Jacinto Convit, adalid de la investigación científica
Creo no estar errado si afirmo que el eminente médico-científico Jacinto Convit fue testigo de los acontecimientos más importantes ocurridos en nuestra nación. Obviamente, vivió en carne propia la felonía de dictaduras (la de Gómez y de Pérez Jiménez) y las bondades de la democracia con todos sus defectos, pero democracia al fin.
Este grande hombre que en el año 2013 cumplió cien años, mantuvo latente la esperanza de muchas personas que padecían de cáncer.
Fue digno de admiración, porque no se envaneció por los numerosos reconocimientos internacionales que le fueron conferidos a lo largo de su carrera como médico y científico, y tampoco “le quitó el sueño el Premio Nobel”, como lo afirmara a una periodista que lo entrevistó pocos días antes de celebrar su cumpleaños.
Siguió en su empeño y mantuvo latente su afán y fe por brindarle a la humanidad la noticia final de que la enfermedad que se ha convertido en la más terrible pesadilla del ser humano, encontró por fin el antídoto que permitirá a quienes la padecen, sonreírle a la vida agradecidamente.
El Dr. Convit fue el más digno y vivo ejemplo para los venezolanos. Debemos sentirnos orgullosos de este bondadoso hombre que mantuvo consultas gratis con pacientes que acudían a él en procura de sus sabias atenciones. Digno de admiración porque no dejaba de lado la esperanza de conocer en vida el resultado de su tenaz esfuerzo científico. No habrá reconocimiento alguno que pueda recompensar el fruto de su ardua labor investigativa, por lo que Venezuela entera debería agradece post mortem. Su empeño y afán por ser útil a la humanidad lo llevó a crear una fundación que presidió, y entre sus proyectos contemplaba la instalación de una plataforma tecnológica, con la cual se pudieran realizar estudios genéticos y moleculares, así como diagnósticos a pacientes, a través de un centro de medicina molecular.
Creemos no pecar en exceso si nos atrevemos calificarlo como uno de los venezolanos más preclaros del pasado y presente siglo y que su obra dejó honda huella en nuestro país y en el exterior, pues su investigación científica no se detuvo en vida y por el contrario pese a su centenaria edad, mantuvo viva la esperanza de alcanzar su más anhelado sueño del diagnóstico precoz de tumores en la recién creada Unidad de Diagnóstico Molecular de Tumores Pediátricos, para cuyo efecto firmó un convenio con el Hospital de Niños J.M. de Los Ríos, que por falta de recursos hasta el momento de su muerte, no se pudo ejecutar.
En esta tarea lo acompañaba otro eminente médico y también científico, el Dr. Alberto Paniz Mondolfi, quien realizaba investigaciones en el Laboratorio de Microbiología Clínica de la Universidad de Yale en los Estados Unidos, debido a que las plataformas tecnológicas para los estudios de genoma no estuvieron ni están aún disponibles todavía en Venezuela. Existía la esperanza de que se conocerían interesantes resultados del trabajo científico, que llevaban adelante y que a raíz de su deceso se truncaron.
Esta fecunda obra de carácter científico que se pensaba llevar a cabo en la Fundación Dr. Jacinto Convit, hubiese permitido abordar otros proyectos de investigación, cuyo fin era el de proteger, conservar y darle continuidad al legado del eminente científico venezolano, pues además del cáncer también promovía la investigación del mal de chagas, leishmaniasis, lepra y otras enfermedades endémicas y tropicales.
Venezuela está en deuda con el Dr. Jacinto Convit, quien mostraba su alegría y satisfacción porque internacionalmente se estaba empezando a tocar el tópico de la inmunología tumoral, uno de los pilares fundamentales de su investigación conjuntamente con el Dr. Paniz Mondolfi.
Hace más de dos mil seiscientos años Buda decía que el ser humano tendría siempre que lidiar con el sufrimiento y la pena sin importar el lugar en que viva ni la posición económica y social que tenga. Decía, que todas las personas deben sobrellevar al menos ochenta y tres problemas relacionados con el trabajo, la seguridad económica, dificultades con las relaciones personales, temores por las potenciales enfermedades, ansiedad frente al éxito o fracaso y otras razones más; y, sin embargo, que el problema mayor era otro, el número ochenta y cuatro: la ansiedad permanente de no querer tener ningún problema. Y esa parecía ser la filosofía de la vida del Dr. Convit.
Así como existen responsables de hacer obras públicas, educar con las ciencias, administrar justicia, entregar la palabra divina, y otros asuntos, deberían existir autoridades éticas que den ejemplo a la comunidad, que combatan éstas enfermedades que amenazan con no tener remedio, en cada hogar, barrio y ciudad. Y una de estas autoridades innegablemente era el Dr. Convit, quien con su labor científica, para muy pocos venezolanos desconocida, nos permite solazarnos y alegrar el espíritu, en momentos en que el país enfrenta la mayor crisis que jamás se pudo haber imaginado.
Gracias Dr. Convit, Venezuela está en deuda con su fecunda obra y su intachable conducta ética, ejemplo para las generaciones del presente y del futuro.¡ Dios lo acogió en su reino y descansa en paz, tras su fructífera y feliz vida existencial !
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