Mi reencuentro con Teodoro

Opinión | septiembre 22, 2021 | 6:20 am.

Cuando por allá en 2005 Teodoro Petkoff publicó Dos izquierdas, y andaba yo compartiendo con otros el sueño improbable de su candidatura presidencial para 2006, sentí una curiosa desazón. Pude ojear el libro y noté que se trataba de un compendio de escritos inconexos acerca de un tema que el autor de esos portentos intelectuales que fueron Checoeslovaquia: el socialismo como problema¿Socialismo para Venezuela? y Proceso a la izquierda, debía haber a mi juicio tratado con mayor enjundia. Así que me declaré en rebeldía teodorista y nunca lo leí. Pensaba que no estaba a la altura de Teodoro. Sin embargo, en estos días, debido a un azar que no viene al caso comentar, cayó en mis manos de nuevo el dicho libro y resolví, esta vez sí, darle el beneficio de la duda y leerlo con atención.

Quienes me conocen saben de la estrecha relación que toda la vida tuve con Teodoro, desde la fundación del MAS hasta su doloroso fallecimiento. Una relación de admiración, casi de un hijo para un padre en lo que a la política se trata, de estrecha colaboración en muchos momentos de su vida. Haber sido su secretario en 1982 y 1983 (cuando su primera candidatura presidencial) es probablemente, junto con mi activismo en derechos humanos de 1988 a 1994, la etapa más enriquecedora y de mayor aprendizaje en mi ya larga vida pública.

Hubo momentos en que nuestra identidad desde el punto de vista del pensamiento llegó a ser tan intensa que parecíamos expresarnos casi con las mismas palabras sin siquiera ponernos de acuerdo. Me atrevo a contar, con legítimo orgullo, que a mis 20 y tantos Teodoro me dijo acerca de dos textos que escribí estas dos frases que tengo por hermosos homenajes en mi memoria: «Esa vaina parece que la hubiera escrito yo», y «Ese prólogo está mejor que el libro».

Claro, también tuvimos desacuerdos importantes que debatimos siempre con rudo respeto.

Esta lectura de Dos izquierdas me ha servido para confirmar esa identidad incluso existencial que comento. Ha sido para mí como reencontrarme con Teodoro. En temas como Chávez, Lula o China, muchas de sus frases las he pronunciado o escrito yo aún sin haberlas leído, en conversaciones, entrevistas y artículos de opinión.

Pero hoy quiero simplemente copiar varias de sus reflexiones sobre un tema que duele por lo próximo y de cuyo tratamiento adecuado depende en buena medida el futuro democrático y el progreso social de Venezuela: la oposición (reflexiones que, como se podrá observar, quien esto escribe comparte palabra por palabra desde hace muchos años):

En Chávez: la izquierda borbónica nos recuerda Teodoro que luego del golpe fallido del 11A, y después de que el gobierno procurara abrir un margen de diálogo y negociación, «la oposición, obsesionada todavía por la idea de encontrar una salida a través de la violencia, preparándose para el nuevo round golpista, no quiso engranar con esta política y pocos meses después la atmósfera de guerra civil se había enseñoreado de nuevo del país«.

Por aquellos días tumultuosos me opuse terca y públicamente a la propuesta de paro indefinido (indetenible, según el necio eufemismo de Carlos Ortega) y muchas veces he argumentado que a ese lamentable desencuentro se debió que los sectores más autoritarios y militaristas del chavismo hegemonizaran ese movimiento político. De hecho, Teodoro dice más adelante que se debió «poner a prueba la actitud de Chávez, respondiendo en el mismo terreno (la invitación a diálogo), procurando una evolución menos traumática y de real convivencia de la vida política nacional«. Fue así como llegamos a lo que Teodoro califica como una «increíble subestimación y desconocimiento del ‘otro’, que rápidamente sustituyó el razonamiento político por el juicio de intención» (casi un retrato de la Venezuela de estos últimos años).

Más adelante dice Teodoro: «Curiosamente, en nuestro país se gestó una atmósfera propia de los años de la Guerra Fría, que encontró cada vez mayor eco en la (proverbial) estolidez del Departamento de Estado, cuya injerencia en nuestros asuntos, a su vez, potenció a la oposición, pero, paradójicamente, también a Chávez, a quien aquella intromisión le permitía pulsar la tecla nacionalista«. ¡Qué no diría Teodoro en estos tiempos de sanciones y amenazas de invasión!

Nos habla luego Teodoro de que a los errores del gobierno «se suman de nuevo los de la oposición, que no se quedó atrás. Fue como un juego de espejos». Por allí he sostenido que esa oposición extremista es una suerte de chavismo especular: es decir, como en el espejo, iguales pero al revés.

