La peor derrota de la democracia liberal después de Vietnam
Definitivamente, no es sólo la derrota de Estados Unidos de Norteamérica. No. Ni siquiera es la del actual gobierno que preside el presidente, Joe Biden. No. Diría que es todo eso y mucho más. Es la derrota de la sociedad abierta y competitiva, de la democracia liberal, constitucional y de Estado de Derecho que se bate en todos los frentes del Siglo XXI contra el totalitarismo y el neototalitarismo, el socialismo y el comunismo, el pupulismo y el autoritarsmo.
Es la auténtica primera guerra mundial de la historia, territorialmente más amplia que las se conocen como tales, sean la Primera y Segunda Guerra del Siglo XX, pues si aquellas se desarrollaron en teatros de operaciones de Europa, Asia y parte de África, esta auténtica Primera Guerra Mundial se fragua en las Américas, Europa, Asia, África, Oceanía y sus batallas pueden sentirse, simultáneamente, en Myanmar y Filipinas, las dos Coreas, China, Hong Kong y Taiwán, India y Pakistán, Arabia Saudita y Yemen, Irán y EEUU, Israel y Palestina y los países de la UE que, de un lado, luchan contra el Brexit, y del otro, contra la política sin fronteras que, desde la UE, quieren imponerle a los países de Europa del Este.
La otra característica y naturaleza únicas de la nueva guerra es que, estratégicamente, no se decide en el espacio de los campos de batalla, ni con las armas que desde la prehistoria y hasta el siglo pasado se empleaban para desarmar y derrotar ejércitos, sino disparando ataques cibernéticos, activando redes sociales que propagan noticias falsas, desinformación y contrainformación y misiles de cabezas múltiples que como la “postverdad” no permite conocer la causa, efectos, actores, forma y contenido de los hechos.
Quedan las presiones, sanciones, boicots, embargos y aranceles más y aranceles menos de la economía para subir o bajar precios que promueven fenómenos de hiperinflación o deflación que, en meses, pueden reducir a cenizas o inflamar hasta el cielo las economías.
Es la guerra de los entes intangibles, microfísicos, inasibles, invisibles e inaudibles, que están generando una formación de bloques de poder que, hasta ahora, no son totalmente conocidos ni identificados, pero que hacen tendencias y le están dando al mundo otra fisonomía, otra naturaleza y otro identidad.
Y que si ahora mismo nos asombran por el atentado suicida que llevaron a cabo hace unas horas en el aeropuerto internacional de Kabul con un saldo de 13 soldados norteamericanos muertos y cientos de heridos, es porque quieren ponerle firma a la derrota de las tropas de ocupación norteamericanas en Afganistán.
Pero que solo al comienzo de la guerra. En los primeros meses del 2002, cuando huyeron del país ante el avance de las tropas invasoras del entonces presidente Bush, se les pudo ver en físico, porque, posteriormente, desaparecieron, admitiendo su derrota en una guerra que, sorpresivamente, y sin que nadie diera razones para ello, duró 20 años.
Casi tantos como duró la guerra de Vietnam que comenzó a mediados de los 50 y terminó en abril de 1975, en combates, enfrentamientos, bombardeos y tomas de puertos y ciudades que gráfica y comunicacionalmente le dieron la vuelta al mundo, como para que quedara el testimonio de que la última guerra convencional y de la prerrevolución electrónica estaba a punto de terminar.
Fue, desde luego, el sello de la invasión que condujo a las tropas norteamericanas a invadir a Afganistán en noviembre del 2001, a raíz de que su gobierno controlado por un grupo fundamentalista islámico conocido como el Talibán, protegió y dio refugio a Osama Bin Laden, jefe de una banda terrorista, Al Qaeda, que perpetró el atentado contra las “Torres Gemelas” de Nueva York donde murieron 3000 norteamericanos.
Una operación relativamente sencilla porque el gobierno Talibán, Al Qaeda y Bin Laden, no ofrecieron resistencia y luego de semanas o meses de escaramuzas abandonaron el gobierno y se retiraron a las abruptas montañas, cuevas y alturas nevadas del país donde es fama, desde los tiempos de Alejandro, pueden desaparecer grupos, tribus y hasta ejércitos sin que se vuelva a saber de ellos.
