Venezuela plural, Venezuela archipiélago: chavismos y oposiciones
El de Chávez fue uno de esos poquísimos gobiernos al que le ha interesado la polarización. Construyó primero una polarización electoral en 1998 entre lo viejo (AD-COPEI) y lo nuevo (él), entre la conservación de lo existente y un cambio aún sin certezas. Y luego la transmutó en polarización social: los pobres (que eran él) y los ricos (que eran la oposición), un poco como los liberales del siglo XIX y los adecos del siglo XX. Remachada esta polarización social el 11A cuando la oposición extremista la confirmó al designar «interino-dictador» ¡al presidente de Fedecámaras!, y subrayada día a día por una oposición insufriblemente pequeñoburguesa, Chávez coaguló su 60/40 electoral que le permitió ganar una elección tras otra.
Su postrera versión polarizadora fue la de patria/antipatria, patriotas que eran sus huestes frente a unos vasallos del imperio que eran sus adversarios, Bolívar y él aquí y allá un atajo de traidores… los «gusanos», que llamaba Fidel. (En otra circunstancia, pero al igual que el 11A con Carmona, el nuevo «interino» autojuramentado y su G4 confirmaron esta especie chaviana cuando de hinojos cayeron a las puertas del Departamento de Estado clamando por «sanciones» e invasiones: todas las opciones están sobre la mesa, Trump dixit. De esta guisa, la Fuerza Armada fue echada en los brazos de Maduro).
De 1998 a 2013, el mecanismo bipolar forjado por el martillo de Chávez parecía eternizar al comandante en el poder per saecula saeculorum.
Ese chavismo polarizador 60/40 sólo perdió cuando una parte de su electorado se inhibió de votar: aunque la oposición no crecía, la merma chavista le permitía ganar. Así fue en el referendo de 2007, en las principales gobernaciones y alcaldías durante 2008 y 2009, y en las parlamentarias de 2010 y de 2015.
Pero a partir de la llegada de Maduro al poder, fallecido el gran taumaturgo, heredando de Chávez un tinglado autoritario eficaz (Fuerza Armada partidizada inclusive) pero a la vez la peor crisis económica desde los tiempos de la guerra federal (fraguada en las estatizaciones y quiebra de 1.000 empresas; cierre de 4.000 más y huida de capitales; triplicación de la deuda pública para 2013; controles de precios y de cambio; corrupción tipo Cadivi; reducción en 60 % de los gastos de inversión de Pdvsa para financiar su desempeño populista a través de descabelladas misiones que nada hacían con la empresa, subsidios y subsidios, déficit y presión inflacionaria, todo esto en la primera década del siglo), el chavismo parece haberse replegado en su electorado duro que ronda un 30 % (15 de electores ideologizados + 15 de influjo estatal vía administración pública y populismo), según han comprobado los resultados de 2018 y 2020.
Es una fuerza formidable, claro está: Leoni y Caldera en 1963 y 1968 ganaron con menos de eso. El SPD acaba de ganar en Alemania con 26 %. Pero requiere que no haya polarización gobierno/oposición. O sea, su lógica no es la de Chávez sino la que es común a todos los gobiernos: al gobierno de Maduro no le interesa la polarización.
Para eso requiere de una oposición dividida. Y actúa para que tal hecho ocurra: habilita candidatos aquí, inhabilita candidatos allá, negocia por separado con una u otra oposición, etc. Claro, actúa con arreglo a sus intereses y no es sólo su responsabilidad: la oposición no podría argumentar en su descargo su propia torpeza.
Ha ocurrido que uno de los estragos de la reciente peste extremista en la oposición, ésa del mendaz guaidoísmo, la del «mantra» y otras babiecadas, y en particular la depredadora hegemonía de Leopoldo López sobre el G4 y la inexplicable sumisión a ella de partidos como AD y UNT y la más explicable de PJ, han hecho aflorar al interior de la oposición divergencias de fondo cada vez más insalvables: entre quienes asumen el voto como un principio y lo ejercen siempre, por una parte, y, por la otra, quienes lo instrumentalizan de acuerdo a las circunstancias; entre quienes nunca dejan de dialogar y negociar y quienes lo hacen hoy sí y mañana no; entre quienes asumen la Constitución como dogma de su conducta aún para cambiarla y quienes la patean sin escrúpulos; entre quienes creen en la paz como un testimonio existencial y quienes no descartan la violencia y la guerra como sendas de la política; y entre quienes por este lado saben que la patria existe (¡y el imperialismo también!) y aspiran a un cambio con soberanía y quienes por aquel otro aceptan penosos tutelajes de centros mundiales de poder (en particular EEUU).
Así que hay -y creo que habrá- muchas oposiciones de hoy en adelante. Pero también habrá varios chavismos.
Es claro que, reducido de 60 a 30 el espacio electoral del chavismo oficialista, han quedado realengos otros que pueden ser definidos como chavismos críticos o disidentes. Algunos de ellos creen que con Chávez no habríamos padecido la enorme crisis económica y social de hoy y le echan toda la culpa a Maduro. Otros han ahondado en una reflexión que explora en las raíces de la catástrofe de hoy y llegan a los seis «ismos» de Chávez, a saber: caudillismo, autoritarismo, centralismo, militarismo, estatismo y populismo. Y también los hay que, en el gobierno y en la oposición, tratan de integrar a la democracia como parte estructural de su proyecto, buscando su legitimidad histórica más en el triunfo electoral de 1998 y en las demandas democráticas de los ’80 y los ’90 que en el alzamiento militar del 4F.
Así vistas las cosas, debido al complejo legado de Chávez, a la acción consciente del gobierno y a la acción inconsciente de la oposición clásica, se han liberado fuerzas que, como muestran todas las encuestas (y como enseñarán los resultados del 21N), han convertido a nuestro país en una Venezuela plural, para bien o para mal. Una Venezuela archipiélago donde la hegemonía política no será de quien consiga congregar a su alrededor a la mayoría del país (como Chávez o como la oposición en 2015) sino quien logre ser la primera minoría, y, a partir de allí, articule alianzas y consensos que, ampliando su espacio inicial, pueda darle estabilidad a su predominio.
Ya no se necesita, como tanto ha pedido quien suscribe, una 3a fuerza, entre el gobierno y la oposición: ahora ya hay muchas 3as fuerzas. Tal vez de su desempeño dependa el futuro de la nación.