Lecciones del 21N

Opinión | diciembre 11, 2021 | 6:26 am.

Con respecto a lo ocurrido el 21N caben todas las interpretaciones, pues cada quien se come como puede la sardina que arrimó desde su brasa. Aún no se ha cerrado la ventana desde donde solo se ven las culpas ajenas de lo ocurrido. Pero, pasado el sacudón de Barinas −el del TSJ y el de los candidatos−, esperando que haya cogido el rumbo para que el 9 de enero se le propine otra derrota al régimen, cabe ahora sacar algunas lecciones de lo que evidenciaron los resultados electorales.

Son muchos los temas y las lecciones que se pueden sacar de lo ocurrido el 21N, algunos ya los he tratado extensamente, como por ejemplo el fracaso de la abstención como política, aun cuando no se puede negar que fue alta; otros expresamente los pospondré para una próxima ocasión, como el de la crisis del liderazgo opositor y de la oposición democrática en general.

Este último tema, complejo, corresponderá tratarlo en breve, en las proximidades del 5 de enero de 2022, para algunos fatídica fecha, cuando vence la vigencia del Estatuto de Transición que dio origen al Gobierno Interino y la Presidencia de Juan Guaidó, que a no pocos líderes, aspirantes a serlo y sus asesores, trae por la calle de la amargura. Me concentraré en otros, de los cuales he hecho una selección

Primera lección: El régimen como minoría

La primera lección es la conciencia de la condición de minoría del régimen chavista. Siempre lo fue. Ya en el año 2004, cuando analizábamos las posibilidades de derrotar al naciente régimen −en aquel revocatorio de infausta recordación, de agosto de ese año− afirmé en un artículo publicado en Analítica que “… el llamado “chavismo” nunca pasó del 32% del electorado y de un escaso 15% del total de la población del país”. Ahora esto se confirma, no solo por encuestas, sino también en las urnas, pues el gobierno pierde millones de votos en cada elección, que se refleja en una caída porcentual cercana al 10%, en promedio, en los cuatro últimos procesos electorales.

En esta última elección −a pesar de que la prensa pro oficialista afirma que “el gobierno arrasó” ganando 20 de 23 gobernaciones−, el oficialismo estuvo por debajo de la votación del no-oficialismo, en casi un millón de votos. Además, si evaluamos cuánto representan los resultados de la votación, con respecto al total de la población y los comparamos con el año 2012 −el proceso electoral más exitoso del chavismo− tenemos que pasó de representar el 27,9% del total de la población ese año, a representar solo el 18,8% en 2021. Con estas cifras se derrumba un mito y se constata una realidad: el mito que se cae es que el chavismo tiene apoyo mayoritario en el país, pues vemos que nunca llegó a representar el 28%, ni siquiera un tercio de la población; y ahora constatamos, que pierde rápidamente apoyo popular, pues en 2021, representa menos del 19%. Con menos del 20% del país, constatado ahora en votos, domina al 80% restante, Obviamente eso solo es posible con demagogia e intimidación, a sangre y fuego.

Segunda lección: La recuperación de la oposición

La segunda lección es la recuperación de la oposición. A pesar de todas las críticas, válidas, de falta de unidad que hizo perder oportunidades; de la forma general y específica en que se escogieron los candidatos, sin elecciones primarias, sin tomar en cuenta liderazgos locales y regionales; de no haber sin presentado una propuesta claramente diferenciadora al país, para salir de la crisis y un largo y doloroso etcétera, hay que apuntar varios elementos significativos de esa recuperación de la oposición. Uno de carácter cualitativo: El abandono de las políticas abstencionistas, negadoras del voto como instrumento de recuperación de la democracia; y otras dos de carácter cuantitativo. La primera es la recuperación de fuerza electoral en lo que antes era un bastión indiscutible del régimen: Los Llanos; llegando incluso a ganar en Cojedes, estando aún pendiente Barinas, y recuperando votación en Portuguesa y Guárico; en la región llanera el descalabro del régimen fue considerable, si comparamos su votación con la votación del no-oficialismo. Pero la recuperación más notable de la oposición es que, cuando se disipe el humo de los votos y las abstenciones, en términos absolutos, quedará como resultado concreto, que se logró arrebatar al oficialismo 123 alcaldías, de las cuales la oposición democrática obtuvo 63.