Entre tanto, las fuerzas de ocupación enviadas por el presidente Bush, que no debieron trazarse una misión de más de dos años, pasaron a formar parte del plan de hacer de Afganistán una república democrática y civil y se unieron a una copiosa burocracia llegada de los EEUU que, pagada con los impuestos de los contribuyentes norteamericanos, no solucionaron los problemas del país, sino que los complicaron.
Aliados, desde luego, a la burocracia nativa y a la de los países aliados, en planes de los que se conocieron muy poco en Occidente y los EEUU, que hicieron nada o casi nada por modernizar y civilizar a Afgánistán, en tanto las noticias y rumores de cómo algunos de los grupos económicos que se residenciaron en las ciudades y campos ocupados, hicieron enormes fortunas frente a la pobreza de campesinos y artesanos que siguió siendo la misma o peor que la de los tiempos de los Talibanes.
Mientras tanto, se sucedían cuatro períodos presidenciales en el país de los Estados de la Unión, siendo principalmente notables el de George W. Bush que después de ocho años (2000-2008) dejó al país en la recesión más desastrosa de su historia y el de Osama Bin Laden (2009-2017), que gobernó como un crítico feroz de la historia, la cultura y las políticas de EEUU y, muy en particular, se declaró dispuesto a firmar una “Paz Eterna” con los países árabes e iniciar una “Era de Amistad y Reconciliación”.
Era imposible que esta política no tuviera un efecto demoledor en la moral de las tropas y del personal civil que aún permanecía en Afganistán, que no sintieran que sus esfuerzos y sacrificios habían sido inútiles y que mientras esperaban por una retirada notaran como los Talibanes reaparecían y volvían a ocupar sus puestos de combate.
Pero esa no fue la única y sola peste que cayó sobre la democracia liberal norteamericana después de los gobiernos de Bush y Obama, sino que, desde la administración de Bill Clinton (1993-2001), la primera de la postGuerra Fría, se redujeron los presupuestos para las fuerzas militares y de inteligencia, con el pretexto de que la democracia y el capitalismo habían ganado la batalla contra el comunismo y lo que seguían eran tiempos de “Paz Celestial”.
Un clima que aun se recuerdan como “los Años Dorados de Clinton” y que dieron lugar a que las escuelas, las High School y las Universidades norteamericanas fueran penetradas por olas de “educadores” marxistas y socialistas, profundamente críticos de la libertad, el capitalismo y el sistema de democracia liberal de los Estados Unidos.
A partir de mediados de los 90, empieza a crecer en los EEUU una generación de demócratas radicales, con ideas y sentimientos cercanos al socialismo y críticos de la historia de su país, al cual califican de esclavista, racista, explotador y causante de los peores males del mundo.
Es la llamada también generación “copo de nieve”, por por haber sido formada en una sociedad donde sobró de todo y no faltó absolutamente nada y por tanto predispuesta a “sentir” y no a “pensar” y hacerse culpable por los déficits que histórica y socialmente no acompaña la suerte de los menos favorecidos.
La gente, en definitiva, que se movilizó el año pasado tras las consignas del “Black Live Matter” y los radicales del Partido Demócrata, que abominan de los valores y símbolos de la democracia liberal y competitiva y vandalizaron sus símbolos a todo lo largo y ancho del país promoviendo marchas, saqueos, incendios, derribando las estatuas de los Padres Fundadores y solidarizándose con dictadores como Raúl Castro y Díaz Canel de Cuba y Nicolás Maduro de Venezuela.
Ola de protestas que sigue una corriente mundial muy de moda en UE, y que pretende crear una sociedad global donde desaparezca el estado nacional, la defensa y tutelas de los DDHH y los usos y modos de la sociedad civil continúen siendo los que heredamos de la civilización occidental y cristiana.
Oscuridad y nubarrones entonces en el contexto de la derrota del Ejército de Estados Unidos en Afganístán y por una facción fundamentalista islámica y es por eso que decimos que no fue la derrota de ningún ejército ni de ningún país, sino de la democracia liberal que es el principal legado de la civilización occidental y cristiana.