Elogio del plátano y del cambur
El muy consumido y sabroso fruto denominado banana, conocido también como plátano guineo, maduro, banano, cambur o gualele, es un fruto comestible, de varios tipos de grandes plantas herbáceas del género Musa. A estas plantas de gran porte que tienen aspecto de arbolillo se las denomina plataneras, bananeros, bananeras, plátanos o bananos.
Los plátanos – de los que se conocen más de 1.000 variedades-, proporcionan alimento a grandes poblaciones humanas cocinados en dos formas principales:
• Plátanos de postre o dulces, para comer principalmente crudos, con gran parte de su fécula convertida en azúcar, en dulce placer, destacando la variedad cavendish.
• Plátanos de cocinar o de guisar, más grandes, se comen cocidos de formas diversas, con diferentes variedades como el plátano macho o el pisang awak en Asia. Se suelen consumir hervidos, asados o fritos, independientemente de si están maduros o no.
El término plátano surgió en el siglo XV desde el latín platanus, que a su vez proviene del griego antiguo en el que plátos significa «ancho», haciendo referencia a la anchura de las hojas del árbol. Se cree que la palabra «banano» es de origen africano, posiblemente de la idioma wólof o de las lenguas bantúes banaana, que posteriormente pasó al portugués.
Banana surgió más tarde, alrededor del siglo XVIII, posiblemente como préstamo lingüístico por el comercio con los portugueses, que entró luego al vocabulario castellano por Canarias y se extendió a América, donde en algunos lugares se prefiere usar el término «banana».
Como disfruto comer al hermano mayor del cambur, el plátano, en cualquiera de sus modalidades para cocinarlo: horneado entero para luego añadir queso blanco, en tajadas para darle barandas a un pabellón, verde para freír tostones o patacones, eso sí sin Kétchup, en la muy criolla torta o en tortitas del fruto con queso, y por supuesto, el rey de mi cocina, horneado con mantequilla, ron y canela en rama; al igual que el guineo su hermano menor, que también hace de las suyas en los baratos menús de la Francia de mis tiempos de estudiante de posgrado en París, y en el menú de los venezolanos de pocos ingresos sancochado o en forma de buñuelo.
El gordito y robusto cambur manzano nunca me gustó; los titiaritos sí, de su primo el topocho tengo noticias cuando engalana un hervido de carite o de picúa.
¡Buen provecho!