La sociedad civil no le ha fallado a la democracia
Fue Vaclav Havel quien acuñó la idea de que lo que permite el establecimiento de una dictadura totalitaria no es tanto la incautación de la independencia de los poderes y de las instituciones como la liquidación de la sociedad civil.
Mientras haya sociedad civil, entonces, hay esperanzas, porque los poderes aún libres pueden ser cooptados, y las instituciones neutralizadas y utilizadas.
La experiencia de la lucha de los venezolanos, que ya cuenta 22 años, contra una dictadura totalitaria – siempre en ciernes durante los 13 años de Chávez y solo cristalizada con el arribo de Maduro al poder, y lograda en aspectos fundamentales del control social, mientras fracasaba en otros – es una prueba de cuán acertada es la afirmación de Havel.
Si hay un factor que ha resultado decisivo para que la dictadura de Maduro, más allá de las apariencias, sea un barco a la deriva, es la sociedad civil venezolana.
La emergencia de la sociedad civil como la fuerza que fue la primera en tomar nota de que a la dictadura totalitaria cubana podía haberle nacido un vástago en Venezuela, puede datarse de finales del 2001 y comienzos del 2002, cuando se hizo a las calles y durante todo el 2003 y la mitad del 2004, se convirtió en la “primera oposición del mundo”, y le peleó palmo a palmo al chavismo su decisión de barrer con la democracia y el estado derecho en todos sus principios, postulados y expresiones.
No lo logró, como tampoco la sociedad civil -y los partidos democráticos que ya se habían repuesto de una arremetida feroz del chavismo para barrerlos del mapa emprendida desde su ascenso al poder en 1999-, detuvieron el avance del chavismo y comenzó lo que en término histórico podría considerarse como un duelo, tan largo como doloroso, entre una una dictadura para imponerse y una democracia para contenerla y derrotarla.
Sin embargo, hubo años, como lo que transcurrieron durante el ciclo alcista de los precios del crudo (2004-2008) en que la balanza pareció inclinarse a favor de los socialistas y totalitarios y el caudillo Chávez contó con los recursos necesarios para comprar las grandes empresas de servicios en manos privadas para incorporarlas al patrimonio del Estado e ir desmontando al capitalismo, no con balas, sino con petrodólares.
Fueron también los años del auge de una política clientelar que se extendió a las clases más pobres a través de las llamadas “Misiones”, que fueron un mecanismo diseñado desde Cuba para el control social, mientras se intercambiaban dádivas por votos que parecían consolidar la dictadura electoralista del también llamado “Centauro de Sabaneta”.
Y sin embargo, en uno de los años de mayor auge del modelo, cuando incluso se hablaba de que en Venezuela se había establecido un socialismo de signo petrolero, en unas elecciones convocadas a finales del 2007 para reformar la constitución en imponer “constitucionalmente” el sistema, Chávez fue ominosamente derrotado y obligado a tomar vías no legales para continuar “su” revolución.
Pero seguirían otras derrotas en medio del auge, como fue la recuperación de casi la mitad de las gobernaciones del país (unas 23 en total) en diciembre del 2009 (último año del boom petrolero) y el regreso de la oposición al parlamento al imponerse con una mayoría de 70 diputados que no le fueron reconocidos, pero que, sin embargo, dieron a entender que los mejores tiempos del chavismo habían pasado.
En una conversación de hace unos años tuve con el excandidato presidencial y exgobernador del Estado Miranda, Henrique Capriles, le oí decir que una prueba contundente de que Venezuela jamás se había rendido ante el chavismo era que en su época de mayor auge los populistas no se habían impuesto con más del 55 por ciento de lo votos, y podía haber agregado que, ahora, en su etapa crepuscular, ya ni siquiera buscan votos, sino que recurren a la fuerza y la violencia para sobrevivir.
No podría, de todas maneras, dejar de destacarse de que, a pesar de sus derrotas los chavistas, con Chávez primero, y Maduro después, no han cejado en su intento de imponer la dictadura totalitaria, y el país luce hoy con una economía en ruina, un empobrecimiento agudo de las clases medias y los sectores populares, políticas como el desabastecimientos de alimentos y medicinas que conducen a un racionamiento atroz a la cubana y al intento de copar los programas educativos y a todos el tejido de control de las actividades sociales y culturales que, activados, desde la educación preescolar y primaria, no forma individuos sino súbditos y esclavos.
Y ello en circunstancias de que la dictadura retrocedía en su control político de la sociedad como se demostró en la pérdida de las elecciones presidenciales del sucesor de Chávez, Maduro, frente al candidato opositor, Henrique Capriles, quien acusó al presunto ganador oficialista de fraude y la influencia de los líderes y los partidos opositores tomaron la línea que se pensó no pararían hasta la reconquista del poder.
Pero de nuevo el factor de la división de los partidos opositores vendría en ayuda de activar la sobrevivencia del chavismo al extremo de permitirle pasar a la ofensiva a mediados del 2014 y prepararse para el 2015 para ejecutar lo que podría llamarse el asalto definitivo del poder.
Pero otra vez la sociedad civil vendría a cubrir un déficit de notables disensos en el seno de la oposición, como pudo ser el hacerse y prácticamente motorizar la convocatoria a las elecciones parlamentarias de finales del 2015, aplicando una derrota tan fundamental al chavismo que, prácticamente lo desalojó del Poder Legislativo.
Puede decirse que en los años que han seguido a la victoria parlamentaria del 6 de diciembre del 2015 la política venezolana se ha concentrado en lo puede llamarse la batalla decisiva entre la democracia y el totalitarismo por el control definitivo de Venezuela y que entre continuos escarceos y escaramuzas las acciones en un momento parecieron favorecer a uno y otro lado.
Es una lucha que se ha extendido hasta este 2021, y que se renovó con furor después del 5 de enero del 2019 cuando Juan Guaidó fue electo presidente de la Asamblea Nacional y Presidente Encargado de la República, poniéndose al frente de un gobierno parlamentario que contó con el respaldo de 50 países y se dirigió a darle la puntilla final a la satrapía dictatorial y criminal de Maduro antes de que finalizará aquel año.
En todo secundado por la sociedad civil, que no le ha fallado a la democracia y cada día se revela más decidida a no permitir que el totalitarismo marxista arrase con lo que queda de Venezuela.