¿Negociar qué?
Una vez más en Venezuela se abre la posibilidad de la negociación para lograr una salida a la crisis que atraviesa el país. Esto no es inédito, de hecho, es parte del repertorio de situaciones que se han repetido en el contexto venezolano durante las dos últimas décadas, las cuales se han movido en un péndulo cuyos extremos son la salida por la fuerza por un lado y la opción electoral por el otro lado. Dentro de ese rango en el que los puntos más alejados del centro por lo general han captado la mayor atención, la negociación se presenta como una opción tímida y con poca credibilidad debido a sus fracasos en el pasado.
En el contexto anterior aparece de nuevo la opción negociada, por lo que es inevitable interrogarse si en esta ocasión es una alternativa viable o, por el contrario, si solo servirá para dilatar aún más la agonía de un país que desfallece.
Un primer elemento que se debe resaltar sobre esta negociación es que, a diferencia de situaciones anteriores, esta vez no surge como consecuencia de una revuelta social. La primera vez que durante el chavismo se llamó abiertamente a una negociación fue luego de los eventos del 11 de abril de 2002; otro proceso de negociación que tuvo bastante resonancia mediática ocurrió en el 2017, luego de las protestas que tuvieron lugar ese año.
La negociación recién anunciada, y que tendrá lugar en México, no responde a alguna revuelta social directa, y sí a la presión internacional. Entre la crisis económica y social, el éxodo de venezolanos, y el impacto del Covid-19, el país se encuentra en gran parte desmovilizado. Lo que al parecer ha forzado al Gobierno de Maduro a considerar sentarse en la mesa de negociación es el ahogo financiero producto de las sanciones impuestas por los Estados Unidos. En este sentido, es factible pensar que al oficialismo le interesa tener un respiro económico si desea mantener su base de apoyo, la cual es más clientelar y basadas en alianzas de intereses económicos que ideológica.
En el escenario actual el oficialismo además va a la mesa con un proceso electoral en puertas y una oposición fragmentada, lo que pudiera permitirle apostar por la opción electoral como mecanismo de legitimación ya que tiene posibilidades ciertas de obtener un triunfo electoral. Pero, además, las elecciones regionales le ofrecen al oficialismo mucho que ganar desde el punto de vista de su necesidad de legitimarse y, por otro lado, son un riesgo menor desde el punto de vista de la amenaza a su poder. En este contexto el Gobierno va a una negociación en la que puede ganar mucho arriesgando poco, siempre y cuando la oposición se mantenga en su misma situación (fragmentada y sin capacidad de movilizar).
En este contexto, los actores que están negociando en nombre de la oposición deben incluir en la agenda aspectos que impliquen un costo real para el Gobierno. Un ejemplo de este tipo de puntos tiene que ver con la desconcentración del poder, que no necesariamente pasa por un proceso electoral sino por una reforma estatal. El manejo presupuestario es clave. En este sentido es fundamental que la aprobación de los recursos y la rendición de cuentas sea un punto en la agenda de negociación. De igual manera, desmontar la amenaza del Estado Comunal es otro factor primordial. Finalmente, aspectos fundamentales como la libertad de expresión y la no coacción a través de la violencia son indispensables.
Si la agenda de negociación se centra en lo electoral se estará perdiendo una gran oportunidad. Sí, es necesario fijar una ruta en la que las elecciones tengan un papel, pero estas tendrán un impacto positivo siempre y cuando el aparato del Estado se encuentre funcionando, aunque sea medianamente, y esto pasa por una mayor transparencia y eficacia en el uso de los recursos, algo que por si solo este Gobierno ha demostrado que no es capaz de hacer. Como en todo proceso de negociación el resultado favorecerá a aquel que sepa lo que quiere, y que por lo tanto tenga una estrategia clara. Este momento es clave para que la oposición defina su hoja de ruta de mediano y largo plazo, sin atajos electorales o de fuerza.
Twitter: @lombardidiego