Democracia o demagogia
Aristóteles receló siempre de la democracia, primero, porque le parecía muy peligrosa para la paz pública por la división y el enfrentamiento entre ricos y pobres que ella solía producir y, lo mismo que Platón, la asoció con el gobierno de la chusma, del populacho; después, porque le parecía que representaba la subordinación de la razón a la pasión; y finalmente, porque a su manera de ver ella podía derivar muy fácilmente en demagogia. Montesquieu decía que cuando una democracia está dirigida por personas mediocres el peligro de que degenere en demagogia es inminente.
La democracia, aunque sigue siendo considerada la mejor forma de gobierno, es un sistema frágil que paulatinamente se ha venido acercando hacia la demagogia, ya no solo para mantener el poder, como apuntaba Max Weber, sino también para conservarlo. Por tal motivo, la democracia ya no puede ser considerada igual que en los tiempos de Heródoto, Platón y Aristóteles, porque al transmutarse en demagogia, deviene en una forma engañosa e irresponsable de ejercer el poder o de hacer política, que promete a los pueblos el paraíso terrenal y solo se centra en cultivar la ignorancia, el sectarismo y la animalidad pasional.
Pierre-Joseph Proudhon, sociólogo francés, afirmó que: “El demagogismo es el poder entregado, como si fuera un juguete carísimo, a una multitud harapienta, inculta y con ansia de venganza. La degeneración de la democracia, en todos estos casos, conduce a la oclocracia, o sea al gobierno abusivo de la plebe, al margen de toda ley y de toda costumbre”. La demagogia es reconocida y aceptada irracional e irreflexivamente por las masas, quienes detestan todo pensar propio, todo esfuerzo por saber de verdad y también de ser.
El filósofo español José Ortega y Gasset dijo, en su libro Rebelión de las masas: “Ellas, demagogia y masa, solo saben de insultos, de intolerancia, de fanatismos de toda índole. Un régimen legítimo en su origen y en el desempeño eficiente de sus funciones en salud, educación, empleo, desarrollo, medio ambiente, seguridad, solo es reconocido por el pueblo responsable…”.
Continúa diciendo Ortega y Gasset: “Las muchedumbres no aman la libertad, ni el ánimo esforzado; aman el mito caudillista, la dádiva fácil, el establo que brinda seguridad. Tarde o temprano toda demagogia ha terminado en fracaso estrepitoso, pero dejando tras sí un caudal de infortunios. El drama político de la demagogia tan contagiosa, radica en la irresponsabilidad con la que maneja las ideas, la mescolanza de las mismas; ideas no propias, por cierto, sino emanadas de otros, seudo intelectuales irresponsables, ʻproselitistasʼ de mentiras y de verdades vueltas locas, que son peores que los vicios».
La democracia exige esfuerzo, cumplimiento de deberes, asunción de responsabilidades, sacrificios. La demagogia solamente sabe prometer dádivas, listas de derechos a las muchedumbres, nada de deberes. La demagogia, carente de ideas positivas, dotada con una mentalidad confusa, embrutece, embriaga a las masas pasivas con dosis interminables de palabras zumbantes, de ruido, de mitos, a años luz de la realidad desnuda que demanda deliberación serena y grandeza de propósitos.
Así habla Ortega y Gasset de la demagogia: “es ella propia de mentes vagas, almas patéticas, atraídas teatralmente por gesticulaciones heroicas que han visto antes en los libros…». Apela la demagogia actual, presente en muchos países, entre ellos Venezuela, al odio, al encono, a la división, al estupor cotidiano, al escándalo con el fin de aturdir, de evitar la reflexión y las horas indispensables de silencio creador. Silencio necesario, donde habita el genio de la prudencia y la sabiduría.
Las muchedumbres sucumben al embrujo de la demagogia, de los sueños míticos, del odio a la inteligencia, a la crítica, al que sabe, al que tiene mucho honradamente, a la cultura, a la representación política plural; embrujo ese de los nacionalismos extremos, anti migrantes, racistas. Ese sucumbir equivale a una capitulación de lo mejor de la persona, su espíritu, su nobleza generosa; significa una renuncia a las libertades.
Según mi criterio, el desarrollo y fortalecimiento de la democracia no debe dejarse solo en manos y al arbitrio de los políticos. En Venezuela existen múltiples dirigentes, más allá de los políticos, que deben ser convocados a participar en la definición del rumbo hacia donde se quiere conducir al país. Desde esta modesta tribuna, yo seguiré abogando porque en nuestro país, se instaure una democracia verdadera, que sirva y se rija por el derecho. Democracia que respete a los migrantes pobres, a la tolerancia, al pluralismo, al medio ambiente y a la inteligencia. Lucharé sin descanso para doblegar toda forma de demagogia en las ideas y en los hechos. En fin, me comprometo a trabajar en pro de la construcción del sólido y robusto sistema democrático que necesita y se merece nuestro país.
Coordinador Nacional del Movimiento Político GENTE