La Masacre del Perejil
Como se dijo en la primera parte de este artículo, el dictador dominicano “El Chapita Trujillo” llegó a acumular una fortuna personal estimada en unos 800 millones de dólares, la cual lo posicionó entre los 6 hombres más ricos del mundo. Al momento de su muerte contaba con 111 empresas en su haber. De distintas maneras, logró concentrar a lo largo de su vida una gran parte de la economía dominicana. Su partido contaba con una emisora propia, la RLTM, las iniciales de los cuatro principios del régimen trujillista: rectitud, libertad, trabajo y moralidad, coincidentes, “casualmente”, con las del nombre completo del sátrapa dominicano.
Uno de los asuntos a los que Trujillo prestó especial atención fue a la fijación de las fronteras geográficas, siempre dudosas, entre la República Dominicana y la otra mitad de la isla la Española: Haití. Los haitianos, herederos de la colonización gala y convertidos en un enclave de lengua francesa, en medio de un continente de lengua castellana, tuvieron que claudicar ante las exigencias del régimen trujillista, para ellos una auténtica potencia militar y un sueño económico. Trujillo, emprendió una visita oficial a Puerto Príncipe, la capital haitiana. Tras seis días de negociaciones, él y su colega Sténio Joseph Vincent llegaron a un acuerdo, que se firmó en Santo Domingo, convertida ya en Ciudad Trujillo.
La paz con Haití duró poco. Eran muchos los emigrantes haitianos que trabajaban en las comarcas fronterizas dominicanas, donde los salarios y el nivel de vida eran más altos. Su presencia, además de estimular el odio entre las dos comunidades, despertaba la animadversión de los obreros dominicanos, porque los haitianos aceptaban peores condiciones laborales. Trujillo acabó viendo su presencia como un intento de invasión en respuesta a la anexión de territorios que había conseguido en las negociaciones fronterizas, y decidió resolver la situación de manera drástica: ordenó matar a todos los haitianos.
La fatídica orden fue anunciada durante el transcurso de un baile de sociedad en su honor. Ordenó que los haitianos fueran asesinados con machetes y cuchillos, con el fin de ahorrar municiones. Los militares desplegados en las regiones fronterizas se pusieron manos a la obra de inmediato. Los asesinatos en la impunidad se multiplicaban. Algunas veces surgían confusiones y dominicanos eran ejecutados en plena calle. Fue una dramática matanza étnica. Los estrategas del genocidio se proveyeron de una fórmula sencilla para identificar a los haitianos: a los sospechosos se les obligaba a decir en voz alta la palabra perejil, difícil de pronunciar correctamente para hablantes de lengua francesa, y aún más para haitianos analfabetos, cuya única lengua era el creole.
La matanza duró cerca de un año. Los historiadores difieren en el número de víctimas, en su mayor parte cortadores de caña al servicio de las plantaciones norteamericanas: entre 15.000 y 35.000. La cifra que más se menciona es 25.000. El genocidio se perpetuó con el nombre de La Masacre del Perejil. La matanza culminó gracias a la presión internacional. El propio gobierno de Estados Unidos intervino, pero una vez más, Trujillo impuso su voluntad ante la debilidad del ejecutivo haitiano. Accedió a pagar una insignificante compensación de 750.000 dólares, el equivalente a treinta pesos por muerto. Pero en cuanto los norteamericanos se apartaron del acuerdo, Trujillo regateó y la cifra se redujo a 525.000 dólares, los cuales se duda que hayan sido pagados.
Una de las características de Trujillo fue que, su permanencia en el poder la consiguió sin violar el orden constitucional, alternando las legislaturas en que no podía presentarse a la reelección con las de candidatos que respetaban dócilmente su condición de Generalísimo de las Fuerzas Armadas, desde la cual impartía órdenes, instrucciones y vetos. “Dios manda en el cielo y Trujillo en República Dominicana», era uno de sus lemas. En las elecciones de 1942, recuperó la presidencia como candidato único y permaneció en el cargo hasta 1952, cuando fue sustituido por su hermano Héctor, al que también ascendió a Generalísimo.
Héctor ejerció la presidencia con los mismos métodos que su hermano, durante ocho años. En esa etapa, Trujillo asumió personalmente la cartera de Relaciones Exteriores. Se calcula que en los treinta años que se prolongó la dictadura trujillista fueron asesinadas 50.000 personas, y muchas más torturadas, secuestradas, violadas, encarceladas o exiliadas. Todo en un país que apenas superaba los siete millones de habitantes.
Tantos escándalos, fueron minando la relación de Trujillo con Estados Unidos. Había sido un socio muy útil, pero comenzó a resultar incómodo. Poco después de tomar posesión, el presidente Kennedy envió a un diplomático de prestigio a convencer a Trujillo de que se retirara, pero él hizo caso omiso. Sin embargo, todo comenzó a derrumbarse debido a que el dictador avergonzaba con su vanidad, atemorizaba con su crueldad, escandalizaba con sus esperpentos, como cuando nombró a su hijo Ramfis coronel a los siete años, y general y jefe de las Fuerzas Armadas a los diez, y soliviantaba con la corrupción desenfrenada que enriquecía a su numerosa familia.
Todo concluyó en la noche del 30 de mayo de 1961 en el kilómetro 9 de la carretera de San Cristóbal. Cuando se dirigía a visitar a una amante, fue víctima de una emboscada tendida por un grupo de once hombres dotados de armas proporcionadas por la CIA. Recibió sesenta balazos. Intentó escapar revólver en mano, pero fue rematado en tierra por el líder del grupo, el coronel Antonio Imbert Barrera, futuro presidente de la República. El poder fue asumido, provisionalmente por el vicepresidente, Joaquín Balaguer.
Ante el féretro de Trujillo, Balaguer pronunció un panegírico, diciendo, entre otras cosas: ”El momento es pues propicio para que juremos sobre estas reliquias amadas que defenderemos su memoria y que seremos fieles a sus consignas manteniendo la unidad. Querido jefe, hasta luego. Tus hijos espirituales, veteranos de las campañas que libraste durante más de 30 años, miraremos hacia tu sepulcro como un símbolo enhiesto y no omitiremos medios para impedir que se extinga la llama que tú encendiste en los altares de la República y en el alma de todos los dominicanos”. Después de este servil discurso, ¿qué opinión se podría tener acerca de su imparcialidad?
Miles de personas desfilaron ante el cadáver del dictador. El país entró en una etapa de enorme confusión. Los colaboradores más fieles, encabezados por su hijo Ramfis, intentaron, sin éxito, controlar el poder. El 19 de noviembre, cinco meses y nueve días después del magnicidio, la fuerza aérea, mandada por el teniente coronel Manuel Durán Guzmán, se rebeló en Puerto Plata, bombardeando algunos cuarteles y el ejército se rindió. Aquella misma noche, Ramfis, su madre, hermanos y demás familiares embarcaron en el yate Angelita, con los restos de Trujillo y 95 millones de dólares en lingotes de oro, rumbo a la isla de Guadalupe, desde donde volaron a París.
Afortunadamente, como dice la canción, todo tiene su final nada dura para siempre. Claro está que, mientras permanecen los regímenes autoritarios hacen mucho daño, pero luego, los 30 años trujillistas, los 27 gomecistas o los 23 chavistas, solo serán registrados como un pequeño punto negro en la línea del tiempo, de sus respectivos países, por supuesto que, quienes hayan vivido y padecido bajo estos regímenes tiránicos, no estarán de acuerdo con esta definición tan simple.
Coordinador Nacional del Movimiento Político GENTE