Hitler y Stalin mataron a otros 8 millones de civiles
Es bien sabido que la Alemania nazi asesinó cerca de 6 millones de judíos. Lo que muchos desconocen es que, junto al horror del Holocausto, los regímenes de Hitler y de Stalin asesinaron a otros 8 millones de civiles, la mayoría mujeres, niños y ancianos.
Esta historia, ignorada por muchos, la cuenta el historiador estadounidense Timothy Snyder en su libro Tierras de sangre. Se suele identificar el horror del siglo XX con los campos de concentración. Del mismo modo, los asesinatos en masa en Europa suelen asociarse con la muerte en cámaras de gas, pero no fue el gas el método más empleado para los genocidios.
Más de 7 millones de civiles y prisioneros de guerra murieron porque se les dejó perecer de hambre. Snyder describe en su libro la magnitud del horror que supuso el asesinato de 14 millones de ciudadanos europeos en solo 12 años – los que van desde 1933 a 1945. El estudio del escritor implica aspectos militares, políticos, económicos, sociales, culturales e intelectuales, y se basa en la extensa documentación aparecida con la apertura de los archivos de la Europa Oriental y en los testimonios de las víctimas y los de algunos verdugos. Las tierras de sangre no son un territorio político real o imaginario: son simplemente los lugares donde los regímenes políticos de Europa realizaron su obra más mortífera.
Snyder examina el contexto político, cultural e ideológico vinculado a un área específica de la tierra, en la que los regímenes de la Unión Soviética de Stalin y la Alemania nazi de Hitler cometieron asesinatos en masa de personas no combatientes. La mayoría fuera de los campos de exterminio del holocausto. La tesis de Snyder es que las tierras de sangre es la región que comprende lo que hoy en día es Polonia, Ucrania, Bielorrusia, Rusia y los Países Bálticos. Esta fue la zona donde los regímenes comunista y nazista, a pesar de sus objetivos en conflicto, interactuaron para aumentar el sufrimiento humano y el derramamiento de sangre muy por encima de cualquier cosa vista antes en la historia de occidente.
El escritor observa similitudes entre los dos regímenes totalitarios, a la vez que describe las interacciones que permitieron que se incrementaran la destrucción y el sufrimiento ejercidos contra los no combatientes. Haciendo uso de muchas fuentes nuevas, primarias y secundarias, de la Europa del Este, Snyder aporta información sobre muchas partes olvidadas, incomprendidas o incorrectamente recordadas de la historia, sobre todo tomando en consideración que la mayoría de las víctimas murieron fuera de los campos de concentración de los regímenes respectivos. En contra de un punto de vista frecuente, Snyder estima que los nazis fueron responsables de aproximadamente el doble de asesinatos de no combatientes que el régimen de Stalin.
En el verano de 1939 Europa se temía lo peor. La expansión del Tercer Reich era imparable: en solo un año Hitler había tomado el control sobre Austria, la actual República Checa, Eslovaquia y parte de la actual Lituania. Todos sospechaban que el siguiente paso de Hitler sería la invasión de Polonia. Francia y Gran Bretaña se comprometieron a protegerla, pero poco importó: el primero de septiembre de 1939 Alemania invadió el país, dando comienzo a la II Guerra Mundial.
Como apuntaba Goebbels, la propaganda nazi, envuelta en mentiras, también conquistó el corazón de muchos pacifistas que soñaban con caminar al lado del líder del Tercer Reich. Pareciera que hasta Ghandi se anotó en esta onda cuando en mayo de 1940, se refirió a Hitler en términos elogiosos: “No considero a Hitler un ser tan malo como parece o representa. Él está mostrando una capacidad increíble y parece estar consiguiendo victorias sin demasiado derramamiento de sangre”, dijo.
Gandhi, como un apóstol de la no-violencia, también llegó a pedir a los judíos en Alemania no enfrentar a ese régimen con resistencia pasiva: “Si fuera un judío nacido en Alemania y me ganara la vida allí, reclamaría a Alemania como mi hogar tanto como el más alto gentil alemán, y le retaría a dispararme o a arrojarme a una mazmorra; rechazaría ser expulsado o someterme a un tratamiento discriminatorio. Y para hacer esto no esperaría a que los otros judíos me acompañaran en mi resistencia pasiva, sino que tendría confianza en que el resto seguiría mi ejemplo”.
Coordinador Nacional del Movimiento Político GENTE