¿Pueden ser competitivas las elecciones del 21N?
Interpretar políticamente las elecciones del 21N se ha convertido para los venezolanos en una obscura complicación. Se ponen en juego emociones, sentimientos, cierto nivel de convicción y mucho desconocimiento del intríngulis político. Se trata indudablemente de un análisis complejo.
Esta reflexión viene al caso cuando escucho una entrevista del periodista Alejandro Marcano a Leopoldo López en Miami. El periodista, armado de una profunda convicción, cuestiona al político con una pregunta compulsiva: ¿Está usted de acuerdo en participar en elecciones en dictadura? Por supuesto que la respuesta de López fue inobjetable: Es un tema complejo.
Lo que trasciende de este cuestionamiento es que el periodista elude el tema difícil que significa votar en un ambiente restringido, con visos de no competitividad, pero que a la vez puede ser considerado como una oportunidad de ejecutar una acción política masiva que demuestre cuál es la real y profunda percepción de la sociedad sobre el momento político en el cual está sumergido.
Las elecciones competitivas son un acto político esencial de las democracias pluralistas. Los actores son los partidos, que compiten con sus propuestas, en las cuales los votantes pueden elegir, con mayor o menor libertad, dependiendo de la complejidad del sistema político. Con la aspiración de que a través de la elección de nuevas autoridades sea posible influir en el gobierno, cambiar el rumbo político.
De partida, es obvio que las elecciones venezolanas no son competitivas en el sentido lato del concepto. No es una confrontación entre partidos, no es un acto mediante el cual la dictadura autoritaria venezolana se plantea oír a la ciudadanía para realizar los cambios aspirados por la mayoría de la población. Sin duda, no estamos en una democracia pluralista, aunque se estén propiciando elecciones.
Habría que agregar que el régimen sí muestra claramente que asume y se adentra en la complejidad del tema. Para comenzar, valora el poder de la estrategia abstencionista, cree firmemente que los aspirantes a la democracia no van a participar en un acto no democrático que les genera repulsión física y moral.
Una percepción que surge muy poderosa de la argumentación sobre la inexistencia de condiciones que legitimen el acto electoral: la desconfianza en las autoridades que rigen el proceso electoral, el manejo turbio de los procedimientos técnicos, el falseamiento o desconocimiento del resultado según la experiencia de Andrés Velásquez en el estado Bolívar. La inutilidad de la competencia. El régimen procederá con estrategias de reemplazo de las personas electas, nombrando protectores, que desplazan a los electos por la sociedad. Personajes impuestos desde el poder central a quienes entregan los recursos y el poder de decisión que corresponden por ley a los ciudadanos electos. En esta acción el régimen asume abiertamente el riesgo de violar la normativa jurídica. Y lo hace.
En documentos de partidos de oposición se expresa claramente que se asumen todas las acciones que el gobierno construyó para sostener su esquema de elecciones no competitivas, promover la abstención, a la vez y contradictoriamente, sostener la imagen de promotor electoral:
1. Solicitar un CNE totalmente independiente
2. Exigir el anuncio de un cronograma de elecciones libres
3. Demandar la participación de los partidos
4. Cese de inhabilitaciones
5. Observación nacional e internacional imparcial
Podríamos pensar que el gobierno planificó una estrategia para realizar elecciones no competitivas y los pocos partidos que subsisten se apoyan en ese constructo para hacer lo que quiere el gobierno, mostrar una imagen de promotor de elecciones y a la vez fundar razones para la abstención en una compleja jugada política.
Ahora bien, ¿cuál es el interés del régimen madurista de realizar unas elecciones que de hecho no serán competitivas, con el riesgo altísimo de mostrar el rechazo de más de 80% de la población?, como indican todos los estudios de opinión. Para las elecciones ser competitivas tendrían que revocar todas las sanciones a los partidos políticos, a los líderes de la oposición, mostrar la independencia total del CNE y anunciar un cronograma electoral transparente. Acciones que evidentemente no harán.
¿Qué hace el gobierno para asegurar que las elecciones servirán a su propósito de continuar en el poder?, ¿cuál es la estrategia para asegurar este objetivo? O ¿por qué Maduro quiere elecciones?
En primer término, expande la percepción de estar seguro de que las puede controlar, muestra una apariencia de unidad inquebrantable en su entorno y a la vez promueve la fragmentación de la oposición, mantiene las prohibiciones a sus contendores. Y, quizás lo más novedoso, expresa su confianza en los resultados. Actitud que refuerza la creciente desconfianza en los electores de oposición, que tienden a pensar que si va a hacer elecciones es porque está seguro de que va a ganar.
Otra argumentación de peso es que persigue legitimar y extender su mandato hasta 2024. Aquí es imprescindible divulgar la opinión de Juan Manuel Raffalli, quien demuestra que participar en elecciones no legitima a Nicolás Maduro: “En nuestro país el poder municipal y estatal es autónomo, los gobernadores y alcaldes no dependen del presidente. Están allí porque los eligió el ciudadano”. Podemos preguntarnos: ¿podrá poner 24 protectores y negar presupuesto a los gobernadores de oposición electos? Podemos imaginar el conflicto que ocurriría si esto sucede en todo el territorio.
Al régimen lo apoyan las fuerzas armadas, los grupos insurreccionales que operan en el país, las Farc en sus distintas modalidades y países no democráticos como China con su compra de empresas, Rusia con su intervención en la estrategia política y su manifestación de apoyo a la dictadura, Cuba pendiente del hilo del suministro petrolero e Irán gobernado por fuerzas represivas.
En resumen, Maduro tiene una compleja estrategia y cuenta con apoyo de países no democráticos en su afán de imponer elecciones no competitivas.
Y la oposición ¿cuál estrategia tiene?
Abstenerse, fraccionarse.
En cada estado del país, la mayor contienda es entre los candidatos opuestos al gobierno. En Táchira, Zulia, Nueva Esparta, Miranda.
Es hora de pensar seriamente, retirar los candidatos que actúan por ambición y no por sus posibilidades, apoyar a Roberto Picón, a Enrique Márquez y olvidarse del infantilismo de no votar porque las condiciones son adversas.
Eso lo sabemos.
El reto es debilitar la dictadura, combatirla y fortalecer la democracia con una avalancha electoral, que como decía Tibisay Lucena es irrefrenable, frente a ella no hay trampa posible. O el no opositor Javier Biardeau: “Les voy a decir el gran secreto del sistema automatizado de elecciones: a mayor participación, menor posibilidad de cualquier manipuleo… ¡No lo vuelvo a repetir!”.