Indiferencia electoral
No nos sorprende que no arranque la campaña electoral a pesar de los numerosos candidatos a nivel local y regional. El exceso está en el lado de la supuesta oposición como lo previó y diseñó el régimen, que tiene sus fichas muy bien precisas. Sabemos que nunca ha sido necesario abrir el lapso de abierta promoción de los nominados para tener el más adecuado ambiente electoral.
Así que no pueden alegar que el CNE sea un organismo de tanto rigor y los aspirantes tan bien disciplinados como para esperar la señal de arrancada, porque ésta antes la señalaba el propio proceso de inscripción de los candidatos, circunstancias que han cambiado y se han adaptado a mantener la estabilidad del régimen.
A primera vista, el problema está en el hastío y en la indiferencia generalizadas de gran parte de los ciudadanos respecto a unos comicios que no reflejan la solución a la grave situación que nos has llevado esta gran conflicto que se ha mantenido por más de dos décadas.
Nadie se come el cuento de una usurpación que, siéndola, al mismo tiempo es rigurosamente democrática, algo obviamente absurdo. En verdad, esta indiferencia electoral es, aunque lo nieguen sus entusiastas concurrentes, una total indiferencia política. Todos sabemos que vivimos en un totalitarismo muy del siglo XXI, con márgenes calculados de juego para no sucumbir, como a la postre ocurrió con el fascismo y el comunismo soviético. En lugar de los fusilamientos masivos de los bolcheviques en la Rusia que tomaron por asalto, o los de La Cabaña y de toda Cuba que decidieron los hermanos Castro y Ernesto Guevara, se economizan cualquier costo político y tiempo al estimular dos soluciones: una diáspora de millones de personas o una desaparición no directa al matar de hambre y de mengua, lentamente, a los que permanecemos en el país.
Esta indiferencia no es la misma que los especialistas redujeron a una desafección política en sociedades capitalistas, altamente consumistas, sino desprecio y condena a la política y a los políticos que nos trajeron a esta situación, o mejor, a la politiquería y politiqueros que nos hicieron creer que eran los adalides de la oposición, y que ellos eran la solución rápida de este gran conflicto que seguimos padeciendo, para terminar en unas negociaciones celebradas en el México presidido por López Obrador, un aliado de Nicolás Maduro.
Los propios candidatos del régimen saben que no tendrán las competencias necesarias para alcanzar algo en gobernaciones o alcaldías, o controlar algo en los Consejos Legislativos o las cámaras municipales. Ya sabemos que todo, absolutamente todo, se decide y decidirá en Miraflores hasta para comprar unos lápices para la oficina. Sólo heredarán los problemas económicos y sociales creados por este régimen, contentándose – eso, sí – con reprimir cualquier descontento en cada aldea, pueblo y ciudad, barrios o urbanización, calle o callejuela del país. Cargarán con la cara fea del Estado comunal, pero ni modo: toman la posibilidad real, cierta e inmediata de una gobernación, diputación, alcaldía y concejalía, adscritas a una corriente interna del PSUV, o se friegan la vida al ser castigados por el poder central.
El caso de los negociadores de México es demasiado triste. Por ser una negociación desigual: el régimen sigue montando la pauta y la agenda, y la oposición debe contentarse con las migajas y los huesitos de pollo que caigan de la mesa, sin derecho a chistar. Lo que se logre será una fantasía, pues los actuales gobernadores de Táchira, Mérida, Nueva Esparta y Anzoátegui, muy bien pueden decirnos cómo les ha ido por estos años, por más esfuerzo que hayan intentado hacer, corriendo con la suerte de no ir presos bajo cualquier pretexto y soportando a los llamados protectores con todas las facilidades y recursos que pueda darle el estado central. Si lográsemos alcanzar otras puntos importantes, por ejemplo, la gobernación del estado Miranda o la del Zulia, será para demostrar antes los organismos internacionales una cara democrática, que disminuya la presión y las sanciones que tanto les asustan y les molestan. Sin hablar de algún pase de factura a nivel interno.
En Venezuela nadie quiere ser profeta del desastre; por el contrario, necesitamos erradicar la indiferencia que se ha producido en el venezolano, para lo cual es necesario retomar la confianza del ciudadano, ser más transparentes y claros en el actuar político y dejar a un lado las apetencias personales y partiditas. Para continuar insistiendo, persistiendo y resistiendo, el ciudadano debe estar en primer lugar y, después, todo lo demás.
@freddyamarcano