Mis candidatos chavistas
Si viviésemos en un país normal -¡ay, si viviésemos en un país normal!- posiblemente animaría a votar en noviembre por algunos candidatos del Psuv. Así me justifiqué ante el amigo… y camarada de viejas luchas… Roberto Malaver, quien, a propósito de mi último artículo de opinión, Unidad por abajo, me escribió reclamándome mi respaldo a algunos candidatos por el solo hecho de poseer la cualidad cuantitativa de poder derrotar al gobierno. Díjome Malaver que eso no se parece al mensaje «tercerista»: ni gobierno ni oposición sino todo lo contrario, que yo vengo sosteniendo. Me puso a pensar su protesta.
A los pocos días, mi queridísima amiga de toda la vida, Delvi Sanguino, mi novia del liceo Simón Bolívar en San Cristóbal (mi novia eterna, suelo llamarla), me contó este curioso episodio: su hermana, contraria al chavismo desde siempre y parte de esa clamorosa mayoría que se opone al gobierno de Maduro, quien vive en Palmira, municipio Guásimos, estado Táchira, le confesó que le gustaba la gestión del actual alcalde que es del Psuv, Evaristo Zambrano creo que es su nombre, y que, díjole trémula, cual hereje de la religión oposicionista, consideraba votar por él. Delvi, también antichavista de toda la vida, la animó a hacerlo. Cuando me lo contó, la felicité por esa decisión.
Y mi hermana Isabel, también de larga prosapia oposicionista, alguna vez llegó a decirme que si el candidato único a la gobernación de Miranda por la oposición hubiese sido el fulano «interino», ella hubiese votado por Héctor Rodríguez.
Quizá es hora, y noviembre la ocasión, en fin de cuentas son elecciones para autoridades estatales y municipales que no atañen a los Poderes Públicos nacionales, para que los venezolanos de un lado y de otro nos atrevamos a dar el paso de votar por alguien «de la otra acera», si lo merece, claro está, y no votar a favor del mío, por malo que sea. Henri Falcón, lo sabemos todos, cuando fue candidato del chavismo a la alcaldía de Barquisimeto y a la gobernación de Lara, solía ganar con votos de la oposición.
Comprendo, sí, comprendo, que enfrentamos un proyecto de partido/Estado que quiere copar y controlar todas las instituciones, aferrándolas entre su puño de acero, incluyendo gobernaciones y alcaldías. Pero quizá para que allá se desaten fuerzas democráticas que se anidan, que tienen que anidarse en su interior, alguien debe dar el primer paso despolarizador. Al fin de cuentas, ninguna hegemonía por autoritaria que sea, es monolítica y homogénea.
Si hasta regímenes mil veces más criminales y totalitarios como el franquismo, el pinochetismo, el apartheid y los comunismos de Europa oriental, y entre nosotros el gomecismo y el pérezjimenismo, produjeron desde sus entrañas las fuerzas que posibilitaron transiciones democráticas pacíficas exitosas, ¿cómo no esperar que algo así pase en esta curiosa fuerza que es el chavismo-madurismo, donde conviven socialistas sesentosos, algunos pocos comunistas, incluso socialdemócratas radicales, fascistas con mazo y todo, militares, empresarios, pueblo devenido «clase» burocrática, y muchos, muchos oportunistas que están allí sólo para medrar del Estado? A veces siento que en algún momento al chavismo-madurismo se le presentará la misma disyuntiva histórica que se le presentó al andinismo a la muerte del Benemérito: o la barbarie de Eustoquio Gómez, o la civilización de Eleazar López Contreras.
Dicho todo esto, me atrevo a decir que dudaría, al menos dudaría, en Falcón acerca de si votar o no por un joven cuadro del Psuv como Víctor Clark, y en Nueva Esparta si hacerlo o no por Dante Rivas, y en Anzoátegui si hacerlo o no por Luis José Marcano, y en Yaracuy si hacerlo o no por Julio León Heredia, y en Apure si hacerlo o no por Eduardo Piñate. Hasta allí. Acaso podría mencionar a Héctor Rodríguez, pero el acto del G4-MUD de no acogerse con algo de humildad a la voz de sus batalladores alcaldes en el área metropolitana, me llevaría, si sufragara en Miranda, a votar por la candidatura a la gobernación que éstos postulan.
Ojalá el 22 de noviembre tengamos una nueva geografía política, donde ninguna fuerza, tampoco alguna de las oposiciones, sea «dueña del patio». Un país multicolor. Y que desde Miraflores se dé entidad, reconocimiento y respeto a todos, y que el nuevo Consejo Federal de Gobierno sea la prefiguración del Gobierno de Emergencia y Unidad Nacional que Venezuela reclama a gritos.