Los bodegones no matan el hambre
Cuando analizamos la industria petrolera en Noruega nos encontramos una de las premisas más importantes que adoptó el reino vikingo ante la expectativa de crecimiento de esa actividad. Los responsables de la estrategia noruega asumieron como principio que ninguno de los sectores económicos de punta del país sería barrido por la convivencia o efectos de la industria petrolera. Así lo postulan entre sus principios estratégicos, ideados en 1971 por Rolf Hellem, cuyo objetivo era revertir las rentas del petróleo a los ciudadanos noruegos:
• Los descubrimientos hidrocarburíferos han de explotarse de tal forma que se minimice la dependencia de Noruega de proveedores de petróleo.
• Nuevas actividades industriales han de ser desarrolladas a partir de la producción de crudo
• El desarrollo de la industria petrolera debe tomar en cuenta las actividades industriales ya existentes y la protección del medio ambiente.
A diferencia de Noruega (1), los responsables de la estrategia petrolera en Venezuela no consideraron sus efectos en las actividades económica ya existentes lo cual produjo efectos negativos en algunos sectores industriales, pero sobre todo en la producción agroalimentaria. Era mucho más fácil afincarse en políticas importadoras, afianzadas por la fortaleza de nuestra moneda (en aquella época) amparada por el maná de recursos que se derivaba de las actividades del sector petróleo.
Para nuestra desgracia a partir de 1999 se conjugaron dos terribles eventos que afectarían la suerte de todos los venezolanos. La primera, la toma del poder por representantes de un socialismo que venía con la idea obsesiva de ajustar las cuentas al país y entre ellos a los responsables de la industria petrolera, un objetivo político simultáneo con la destrucción del sector agrícola, acusados como explotadores del campesinado. Con ambos eventos se inicia una fase agresiva de expropiaciones, destrucción de la productividad, paradójicamente acompañada de una estrategia, de importación de alimentos sin precedentes, llevada a cabo por los nacionalistas defensores de la patria.
El régimen chavista madurista se ocupó fundamentalmente de atacar la propiedad mientras el mundo estaba cambiando como señala el Profesor Pedro Sánchez, de la Universidad de Florida, al resaltar logros alcanzados en sus experiencias en el continente africano: “Lograr tasas más altas de crecimiento de la productividad agrícola requerirá innovación técnica, es decir, hacer las cosas de manera diferente y hacer las cosas existentes de manera más eficiente. El uso mayor y más eficiente de semillas mejoradas, fertilizantes minerales e insumos orgánicos son ampliamente reconocidos como condiciones previas para lograr el crecimiento de la productividad en las granjas africanas. Los fitomejoradores tendían a probar sus materiales mejorados en África utilizando prácticas agronómicas de vanguardia, incluidos los fertilizantes minerales”.
Esos eran los retos en lugar de llevar la lucha política al campo, sabiendo que el sector alimentos es privilegiado por su capacidad de resurgir después de las crisis. Sin embargo, deslumbrados por los altos precios del petróleo (2008/2014) Chávez se concentró en el ataque a la propiedad agraria y en una política de importaciones financiadas por el petróleo que arruinaron a los principales instituciones proveedoras de alimentos a los venezolanos.
En 2016 comienza un etapa irreversible de caída de los pecios del petróleo, luego impactada por efectos de la pandemia, con ello la holgura para seguir importando alimentos desaparece. Pero ya el mal estaba hecho. Los productores habían sido expulsados, las fincas destruidas, los centrales azucareros cerrados, Agroisleña expropiada y con ello decretada la imposibilidad de abastecer los mercados de los rubros básicos.
Chávez, con los recursos petroleros, tomó el camino fácil: importar alimentos, destruir los productores nacionales y ejercer una política de restricciones ante cualquier intento de promover el crecimiento de la producción de bienes del sector agroalimentario.
Pero como decía Héctor Lavoe, “todo tiene su final / nada dura para siempre”. Como ya sabemos el resultado de esta orientación política fue doble: la destrucción de la industria petrolera, lo que significaba la caída de los ingresos provenientes de esa actividad, y con ello la imposibilidad de seguir importando alimentos masivamente como respuestas a las demandas del país.
Es importante señalar que la caída de la economía venezolana era patente ya en 2013 como señala Antonio de las Cruz: “La caída del Producto Interno Bruto desde 2013 a 2019, es brutal, pasa a ser en 2015, 10.570 dólares per cápita, a una economía, en 2019, de 2.300 dólares per cápita”. Por tanto, no es producto de sanciones externas que ocurrieron después de 2019.
La crisis que hoy padecemos y la predicción de que si el deterioro económico continúa con el mismo ritmo destructivo los niveles de inseguridad alimentaria aumentarán significativamente más allá de los de 2019 cuando alrededor de 9,3 millones de venezolanos padecían inseguridad alimentaria, según la escala del Programa Mundial de Alimentos.
Vivimos una hambruna que afecta a toda la población, que presiona la migración de millones de venezolanos en busca de respuesta a sus necesidades básicas.
Por todo ello es imprescindible reconocer cuáles son las causas del caos alimentario que nos afecta. La primera, las políticas expropiatorias y la sobreregulación ejecutada ferozmente por Chávez y continuada por Maduro que determinaron la ruina del sector agrícola, vegetal, animal y agroindustrial. Se expropiaron más de 5 millones de hectáreas de fincas productivas. En segundo lugar, la pérdida de ingresos petroleros. Las importaciones masivas no pudieron ser suplidas por medidas populistas como la caja Clap. El régimen se quedó sin soluciones y sin dinero, incapaz de resolver la hambruna creada por él mismo.
El hambre que afecta al 90% de los venezolanos no puede ser resuelta tampoco por la aparición de una fauna de bodegones de alimentos importados con precios en dólares cuando el salario mínimo de una familia venezolana no llega a $3,54 dólares por mes. El más bajo de América Latina, inferior incluso a Haití considerado por mucho tiempo uno de los países más pobres de la tierra.
Con este panorama por delante se impone la sensatez, la solidaridad con los que sufren de verdad, los que no pueden siquiera entrar en los bodegones. Es perentorio. Basta de peleas inútiles. Actuemos como seres humanos responsables. Oigamos al Profesor Sánchez (2), tenemos la oportunidad.
(1) “¿Cuánto saben los venezolanos de su industria petrolera?”. Publicado por Cedice – Libertad
(2) Agricultural productivity must improve in sub-Saharan Africa Profesor Pedro Sánchez. Revista Science. 2021