La Caracas destruida
La capital venezolana es el mejor monumento de la ineptitud revolucionaria. La calamidad que muestra Caracas es el rostro de una revolución absolutamente corrompida. No es necesario hurgar demasiado, para encontramos con una ciudad maltratada, en una profunda decadencia social, que se expresa en su abandono.
La arquitectura, que ofreció prestancia de una urbe engalanada de historia, se cae a pedazos. Algunos Gobiernos locales se convirtieron en su mayor envilecedor, no pasó mucho tiempo, para que quienes la administraron, fueran una verdadera desilusión.
La última frustración fue encarnada por la alcaldesa Érika Farías, literalmente huyó de sus responsabilidades ante su pésima gestión y el repudio general. Su gestión estuvo acompañada de múltiples desaciertos. Se encargó de hacer de Caracas la capital de la basura, promovió políticas que buscaban el revanchismo. Cuando nos adentramos en sus parroquias nos conseguimos con sectores que carecen de lo elemental para vivir dignamente. Los servicios públicos colapsaron, por la inoperancia de administraciones indolentes. Pocos se interesaron por la suerte de los caraqueños desde las esferas gubernamentales.
Es increíble que aquella seducción, que ejercía la ciudad, como muestra fehaciente de su esplendor continental, haya caído tan bajo. Uno escuchaba al visitante extranjero maravillarse por la modernidad de sus amplias avenidas llenas de vida. Muchos espectáculos de gran nivel internacional, abrían sus temporadas allí. En la agenda de las distintas agencias estaba la ciudad como referente de la excelencia. Desde Europa y Estados Unidos llegaban maravillosos exponentes del arte en diversas manifestaciones. Reconocidos medios internacionales relataban la visita de personajes que disfrutaban de nuestras bondades gastronómicas, calidad hotelera y generosas propuestas para la inversión.
Caracas era el espejo de la pujante Venezuela en tiempos democráticos. Sus parroquias gozaban igualmente de un desarrollo sustentable, ciertamente existían problemas, pero jamás de la magnitud de ahora. Una metrópoli llena de oportunidades, para todo aquel que se reconocía en ella. Caracas gozó de ser el epicentro de la modernidad del hemisferio, lo de ahora es dolorosamente patético. La urbe parece una agria caricatura de horror. En los barrios crece la necesidad al igual que los escombros.
Es notorio la dejadez en sectores que parecen las entrañas del inframundo. En las noches caen las sombras que acompañan la falta de alumbrado eléctrico. La delincuencia rivaliza con la carencia de agua potable, ni hablar de la profunda hambruna que padecen la mayoría de sus habitantes. Todo un cuadro desolador que refleja la mayor obra de la mala práctica revolucionaria.
Caracas es solo parte de una realidad nacional con secuelas profundas que ha dejado una doctrina basada en la malversación del erario público. La incapacidad de funcionarios que les quedó grande la querida capital. La cuna del Libertador está sucia y llena de olvido. La génesis de la emancipación americana padece una crisis sin precedentes.
Estamos persuadidos que Caracas renacerá de sus cenizas. Existe demasiada historia y amor de los caraqueños para dejarla morir. Es necesario rescatarla de las garras de la podredumbre. Hemos sido pasivos a la hora de encontrar un nuevo destino. Un liderazgo comprometido con Caracas debe asumir el protagonismo.
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