Sincerar la situación parlamentaria
Al hablar del parlamento presidido por Juan Guaidó, no podemos sino traer a nuestra mente su tragedia: no tiene parlamentarios o son muy escasos. Y nos referimos a este porque el otro es un simulacro absoluto.
Supongo que muchos se han preguntado qué hace un parlamentario. Les recuerdo que delibera, legisla, investiga, presupuesta y designa a los más altos funcionarios del Estado, entre otra funciones. Sé que muchos dirán que los dos últimos aspectos le están vedados, y cuando debía nombrar el CNE, por ejemplo, no lo hizo y ya sabemos lo que pasó. Sin embargo, discutir, normar y denunciar son tareas indelegables e inevitables.
Ahora bien, no todos los políticos son tales por pasar o haber pasado por el Congreso o la Asamblea Nacional, ya que los hay con vocación únicamente partidista, edilicia, gremial, petrolera, educativa, diplomática, por mencionar unos. Sin embargo, el político que tiene talento y proyección nacional debe necesariamente pasar y entrenarse en una curul parlamentaria. Lo hace al aprender a buscar los votos para ello. Claro que hay excepciones, como la de Rómulo Betancourt, a quien no le dio tiempo de ser y realizarse como concejal o diputado, yendo a la presidencia de la Junta Revolucionaria de Gobierno a temprana edad, y llegar a ser el precursor del moderno partido en Venezuela: el de masas, el de la integración de los diversos intereses, en permanente debate y aporte de ideas y leyes concretas.
Un balance de la gestión parlamentaria de este siglo está pendiente, pero ha sido peor el del último sexenio, prolongado el mandato asambleario, para algunos con dudas. Vivimos dos décadas de una anormalidad aterradora. Es verdad, pero no menos verdad es que, por lo que se ve, pocos, pero muy pocos, aterradoramente pocos, están preparados para atender los asuntos fundamentales del país. La clase política venezolana, la de la oposición, porque la del régimen está conformada por una vasta clientela de burócratas y contratistas, no existe. Y no existe, por lo menos, como se le conoció en medio de todas las fallas: era hábil, modesta, sabía leer y escribir, sólo buscaba reales para hacer política.
La de ahora es increíblemente torpe, narcisista, analfabeta funcional, de una insólita ambición personal de riquezas. La de ahora aborrece del parlamento, y, para colmo, no sabe lo que significa trabajar. Dirá el amable lector que exagero, pero es una realidad del tamaño de una catedral. Se cuentan con los dedos de la mano los valientes denunciantes del régimen, los que hablan para persuadir, los que plantean leyes y diferentes orientaciones, los que – en definitiva – les interesan los problemas fundamentales del país: insistimos en esto, porque es hacer política de Estado y Nicolás Maduro no debe ser un pretexto para evadir esa responsabilidad.
Los hay pobres. La mayoría, al juzgar por el estilo de vida de los senadores y diputados jubilados, han sido parlamentarios de vocación. Los hay ricos. Aun siendo de oposición, respecto a los diputados activos de la Asamblea Nacional, porque residenciarse, alquilar o comprar en una zona exclusiva dentro o fuera del país, es toda una proeza; o echarse palos y comer bien, exhibiéndose en grandes restaurantes; vestir de marca o tener a la mano un carro y un chofer, añadido la escolta, no necesita de mayores argumentos.
Pero esta realidad parlamentaria es la que vemos ahora en las dos asambleas nacionales, una que por falta de función, día a día disminuye tanto en su accionar como en el número de diputados, que para el ciudadano común no hay certeza de quienes quedaron, o renunciaron o se fueron del país, pero de igual forma intenta seguir para poder mantener el gobierno interino, que al parecer es su único objetivo. Y por otra parte, una asamblea casi oficialista, agrandada en su número de diputados, que sigue sin legislar los problemas fundamentales del país, y se dedica solo al resguardo del gobierno central.
Esta realidad parlamentaria debe sincerarse porque el tema de la usurpación ha tenido diferente matices en los últimos meses. Para unos sigue la usurpación pero para otros ha cambiado su posición y mantener un parlamento solo para sustentar a un solo sector de la oposición venezolana que cada vez la vemos más fraccionada y dividida no tiene el menor sentido. Para muestra lo que ocurrió en las elecciones regionales y municipales.
Tenemos que mantener la idea de unidad para seguir insistiendo, resistiendo y persistiendo como una masa sólida con objetivos claros. En palabras simples: si no tomamos el toro por los cachos y nos dedicamos a reunificar a todos aquellos sectores que tenemos el mismo objetivo – la salida de manera constitucional de este régimen – seguiremos manejándonos en la utopía.
@freddyamarcano