¿Por qué los demócratas se equivocan con la dictadura Maduro?
Entre la dictadura de Chávez (1999-2013) y la dictadura de Maduro (2013- 2021) median 22 años de dos variantes que, adscritas al modelo socialista, han venido cumpliendo el objetivo de hacer cenizas a la democracia venezolana desde sus raíces más profundas.
Son variantes que no solo llegaron a ser diferentes sino hasta contradictorias, dando lugar a la conseja -hasta hace poco voceada incluso por opositores- de que “con Chávez las cosas fueron diferentes”.
Debemos referirnos también a los tiempos – a los años en que Chávez ejerció el poder y en los que lo ejerce Maduro – tan diversos en cuanto a que Chávez fue electo en una Venezuela donde la democracia era aun el sistema dominante, mientras que Maduro gobierna ya cuando el autoritarismo ha avanzado.
Años los de Chávez que fueron los últimos de la Venezuela petrolera, al comienzo con precios del crudo bajos pero estables y al final con el boom que los empinó a los más altos de la historia (128 dólares el b/d), dando lugar al total de la cifra de tres billones de dólares que constituyen el costo bruto de la instauración del socialismo en Venezuela.
Por tanto, fue la época ideal para la introducción del sistema híbrido de capitalismo unos días y socialismo otros; de convocar una Asamblea Constituyente que, en lo esencial, mantuvo el régimen de partidos, la alternabilidad en el gobierno y los derechos y garantías individuales de la Constitución del 61, pero abriéndole paso a un presidencialismo con el cual podía violar la Carta Magna cuantas veces le diera la gana.
Fue así como, entre partidos democráticos que tenían participación ciudadana más o menos importante, libertad de expresión sin intermediaciones, de promesas de respeto a la propiedad propiedad y una política social agresiva que involucró a las Fuerzas Armadas en actividades que no eran de su competencia, se fue mutilando la democracia, tomando las instituciones y disolviéndolas para convertirlas en instrumentos del Novo Orden.
Un aparte nos merecería el sistema electoral que, de independiente y constituido por miembros electos por el Congreso Nacional, comenzó a ser controlado por el Poder Ejecutivo, por rectores seleccionados por el oficialismo y Miraflores y dotado de un sistema electrónico de conteo de votos, -las tristemente célebres Smarmatics-, que convirtieron a los candidatos socialistas en ganadores netos de cuantas elecciones presentaran.
Y otro, el novedoso modus operandi chavista de mantener al país en una eterna agitación y confrontación, pero sin permitir que la sangre de los conflictos llegara nunca al río, pues cuando amenazaban desbordarse, el teniente coronel llamaba a los diálogos gobierno-oposición, no para resolverlos, pero si para enfriarlos y volverlos a calentar cuando las condiciones les resultaran favorables.
Se instauró, entonces, en Venezuela, lo que llamamos la “dictadura electoralista”, una que no solo tiene su origen en unas elecciones prescritas en una Constitución vigente, sino que las “usa” para ir tomando el poder mediante simulaciones y solapamientos que conducen, tanto a los fines del viejo socialismo, el del Siglo XX, como para dejar en sus víctimas la impresión que todo ocurre de acuerdo al más irreprochable respeto a la Constitución.
Y como todo este asalto contra la democracia se realizó en la etapa crepuscular de la era petrolera, que tuvo su canto de cisne con el boom de los precios 2004-2009 que le permitió al neodictador implementar políticas sociales para los sectores de bajo recursos y de la clase media, se le hizo aun más fácil la mutilación de las instituciones en una ola de bienestar que bautizaron como “socialismo del siglo XXI” y que no solo encontró apoyo nacional sino internacional.
Y así hasta los años finales de la década cuando los precios del crudo se desplomaron; las cuentas nacionales entraron en déficit; escasearon los petrodólares para el engaño y las fantasías y el modelo con el cual se quiso innovar y lavar la cara del stalinismo y del castrismo hizo aguas y el socialismo petrolero venezolano empezó a ser como todos los socialismos: pobre, incompetente y corrupto.
Chávez no pudo ver el final del proyecto con el cual llegó a sentirse como el sucesor de Fidel Castro, pues murió de un cáncer de pelvis el 5 de marzo 2013, pero su sucesor, el líder de un sindicato de autobuses, Nicolás Maduro, ya vino a empuñar la horca y el cuchillo y a gobernar con todos los instrumentos de persecución, tortura y muerte con que se desempeñan todas las dictaduras socialistas.
