Todos a Barinas
De la quiebra institucional del país desde 1999 una marca sólida que perdurará en la historia será el envilecimiento de la institución electoral. Por definición, las elecciones no son parte del libreto de una dictadura. En las ocasiones en que dictadores se han atrevido a tal apuesta, han salido mal parados: Pinochet en 1988, la Junta Uruguaya en 1980, Pérez Jiménez en 1957. Pero la dictadura venezolana ha encontrado en las elecciones un medio para perpetuarse. Sin embargo, no puede arrogarse la exclusiva invención de ser una tiranía electoral. La oposición democrática también tiene derechos de autor en el asunto.
Salvo contadas ocasiones, el liderazgo opositor no ha mostrado la robustez unitaria, la solidez moral, no ha despertado entusiasmo de lucha, ni superado el tribalismo y los egos y hasta abúlica ha sido para contrarrestar ese par de credos de la sabiduría convencional: “No hay condiciones para elecciones libres” y “Dictadura no sale con votos”. El primero es totalmente cierto en nuestro caso, pero también prevalecía en Chile hasta el plebiscito. Allá no impidió que se materializara en las mesas de votación la voluntad de una mayoría anti gubernamental. Aquí, penosamente sí.
Pero nunca es tarde para aprovechar una oportunidad. La malandra judicialización y asalto al triunfo opositor en Barinas y la convocatoria a repetirlo, pueden ser respondidas con una orden de combate firme, unitaria, entusiasta y coherente de todo el liderazgo opositor. Sería terreno propicio para asestarle una regional, pero significativa y ejemplar derrota electoral al Golem gobernante, quien seguramente regañado en Cuba por permitir mancillar la cuna del profeta, ha anunciado “un nuevo candidato, pero ahora con un programa distinto”. Vulgar remedo de Groucho Marx en aquello de “Estos son mis principios, si no le gustan tengo otros”.
Por su valor simbólico, en Barinas, se juega a Rosalinda. Y tienen Guaidó, Capriles, Ramos, Rosales, Machado, una oportunidad para rescatar credibilidad y ascendencia.