El vuelo de la reina Yulimar
Sus piernas largas no cabían en el estrecho catre. El espacio de la humilde vivienda apenas servía para sortear las camas en donde dormían sus cuatro hermanos. El techo agujereado dejaba ver las estrellas del cielo en Puerto la Cruz. La pequeña Yulimar Rojas observaba la vida más allá de las penurias de cacerolas colgadas y sin alimentos. Cuando los relámpagos y truenos se apoderaban de la Bahía de Pozuelos, se asustaba al saber que la lluvia anegaría al rancho. Las cubetas se llenaban de las lágrimas del cielo, las duras condiciones de vida, hicieron fuerte a la fiera de ébano, mientras un coleto la esperaba para la dura jornada, pocas oportunidades para disfrutar de vacaciones, escaseaba el alimento, al igual que momentos de esparcimiento en ambientes de confort.
Pocas veces tuvo un pastel de cumpleaños para festejar un nuevo onomástico, con el sacrificio de la pobreza como una cruz a cuestas. El drama de la necesidad escalofriante era el fiel reflejo de la desigualdad social que imperaba en la zona. Sobreponerse a las dificultades hizo que Yulimar Rojas se llenara de ganas de vencer.
En el atlético cuerpo moreno de la espectacular deportista se refleja una vida de rigurosos entrenamientos, una férrea disciplina hecha de sacrificios para lograr el cenit, pero en su mirada profunda de ultratumba está la insignia del pasado lleno de avatares.
Su enorme talento mostrado en otros escenarios internacionales, requerían del ansiado olimpo del deporte, el imponente fujiyama la observaba desde su meandro de blanco frac. En el estadio la esbeltez de un cuerpo perfecto. Cada línea reflejando la expresión del trabajo, las miradas atónitas ante un hecho histórico en el deporte mundial. Sus pies afincados sobre el suelo nipón para tomar impulso, rostro comprometido hasta la medula, la patria en el corazón y en las venas, como fiera avanzó como las garras sobre la presa, un salto que simbolizaba no solo una nueva marca mundial y olímpica, era ella sobre las dificultades y los recuerdos dolorosos, un zarpazo en contra de las tragedias que sufren aquellos que poco tienen. Se convirtió en la primera mujer venezolana en ganar un oro olímpico, alcanzó los 15,67 metros con un impresionante salto, superando la marca olímpica de la camerunesa Françoise Mbango de 15,39 m y el récord mundial de 15,50 m que la ucraniana Inessa Kravets obtuvo en 1995, antes de que Rojas naciera.
Hoy el mundo deportivo habla de sus grandes hazañas. Aquellas larguruchas piernas que no cabían en el catre la impulsaron, ya los agujeros del techo de zinc en Puerto la Cruz, colaban el brillo de las estrellas, era ella misma reflejándose en el espejo. El oro de Yulimar Rojas, no solo es un hecho histórico, hablamos de una atleta superdotada, un portento que debe servir de ejemplo para todos, es la victoria del sacrificio, en ese salto viajó la patria, hasta aterrizar en la eternidad, poco nos importa su ideología, preferencias sexuales y asuntos netamente privados. Nos quedamos con la felicidad que significa el hecho trascendental.
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