individuo el que piensa. La sociedad no puede pensar, como tampoco puede comer o beber. De aquí se deduce que sólo el individuo actúa, sólo el individuo hace, sólo el individuo opera, sólo el individuo existe ontológicamente sólo este puede tener metas y objetivos. Los grupos y demás son abstracciones, no se pueden tocar ni oler, no tienen cara y lo que es más importante, todo grupo depende de los individuos, dependen de este, sin individuos no puede haber grupos”.
Los socialistas reducen el individuo a sus fallas morales, las resaltan como tesis políticas: el egoísmo, la impiedad, la indolencia, el olvido de los otros, la concentración en la tasa de ganancia. Una reducción que impide entender que solo desde el individuo y en él se produce lo que podríamos llamar un amor activo hacia el otro, ese espacio que sabiamente calificó el monje Martin Buver como “el tú y yo”: “Cada uno es quien es en su relación con el otro. El ser humano se relaciona de dos formas con la existencia. La actitud del Yo hacia el Tú, que genera relaciones siempre abiertas y de mutuo diálogo, y la relación Yo-Ello, referida al mundo y sus objetos tal como lo experimentamos. Pero ambos tipos de relación son inextricables y nos llevan en último término a la relación entre el ser humano y la eterna fuente del mundo, Dios, el Tú eterno que, por su naturaleza misma, no puede volverse Ello, y al cual solo es posible llegar mediante cada Tú particular”.
Será que los gobernantes liberales no se afincan en los fundamentos más profundos del liberalismo y no combaten las ideas antiliberales que se expanden por el mundo: los liberales no creen en el ser humano; el pobre no vale nada; el trabajador es un ente para ser explotado; la tasa de ganancia es su religión; los macroeconomistas liberales solo ven números, indiferentes ante la pobreza; en el mercado, el pez grande se devora al chico. Preceptos y valores que deben sustituirse por la planificación centralizada en manos de funcionarios del estado y premiar a cada uno según sus necesidades. La propiedad privada debe desplazarse por la colectiva. El Estado es la única maquinaria capaz de ejecutar estos principios ideológicos. El individuo responsable no existe. Un ideario que coloca como gran objetivo la igualdad material, no la espiritual, un dios que se erige como un valor absoluto.
Basta oír la ultima frase de Gustavo Petro quien, según algunos, nunca ha dicho que la riqueza no es de quien la crea sino de quien la necesita, sin embargo, en toda su formulación omite totalmente que la riqueza es producto de la creatividad humana, del afán de emprendimiento, del impulso constructivo a aportar soluciones y encontrar caminos para producir nuevas realidades.
La riqueza en realidad es producto de la creatividad humana que proyecta objetivos y crea trabajo para convertir en realidad material las visiones emprendedoras. Cuando se afirma que la riqueza es solo producto del trabajo se omite fatalmente que el primer impulso generador de riqueza es la creatividad del individuo visionario. La trampa de Petro consiste simplemente en negar al individuo, una versión muy bien recibida por los sectores colectivistas presionados a colocar la dirigencia del modelo social en un Estado concentrador, totalitario, que decide como podemos vivir cada uno de nosotros.
Los liberales tienen en Latinoamérica un reto gigante, colocar al individuo responsable en primer lugar y al estado como una institución a su servicio y no al revés como ha sido nuestra tradición histórica y política. Un sujeto que responde a la definición del pensamiento liberal, cuyo núcleo está encarnado en el individuo responsable, repitiendo a Mises “el individuo que actúa, el hombre que siente deseos, que pretende conseguir objetivos específicos, que cavila en torno a cómo alcanzar precisos fines”.
Esta reificación del trabajo, sostenida por Gustavo Petro, despegada de la persona humana conduce fatalmente a la imposición del Estado totalitario, gran escollo para la apertura a ideas liberales, respaldo de la defensa irrestricta de derechos sin respaldo en responsabilidades. Ideas portadoras de la escasa significación de la educación, de la adquisición de capacidades como legitima credencial hacia una vida más plena.
Una mirada retrospectiva desnuda estas barreras como caballos de Troya vacíos, que alejan las ideas liberales de nuestro corazón. Nuestra tarea es derribarlas. Es lo que aspiramos en los nuevos tiempos. Nos toca remendar nuestro corazón partío.