Tercera lección: La solidez del sistema de votación electrónico

De niño intentaba explicarle a mi abuela, una recia inmigrante asturiana, cómo funcionaba el teléfono, al que miraba con asombro; aquel aparato negro, con una ruedita y números, que uno discaba y se comunicaba con el mundo. Hasta que un día me dijo: “No pierdas más tiempo, me basta con que funcione”. Esa misma perplejidad de mi abuela frente al teléfono la tienen muchos ahora con la “caja negra”: las computadoras y todos los artilugios electrónicos que hoy pueblan y facilitan nuestras vidas, pero que siempre han estado rodeados de mitos. Las máquinas de votación no escapan a este fenómeno y sobre ellas se han tejido toda clase de leyendas y fantasías: Que si uno marca un candidato, pero la maquina lo cambia por otro; que si la captahuella está conectada con la máquina de votación y así el régimen −porque todos estos trucos siempre favorecen al régimen− sabe por quién votas y anulan ese voto; que si cada equis votos en favor de un candidato opositor, el programa de votación otorga unos cuantos al candidato del gobierno; que si cuando se transmiten los datos, antes de llegar al CNE pasan por Cuba, Rusia o un barco que navega en el atlántico y allí los cambian para que lleguen otros resultados, etc. Es inútil explicar que todo eso es imposible tras después de las auditorías de software y de máquinas que se hacen, en las que participa calificado personal de partidos de oposición y personal de las universidades, porque cada quien sigue creyendo lo que le interesa creer.

No hay que argumentar mucho al respecto; el resultado de la votación es el que es y no se puede alterar impunemente, porque deja “rastro”, fácil de seguir y verificar, no como en el caso de las votaciones manuales, donde es fácil reemplazar actas y papeletas. Eso lo demuestran contundentemente dos acontecimientos: Uno, lo ocurrido en el estado Bolívar en 2017, cuando le arrebataron a Andrés Velásquez la gobernación, pues para hacerlo tuvieron que desconocer los resultados de las máquinas de votación e inventar los resultados de unas supuestas mesas en las que se votó manualmente y le dieron el triunfo al candidato oficialista, que fue el que reconoció el CNE y sobre el cual el TSJ −tan diligente y rápido para algunas cosas− nunca se ha pronunciado. El segundo acontecimiento que prueba la seguridad del voto electrónico es lo ocurrido en esta elección en el estado Barinas. Los resultados de la votación electrónica daban una diferencia en favor del candidato opositor, Freddy Superlano, que hasta el TSJ admitió en su sentencia y, por tanto, los “amos del poder” apelaron a impedir la recepción de tres actas de algunas zonas remotas del estado y luego, mediante su dócil TSJ, detuvieron la totalización, adjudicación y proclamación del resultado y convocaron a nuevas elecciones, tras inhabilitar al candidato ganador. Lo ocurrido después, con la inhabilitación de posibles candidatos opositores, ya es bien conocido y superada esa dificultad por los partidos opositores, como ya sabemos, solo resta esperar la respuesta del pueblo barinés, que esperamos sea contundente.

Es fácil realizar cada quien su propia comprobación en cada proceso electoral en los que se participe; una vez que el CNE publica en su página web los resultados, revise los de la mesa en la que ha votado y compruebe si coinciden los que están allí, con los del acta que usted puede pedir después de finalizado el escrutinio y la trasmisión de datos de su mesa. Desde luego no pretendo que esto sea tomado como una auditoría válida y concluyente, pero invito a todos los que dudan a hacerlo, incluso a que se tomen el trabajo de ir a alguna área más remota o dudosa y comprobar los resultados.