Para empezar, su elección fue denunciada por fraude por el candidato opositor, Henrique Capriles, y aunque el organismo electoral venezolano controlado por la dictadura no admitió las pruebas, como tampoco organismos multilaterales de la OEA, la Unasur y el Mercosur, fue notable que el oficialista Maduro solo ganara la presidencia con 300.000 votos.
Pero la prueba más contundente de que con Maduro llegaba la cubanización del llamado “socialismo del siglo XXI”, no vino sino durante los meses de febrero y junio del 2014, cuando una rebelión estudiantil iniciada en San Cristóbal el 12 del segundo mes del año se convirtió en una protesta nacional -la primera gran protesta después de las grandes manifestaciones celebradas durante los años 2002, 2003 y 2004-, convocada por los partidos Voluntad Popular, Vente Venezuela y Alianza Bravo Pueblo, que aún lideran Leopoldo López, María Corina Machado y Antonio Ledezma, que sacudió al país, arrojando un saldo de 43 fallecidos, 486 heridos y 1854 ciudadanos detenidos.
Fue el movimiento que se llamó “La Salida”, adversado por el resto de partidos opositores que integraban la MUD (“Primero Justicia”, “Acción Democrática” y “Un Nuevo Tiempo”) pero que demostró que la estrategia electoral de enfrentamiento a Maduro estaba condenada al fracaso si no contaba con un CNE libre e independiente y con la decisión de desafiar y derrotar la dictadura en la calle.
Desbordada a tal extremo cuando finalizaba el primer semestre del año que, Maduro -ahora si acordándose de las zamarrerías con que Chávez se enfrentaba a la oposición-, convocó a un diálogo nacional con respaldo internacional, a nombre del cual se disolverían las protestas, sustituidas por un Acuerdo entre las partes para que el país recobrara la paz.
Y así comenzó la cultura de los diálogos y negociaciones que aparecen cada vez que la dictadura entra en crisis, el pueblo toma la calle, la oposición se une a una salida que surja de la gente, y del seno del oficialismo unas veces, o de la oposición otras, o de las dos, aparecen estos salvadores que invocando la paz y la necesidad de evitarles males mayores al país, llaman a una mesa, sea de diálogo o de negociación y del cual saldrá el Acuerdo que prepare el camino para Maduro se vaya y regrese la democracia pero sin más “llanto, sudor y lágrimas”.
Son fenómenos que ya se han celebrado cuatro o cinco veces (2016, 2017, 2018, 2021), que apenas una vez, el 2016, conoció un Acuerdo que, por supuesto, Maduro no reconoció ni aplicó, hasta el último que terminó hace una semana en Ciudad México, sin ningún resultado.
Pero vendrán otros seguramente y la gran pregunta es: ¿Por qué Maduro con toda su política represiva, violenta y de violación de los Derechos Humanos encuentra siempre aval entre los demócratas de dentro y fuera del país, para convocar o ser convocado a diálogos en los cuales jamás se llega a Acuerdos y, si se llegan, los ignora y desconoce de la manera más monda y lironda?
Una respuesta puede estar en el influjo que aun persiste en la oposición nacional y la comunidad internacional de aquel “socialismo democrático” fundado por Chávez que intentó hacer efectivo con sus políticas sociales y la pluralidad ideológica y partidista que medianamente existió en su régimen, y que Maduro, si bien las rechaza en la práctica abierta y brutalmente, aun publicita y se dice y siente representante de ellas y propenso a hacerla realidad si se le presiona y negocia.
Otra puede surgir del hecho de que, contrariamente a lo que se esperaba, después de la caída del Muro de Berlín y el colapso de la URSS, el socialismo, si se dice “democrático”, aumentó exponencialmente sus adeptos y bien desde los gobiernos y o de los partidos, se espera que los totalitarios en el poder sean “comprendidos y aún “queridos”.
Y una última: Los partidos de la oposición venezolana (salvo la excepción de “Vente Venezuela” que se define como “neoliberal) son en su mayoría socialistas y socialdemócratas y tienden a ver al castrochavismo y al madurismo, no como marxistas violentos, fanáticos y totalitarios, sino como “hermanos” o “primos” descarriados que pueden volver al “socialismo democrático “ si se les dan buenas razones y argumentos para convencerlos de que “es más costoso” mantener un sistema inviable y rechazado por la mayoría, que optar por otro que se pueda tolerar y compartir.
Y con estas y otras “comprensiones” sigue el socialismo, el totalitarismo y la dictadura avanzando y llevando su cauda de odio, violencia, muerte y ruina por todo el mundo.