Del Consenso de Washington al Consenso de Cornwall
En un artículo reciente la economista Mariana Mazzucato señala que el mundo necesita un nuevo consenso, y específicamente señala que el Consenso de Washington debe ser sustituido por el llamado Consenso de Cornwall («que refleja los compromisos expresados en la cumbre del G7 en Cornwall, Inglaterra, en junio del 2020»)
Este cambio de paradigma implica pasar del predominio del mercado al del Estado, argumento sin duda controversial, pero con una lógica bastante clara: el sistema actual es insostenible. Las alertas ambientales, sociales, políticas e incluso económicas han estado sonando y hay que prestarles atención. El mundo corre contra reloj en varios temas. Actuar con un nuevo paradigma es fundamental.
Un supuesto detrás de todo consenso es la capacidad de coordinación, y esta implica de cierta manera que no haya altos niveles de polarización. Sin embargo, el 2020 fue el año en el que la mayor cantidad de países alcanzaron sus niveles máximos de polarización en las últimas cuatro décadas. Medidos con respecto a ellos mismos, casi la mitad de los países a nivel mundial llegaron a su punto más alto de polarización, lo que sin duda afecta la capacidad de coordinación de los gobiernos más allá de sus fronteras, pues frente a situaciones de polarización interna la atención suele estar en el plano nacional, entre otras razones por un tema de sobrevivencia política.
En ese contexto los retos globales implican decisiones y acciones colectivas entre los Estados que no necesariamente son populares entre la población que conforma su base de legitimación, bien sea electoral o bajo otra figura. Un ejemplo claro es el tema migratorio, en gran medida las migraciones forzadas que tienen lugar en varios países son consecuencia de problemas globales como el cambio climático, las redes internacionales de terrorismo, o incluso del orden post colonial que creó divisiones artificiales que han desembocado en conflictos sangrientos. Pero, por otro lado, la recepción de migrantes, que no es la solución de fondo, es un problema que se aborda unilateralmente por cada Estado.
El Estado es la pieza fundamental sobre la que está construido el orden mundial, y es la bisagra que une los intereses locales con los globales. Es posible que sea el actor más propicio para lograr la coordinación global de miles de actores, pero mientras su poder se derive de una base de apoyo local el interés nacional siempre estará por encima del interés mundial. Un buen ejemplo es lo que ha ocurrido con el Covid-19, cada país ha actuado bajo sus propios intereses, el cierre de fronteras y la carrera por obtener más vacunas son una clara evidencia de esto. Alienar los intereses nacionales con los internacionales es una pieza fundamental del rompecabezas actual, y el bienestar propio puede ser un poderoso incentivo.
Un discurso idealista pudiera plantear que los Estado pondrán sus intereses particulares de lado y velarán por el bienestar colectivo (mundial), sin embargo, dados los paradigmas actuales, esto luce poco probable. Una alternativa es hacer uso del paradigma dominante actualmente y colocarlo a favor de la causa común; por ejemplo, un tornado puede afectar a las personas que viven en las costas de Luisiana, así como a aquellos que viven en Haití (claro que el efecto en este último es mucho más devastador por las deficiencias en infraestructura). La migración forzada puede terminar teniendo consecuencias en el bienestar de las personas por el colapso de ciertos servicios en los lugares de acogida, por ejemplo.
Está en el interés particular de los Estados encontrar soluciones a los problemas globales. El reto es lograr que sus respectivas bases de legitimidad lo comprendan. No es una tarea fácil, más cuando hay actores que utilizan estrategias que buscan incrementar la polarización para llegar al poder, o mantenerse en él. Y si bien la información puede ser un aliado poderoso para revertir esa tendencia, es necesario que los Estados actúen para regular los mensajes que dividen a la sociedad, y en ese sentido los límites de la libertad de expresión están en el corazón del debate. No solo se trata de regular a las empresas que ofrecen el servicio de una red social, las personas deben asumir la responsabilidad por lo que dicen.
Twitter: @lombardidiego