Cuarta lección: Posibilidad de la necesaria unidad

La cuarta lección es que en cuanto “unidad”, como objetivo político y estratégico indispensable para recuperar la democracia, no se avanzó mucho. Ciertamente el chavismo perdió el voto popular, pues obtuvo menos votos que todo lo que no es chavismo. No cabe duda que si agrupamos las cifras y si se hubiera unido la oposición democrática, representada en la MUD, con la llamada Alianza Democrática, se hubieran ganado 12 gobernaciones (Anzoátegui, Apure, Barinas, Carabobo. Cojedes, Falcon, Guárico, Lara, Mérida, Nueva Esparta, Táchira y Zulia) y si a eso se le suman los votos de otros partidos diferentes al oficialismo, se hubieran agregado siete estados más (Bolívar, Miranda, Monagas, Portuguesa, Sucre, Trujillo y Yaracuy). Pero, aparte de que eso ya es una lamentación y ejercicio inútil, ¿Es factible pensar que todo lo que no es chavismo, se puede unir en una sola opción? Eso es lo que no resulta fácil de lograr. Hoy por hoy es difícil pensar que se puedan unir en un solo saco, en una misma causa, todos esos partidos. Lo estamos viendo en Barinas, aunque algo se ha avanzado y esperamos que sirva de lección para el futuro.

Entre las “varias oposiciones”, como dicen algunos −aceptando que el término “oposición” define e identifica, de manera clara y sobre todo inequívoca a cada una o a todas ellas−, hay dificultades y diferencias profundas para lograr esa idílica unidad. Por ejemplo, con la Alianza Democrática −denominados por ellos mismos y otros como “alacranes” −, el obstáculo fundamental es que no es fácil considerar opositores a un sector conformado en su mayoría por los que aceptaron que los partidos que la integran fueron los confiscados por el régimen, despojados de sus dirigentes naturales, de sus símbolos, colores y recursos y entregados a disidentes de los mismos y que algunos postularon candidatos que habían sido incluso expulsados, por corruptos, de sus partidos originales. Ese sector conformó alianzas que accedieron a participar en procesos electorales −2018 y 2020− contra la posición mayoritaria, que había decidido abstenerse. No es fácil pensar que algunas de las diferencias y roces que surgieron en este proceso puedan ser dejadas de lado para conformar una unidad que enfrente al régimen. Es lamentable, pero es así.

La unidad no es un fetiche al que se adora y al que se rinde culto, es algo vivo y no significa uniformidad; la oposición tampoco debe unirse simplemente para satisfacer los gustos, la incomprensión o la ignorancia de lo que sin duda es muy importante, pero que no deja de ser una entelequia, la llamada “comunidad internacional”; o por seguir la recomendación y buen deseo conceptual y teórico de muchos asesores y consultores políticos.

Quinta lección: Victoriosa estrategia del régimen

La quinta lección es que, aunque no cabe duda que el régimen ha perdido un considerable caudal electoral y apoyo popular y electoralmente ha descendido por debajo del sector no chavista −como pudimos ver−, su estrategia de incrementar la desconfianza en el voto y de dividir a la oposición, ha sido exitosa. No lo podemos desconocer y negar. Y ese proceso continúa, pues el régimen teme, y con razón, que tras los resultados del 21N, con la avalancha de votos perdidos, que la reacción de la oposición sea unificarse en torno a la idea de promover un referendo revocatorio presidencial el próximo año. Porque eso si afecta el corazón del poder político.

Acciones como el traspaso de bienes y fuentes de ingreso de las gobernaciones a manos del ejecutivo y acciones como la ilegal y abusiva intervención del TSJ ante los resultados de Barinas, la inhabilitación de posibles candidatos opositores en esa entidad, son acciones que van en la dirección de desconocer el voto, propiciar la abstención y dividir más a la oposición, promoviendo que opositores radicales e indiferentes, se pronuncien con el consabido “te lo dije”. Y ese es uno de los temas en los que la oposición democrática debe trabajar, políticamente, con información y educación política a los ciudadanos.

Sexta lección: La utilidad del voto

Creo que la utilidad del voto para ofrecer resistencia al régimen está demostrada; no solo por los resultados numéricos, sino también por lo que hemos visto en Barinas, con el desconocimiento del ganador y después la inhabilitación de los posibles candidatos opositores.

