Una policía municipal con actitud responsiva
En el municipio Libertador de Carabobo, y seguramente en el resto de los municipios del estado, los cuerpos policiales no gozan de una buena imagen pública y es más bien percibida como corrupta e ineficaz. Quizá alguna alma, de esas que abundan ahora en las redes que todo les ofende, dirán que mis palabras son injustas y que le falto el respeto a los policías honestos que aún existen. , Pues bien, esos policías honestos también saben que la gente los mete en un mismo saco cuando son víctimas de un matraquero que le pide “algo pa’ los frescos”. La víctima no dirá “un corrupto me quitó 10 dólares en una alcabala”, si le ven una identificación, un uniforme y un arma reglamentaria dirán que fue un policía.
Esta percepción del público debe ser modificada si queremos que nuestra sociedad funcione. Los ciudadanos respetuosos de la ley merecen tener cuerpos policiales que puedan proteger su patrimonio y sus vidas de los maleantes. Si eso no ocurre ¿para qué policías?
Los gobiernos municipales, que tienen policías municipales, tienen el deber de gestionar estos cuerpos para transformarlos al punto en que puedan alcanzar una actitud responsiva.
Por actitud responsiva queremos decir: 1) cuando el servicio solicitado es uno que puede proporcionar la policía, este debe ofrecerse con la mayor rapidez y competencia posible; y 2) cuando el servicio solicitado no se puede proporcionar, se debe ofrecer una explicación satisfactoria y, siempre que sea posible, se debe hacer una referencia apropiada.
Este ideal es alcanzable más que con dotación de armas, vehículos y motos, con capacitación y adiestramiento apropiado. Hoy en día la formación de los aspirantes a policía es corta, con más énfasis en el orden cerrado que en el conocimiento apropiado de los derechos humanos que deben respetar y defender en el momento de estar en el servicio. Una colega politóloga, quién tuvo la oportunidad de dirigir la policía de Naguanagua, me comentaba precisamente que uno de sus principales obstáculos gerenciales era la ausencia de profesionalización de los funcionarios.
Es necesario que los nuevos alcaldes y concejales sean capaces de comprender que un policía no se hace entregándole a cualquiera un uniforme y un arma. Se requiere un profesional, alguien capaz de levantar un acta policial al ocurrir un hecho delictual, que permita a los fiscales actuar contra el delincuente, que sepa actuar en condiciones difíciles como, por ejemplo, una protesta o una manifestación pública, que pueda atender las solicitudes de los ciudadanos de forma adecuada y, muy urgentemente, no reproduzcan la matraca como norma de acción.
Es claro que ese policía que esperan los ciudadanos no puede seguir teniendo un sueldo de 5$ al mes. Ese sueldo, una pistola y un cono de tránsito son capaces de multiplicar las alcabalas al infinito. Es necesario que las exigencias a la policía se correspondan con salarios y contratación colectiva que satisfagan y motiven las buenas prácticas. El desafío de administrar policías no es sencillo, no obstante, es imprescindible. Las ciudades se hacen más prósperas, con más actividad comercial e industrial, con más actividad cultural y recreativa, si son seguras.
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