Los pájaros sin alas de las torres gemelas
Escoger entre el fuego abrazador y el vacío incierto de las alturas dio lugar a una de las escenas más aterradoras de la absurda matanza de seres inocentes, ocurrida hoy hace veinte años, en el Centro Mundial de Negocios de la ciudad de Nueva York, ante los ojos del mundo entero.
Hombres y mujeres en las alturas casi infinitas de aquellas espléndidas estructuras arquitectónicas, eran cercados por las llamas de un infierno que descendió del cielo, durante su jornada cotidiana y corriente de trabajo. ¿Qué acudiría a sus mentes? ¿Qué intuirían como explicación de tan insólito hecho? ¿Cuáles serían sus primarias reacciones mientras las llamas los acordonaban y crujían pavorosamente las estructuras metálicas de la opus magna del arquitecto japonés Minoru Yamasaki…?
Carreras sin dirección, miradas desorbitadas, abrazos extraviados, empeño de unos en encontrar una salida, desesperanza de otros que la sabían inexistente. Una llamada por celular a sus seres queridos como último hilo virtual con la vida. No había tiempo para más. El único aliento era el de la brisa intensa de las alturas que se colaba por los ventanales destrozados. Y esa, la única apuesta incierta, utópica, para escapar del más aterrorizante de los elementos. Quedaba el postrer asidero a la vida, fuente inextinguible de milagros: bomberos esperando por ellos con una resistente lona o cualquier otra fantasía que el sentido de sobrevivencia alentara febrilmente en aquellos segundos. Se atrevieron al vacío y, en el trayecto: la vida vivida, los seres amados, las promesas incumplidas, las sonrisas de sus niños, los triunfos en sus carreras, el recuerdo de sus viejos, su existencia toda recorriendo sus mentes con la misma velocidad de la caída.
Al final, la nada, el silencio total. El silencio inocente de quienes se fueron sin tener idea sobre las razones de su suplicio. El silencio que no podemos olvidar y debemos convertir en pasión contra quienes agiten o apoyen el fanatismo, en cualquiera de sus expresiones, aunque sea subrepticiamente, ese flagelo de la bestialidad que sobrevive y aún habita en la humanidad luego de milenios de civilización.