Pero hay otra hipótesis o reflexión que quiero adelantar. Hasta ahora sabemos lo que pasa cuando se infringe al régimen una derrota electoral en procesos en los que no está en juego el poder; por ejemplo: una Reforma de la Constitución (2007), la elección de una Asamblea Nacional (2015) o una elección de gobernadores o alcaldes (2021); en estos casos el régimen reacciona utilizando y abusando del poder que tiene para intimidar, desmoralizar, desmotivar, para que no se produzca el hecho; o bien, para revertir o desconocer esa derrota. Hasta ahora también sabemos que se valen de todos los subterfugios para “modelar” resultados: retrasan o adelantan procesos, cambian circunscripciones, mueven votantes de un sitio a otro, cierran y abren centros, dificultan el registro, intimidan votantes, inhabilitan candidatos, y el largo etcétera que conocemos. También hemos visto como usan todos los recursos, económicos y represivos que les da el ejercicio del poder, para retrasar o impedir que se lleven a cabo algunos eventos, que pueden alterar el ejercicio del poder nacional, como lo que ocurrió en 2004 con el referendo revocatorio, que lo retrasaron más de un año mientras las llamadas “Misiones” hacían su tarea populista de recuperar popularidad deteriorada por la ineficacia al gobernar; o con lo ocurrido con el intento de convocar el referendo revocatorio en 2016, que lo cancelaron por vía judicial cuando se dieron cuenta que era inminente que la oposición recogiera las firmas necesarias para convocarlo.

Todo esto ocurre por el abuso del poder que tienen, cuando ese poder no está en juego, en elecciones locales, regionales, referendos o de Asamblea Nacional. Lo que no sabemos, porque no ha ocurrido de manera comprobada −fehacientemente, no en el deseo de algunos− es: ¿Qué pasaría si la derrota se la infringimos en un proceso electoral revocatorio o presidencial, cuando sí está en juego el poder? ¿Cómo reaccionaría el pueblo, despojado de ese resultado? ¿Cómo reaccionaría la fuerza armada, en caso de protestas y disturbios? ¿Cómo reaccionaría el propio régimen? Sabemos también cómo reacciona la comunidad internacional (CI) cuando se trata de procesos en los que no está en juego el poder: Lamentando lo ocurrido, con alguna declaración y solidarizándose con la oposición; pero, ¿cómo reaccionaría esa CI ante un desconocimiento −obviamente por la fuerza− del resultado de un proceso electoral en el que resultase perdedor el régimen venezolano? Y lo más importante, ya dicho, ¿Cómo reaccionarían la dirigencia opositora despojada y el pueblo venezolano? Sin necesidad de más argumentos, ese es uno contundente para insistir en la vía electoral.

Conclusión breve

Como advertí al principio, hay muchos temas que se quedan en el tintero; entre ellos el tema de la “crisis de la oposición” y del “liderazgo” opositor; crisis que no se desprende como tal de lo ocurrido el 21N, sino que lo ocurrido en éste es una consecuencia de esos dos problemas, que no acaban de ser enfrentados. Pero ese tema, ineludiblemente tendrá que confrontarse antes o en las cercanías del 5 de enero, que como dije más arriba, vence la vigencia del Estatuto de Transición y deberá tomar la Asamblea Nacional de 2015, alguna decisión política sobre el Gobierno Interino y la presidencia de Juan Guaidó.

Algunos solo aciertan a ver el mapa de Venezuela pintado de rojo, la perdida de oportunidades por la falta de unidad opositora o el éxito de la estrategia del régimen en intimidar y dividir; todo lo demás que he descrito, en particular la recuperación de la oposición y la caída de la votación del régimen que lo deja en minoría, para algunos es irrelevante o no lo creen; pero, para el gobierno estos temas sí son relevantes, si cree esas cifras y sí son motivo de preocupación; y de allí el esfuerzo que está desarrollando en Barinas para evitar que se profundice su caída y su debacle y la campaña que ya comienzan a desplegar para impedir la posibilidad de un referendo revocatorio en 2022.

En resumen, se puede hablar de un resultado, que sin ser bueno u optimo, tampoco fue malo para la oposición y refleja el descalabro del régimen. Pero esta es una conclusión incompleta si no reflexionamos acerca de: ¿Cómo crecemos si no participamos? ¿Cómo salimos de esto sin tener la fuerza y sin tratar de organizarnos y si nadie está dispuesto a venir de afuera a salvarnos? ¿El último que salga que apague la luz? Eso es lo que ellos quieren y que nos resistiremos a que pase.

Politólogo

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