Olvídate de los barrios y las familias campesinas y no votes
A veces, por defecto profesional, trato de mirar mi mundo inmediato como un cuerpo que no acaba de integrarse. Esto lo siento cuando pienso en la ruralidad: las miles de familias que viven en los pueblos llaneros, andinos, costeños, en las inmensidades del sur de Venezuela nombrada con esa palabra mágica “Guayana”. Esto es muy grave. Según las cifras en Venezuela de los 22 Estados que existen, en 17 de ellos solo hay actividad agrícola en el mas amplio sentido: siembran, alimentan ganado, pescan, procesan insumos vegetales, animales, hasta turismo ecológico han inventado en algunas partes del país.
Si las cifras son correctas en ese mundo no-urbano deben convivir más de 100 mil familias, gentes apegadas al sitio donde nacieron y que alguna esperanza albergan de un futuro que pudiera ser mejor.
Igual pensamiento me embarga cuando estoy en alguna de nuestras ciudades: Valencia, Maracaibo, Barquisimeto, Maracay, Cumaná, Maturín, Porlamar, Ciudad Bolívar, Barinas, Acarigua, San Felipe. Veo los barrios y las urbanizaciones como partes de un cuerpo sin reunificar. Viviendas y barrios improvisados de un lado (el mas grande) y hermosas residencias estilo californiano del otro. En medio de ese entorno contradictorio viven mas de 15 millones de venezolanos y de nuevo si sacamos la cuenta deben existir alrededor de 4 millones de familias.
Es como una constante a la no-integración. Hay un detalle sobrecogedor que declara la arquitecto Elisa Silva en su premonitorios trabajo “!Integración barrio ciudad” y lo transcribo textualmente: “En los mapas de la década de los 60 dibujaron casa por casa de cada barrio, lo que prueba la antigüedad que tienen en la ciudad. Pero en los mapas de los años 80 borraron los barrios. Los dibujaron como una sola polilínea sin nada de detalle por dentro. El resto si está detallado con sus calles, sus urbanizaciones, pero esa parte no. Hubo una suerte de negación como fenómeno, que acompaña las políticas de erradicar barrios hasta cierto tiempo”.
Es un reconocimiento de la ciudad fragmentada, las urbes cuyo problema vital se evidencia en la mayor parte de su trama; en sus precarias viviendas, escuelas sin equipamiento, emprendimientos sin recursos, ausencia de servicios eléctricos, agua potable y manejo eficiente de deshechos públicos. Los barrios no son reconocidos como tejido urbano. Son desconocidas las familias, viviendas, cultura y modo de ser que representa a la amplia mayoría de la población. Parece una practica muy común: creer que, si no puedes con el problema, simplemente lo invisibilizas, lo borras. Declara que es tu derecho no verlo, comprenderlo y aceptarlo. Algo así como “tengo el derecho a no aceptar la existencia de los barrios populares, y punto. A partir de los años 80 eso ocurrió, los barrios dejaron de existir en la cartografía urbana. Pero, la realidad es ruda y se abre paso sin clemencia , cualquier vecino que habite en Prados del Este se ve obligado a visualizar en su autopista el brote desordenado de viviendas que crecen sin cesar. No se cuántas casa se construirán cada año, pero indudablemente son más cada día.
Esta es una practica aparentemente cultural en la consideración de la ruralidad y en la relación barrio- ciudad que lamentablemente también existe en la política.
Me acongoja ver personas insufladas de energía sin límites, con gran valor y decisión, recorrer el país para pregonar en esos humildes pueblos que la mejor opción es desechar la invitación a votar. Una oportunidad que Jose Machillanda, ese gran estudioso de la significación e importancia del mundo militar defiende con ardor: “Ciudadanía valiente, cívica, dispuesta a empezar ejecutando una nueva vía -el civismo- sin colores, pero con genio y convicción democrática, democracia plural, dispuesto a la reforma y sobre todo a estremecer a otros venezolanos aún disfrazados de militares. La civilidad ha motorizado una nueva vía valiente y está apostando desde ya a la necesidad de volver a empezar a reponer la democracia, léase la paz, la paz entre los venezolanos. La Nueva Vía corresponde al ciudadano de bien que muestra una vía de acción desarrollando contra la involución, la indolencia y la falta de decoro y sinvergüenzura de quienes piensan que pueden gobernar echando plomo y recibiendo plomo. ¡Se acabó! Adelante con la Nueva Vía y la Venezolanidad valiente”.
Es de nuevo la encrucijada, no podemos integrar a los campesinos, los agricultores, a la familias rurales a nuestro modelo de crecimiento, entonces muy simple, anulemos su existencia, procedamos como un país de petroleros que consume, se alimenta en los lugares más modernos del país, de la tierra y olvidémonos de ese mundo perdido. En nuestras ciudades donde crecen edificaciones modernas, centros comerciales con las mejores tiendas del mundo y ahora con bodegones por doquier, olvidemos esos barrios pobres y ofrezcamos mendrugos, bolsas Clap y mucha represión. Podemos ser felices si no los vemos.
En política, seamos consecuente con la desintegración, olvídate de votar, no creas que Roberto Picón y Enrique Márquez están luchando por limpiar al máximo toda la suciedad que sembró Chávez para garantizar su permanencia en el poder. EL 21N quédate en tu casa, si hay un juego de beisbol, confórmate, simplemente no hagas nada y deja que la esperanza que se esta alimentado desde muchos sitios se muera de inanición.
La consigna es olvídate de las familias campesinas. Olvídate de los miles de barrios que rodean nuestras urbanizaciones y desatiende cualquier camino nuevo que te ofrezcan. Alguien, por cierto, muy apreciado, reivindica el derecho a olvidar, borrar, no participar, como un derecho. Claro, existe la paz, pero también el derecho a la guerra; la oportunidad de ser responsables, pero también el derecho a negarnos. Mientras, ante cualquier inquietud, serenidad, no te preguntes ¿cómo lucho contra el caos, me acuesto a dormir mientras otros se arriesgan a salir a votar? Y, sobre todo, insulta al que te pregunte ¿Tú, qué propones?
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