Escribe Teodoro que «ya definido el gobierno por la estridente derecha opositora como ‘castro-chavista’ y como una ‘dictadura totalitaria’, el juego se hizo suma cero. Contra una ‘dictadura totalitaria’ -‘que de prolongarse seis meses más acabaría con el país’, según rezaban los argumentos ad usum en aquellos tiempos- por supuesto ‘vale todo’. Así que la oposición, dominada por sus sectores más extremistas y más radicalmente conservadores, (…) se dejó embarcar en la aventura golpista -cuyo único resultado, tras el fracaso de abril de 2002, y después de la injustificable ‘toma’ de la plaza Altamira y del paro petrolero, no ha sido otro que reforzar el poder de Chávez». ¿Se habría imaginado Teodoro que con los años llegaríamos a argumentos como los de: «con delincuentes no se negocia», «comunismo no sale con votos», «una narco-dictadura sólo puede ser desplazada del poder a la fuerza», etc., etc., que, como hemos escrito tantas veces, se esgrimieron no sólo para justificar la abstención y la ruptura de varios procesos de diálogo (Teodoro nos recuerda que Chávez no se levantó de la mesa de negociaciones ni cuando el paro petrolero), sino payasadas como las del 30A, ignominias como la de Macuto y el oprobio de una oposición que se atrevía a pedir la invasión gringo-colombo-brasileña de nuestro país?… todo lo cual al final sólo ha remachado en él a quienes ejercen el poder político desde hace ya ¡cinco lustros!

Al hablarnos de un poder que ya con Chávez pudo definirse como autocracia, y de la «filosofía autoritaria» de eliminar los contrapesos institucionales, nos recuerda cómo a ellos: poder y filosofía autoritaria, «no es ajeno el último de los grandes errores de la oposición, cual fue el de denunciar un ‘fraude’ en el referendo revocatorio del 15 de agosto de 2004, que no pudo demostrar, pero denuncia que propició una masiva abstención opositora en las subsiguientes elecciones regionales del 31 de octubre de 2004, en las cuales el chavismo ganó 20 de las 22 gobernaciones y 270 de las 335 alcaldías en disputa» (y eso que no podía prever, cuando escribió los textos del libro de marras, la boba abstención de 2005, «nariceados por los muchachitos de Súmate», como me dijo una vez, que le regaló al chavismo el control absoluto de todos los Poderes Públicos). Igual a la inconsistente denuncia de «fraude» en las presidenciales de 2013, que llevó a que esa oposición perdiese ese mismo año centenares de alcaldías que de) otra forma pudo haber ganado. O a la prédica abstencionista que le permitió al actual gobierno ganar, entre 2017 y 2020, la mayoría de las alcaldías y de las gobernaciones, la Asamblea Nacional y la mismísima presidencia… ¡aún siendo minoría electoral desde 2015!

Concluye Teodoro con una sentencia que fue profética: «…una oposición de nuevo tipo irá surgiendo, sobre las ruinas de la antigua, a la cual no será ajena el desarrollo de los dilemas sociales, políticos, morales que lleva el chavismo por dentro«. Así fue: a raíz de remover con la candidatura de Teodoro las aguas estancadas en las que el brote extremista de 2002 y la estúpida abstención de 2005 dejó sumida a la oposición, y de haber reconstruído un nuevo liderazgo y enrumbado a la oposición por la ruta democrática, fue posible: ganarle al más poderoso Chávez el referendo de 2007; conquistar las principales gobernaciones y alcaldías en 2008 y 2009; obtener más votos que el PSUV en 2010; y ganar la AN en 2015… sendero promisorio que la oposición extremista tuvo la «genial» idea de abandonar desde finales de 2016.

Tocaría ahora, luego de 5 años perdidos en el laberinto de un nuevo brote extremista, un esfuerzo semejante. ¿Quién podrá asumir esta histórica tarea? ¿La desprestigiadísima y astrosa MUD-G4? ¿La incipiente Alianza Democrática? ¿Un tercero en discordia -un outsider, quizá, como pasó en 1998 y como procuramos fallidamente con Teodoro en 2005- que logre seducir a ese 3er sector que todas las encuestas dicen que es mayoría con un mensaje que se parezca a aquello de que se vayan todos: ni gobierno ni oposición sino todo lo contrario? Difícil saberlo.

En fin, pues, que este reencuentro que he tenido con Teodoro me ha confirmado en los mismos ideales democráticos y de justicia social por los que un día de 1970 decidí seguir su liderazgo confrontando al extremismo de la izquierda comunista … y también al extremismo del capitalismo salvaje. Y seguir luchando, mientras tenga aliento, por el cambio político democrático en paz y en soberanía a que aspira la mayoría de los venezolanos de buena voluntad.