Representación, nosotros el pueblo…
Los pernos de la democracia representativa consisten en elecciones periódicas (elemento democrático), de la clase política “autorizada” a gobernar (elemento aristocrático). Dos elementos evolutivos que la historia ha tratado de unir para validar el concepto de autoridad, legitimidad, obediencia, identidad y Estado.
La crisis venezolana comporta una crisis profunda de representación. No en su componente esencialmente democrático y aristocrático [político], sino en su elemento identitario, humano. Al decir de Lord Byron, “en la importancia que tantos le dan a su propia vida, perdiendo la oportunidad que nos sucedan -por no preocuparnos de los otros – cosas extraordinarias…”
Las verdades no basta escribirlas sino sentirlas. Y es con la elevada expresión del romanticismo como podemos entender el valor de la representación, noble y emotiva, pulverizada por la ambición, el odio y las aporías más contradictorias. Revoluciones de paz y de amor, patria y muerte, tan alejadas de la representación de nuestra cultura, de nuestra historia; de nuestra nacionalidad.
El mandato libre de los diputados
La autodeterminación del pueblo y las necesidades de división del trabajo son imprescindibles en el plano democrático. Pero la ficción de la soberanía popular impide esa autodeterminación. El populismo clientelar que se instala hoy en Latinoamérica absorbe la representación genuina del Estado.
En los tiempos de Thomas Hobbes, el monarca fue la representación de la autoridad que era el Estado. Representación de Dios en la tierra que, amén de la divinidad, suponía una valoración histórica, cultural, virtuosa. Para aliviar la carga del Leviatán, del miedo a un Estado superior, emerge la ilustración. Jean Jacques Rousseau a la cabeza. Con su obra El contrato social, el filósofo lanza dos conceptos fundamentales: la voluntad general y la supremacía de la mayoría como fundamentos de la democracia. El concepto de representación es reducido al de las mayorías que transfieren su autoridad a la clase política. Pero tal “delegación” no podía ser infinita…
La historia no se detiene. Las pasiones son parte de ellas. La política no viene allanada de odios y revanchas. Las mayorías trajeron revoluciones de sangre y guillotina. La guerra y la paz. El príncipe. La defensa de la dictadura. Sentenció Lord Byron: “Busca y ve todas las maravillas que te rodean. Te cansarás de mirarte solo y esa fatiga te hará sordo y ciego a todo lo demás”. El hombre-en esencia egoísta y hedonista-es autoritario. No es demócrata. Le cuesta asumir la representación popular por no ver la belleza que demanda la encomienda. Embriagado de autoridad, se hace ciego y sordo de todo lo demás. ¿Quién detiene esa borrachera de poder?
El pensador y político inglés Edmund Burke introduce el concepto de representación moderna basada en el mandato libre de los diputados, reforzado por el abad Sieyés. Un Diputado no es cualquier hombre […] La preparación, el estudio, el conocimiento, la filosofía, la política, las artes, las ciencias sociales, el [los] idioma[s], ilustran el pensamiento y el espíritu, haciendo de la representación un oficio censitario, noble, gentil, donde el mandato libre de los diputados quien lo limita y modera, es el mismo diputado. Su virtud consiste en lindar su propio interés para sujetarlo al pueblo y a la ley. Las aspiraciones individuales no pueden superar las aspiraciones de la república, porque sería autocracia. La representación es la autoridad concedida por la voluntad de hombres libres y buenos, de hombres educados, de los ciudadanos.
La representación responsable
John Stuart Mill construye entonces la bisagra histórica integradora entre la libertad de los antiguos y la libertad de los modernos. La libertad del individuo como derecho fundamental que precede a la vida misma. Surge la representación política como mandato libre pero además responsable. Responsabilidad que es personificar hombres racionales y sensatos por lo cual rindo cuenta de mis actos. Vuelve Lord Byron: “Si pudiéramos ver algo de esa importancia que no es la propia, importancia de lo ajeno, podríamos usar nuestra energía para mantener la idea ilusoria de nuestra grandeza y proporcionaríamos suficiente energía para vislumbrar la grandeza real del universo”. Representación es entonces, reconocer la de la grandeza, que no es la propia…
El ideal de la unidad política no viene fundamentado en la fuerza sino en la identidad. Un ejército de 100 hombres derrotan a otro de mil no por ser más sino por dignidad. Es el decoro y la vergüenza de sentirse parte de una misma historia. Esa es su grandeza. No es nacionalismo sino es diversidad, multiculturalidad, independencia, productividad libre y creativa, tradición, mesura, propiedad que es prosperidad, alternatividad, universalidad, recato y paz. Un sentido de la representación que está sellada en los preámbulos de las constituciones modernas, que dicen “nosotros le gente, nosotros el pueblo”.
Es la representación civilizada y responsable de Carl Shmitt, Max Weber, Hans Kelsen, Eric Voeglin y Gerard Leibholz, bajo el principio de la identidad de la semejanza entre representado y representante como bloque fundamental de unidad social y política. Es la actuación responsable según la ética pública asumida por los partidos políticos y los diputados.
Es el derecho de la ciudadanía a controlar el mandato y prever en la constitución, herramientas para protegerse y defender la democracia representativa, liberal, identitaria y universal…Es la representación prevista en los artículos 233, 236 y 333 de nuestra CBV, que la reciente sentencia de la Corte Suprema del Reino Unido pidió acatamiento…para preservar nuestro oro, que es nuestra identidad como pueblo. Porque ¿Quién detiene esa borrachera de poder? Nosotros el pueblo…
@ovierablanco