El Bolívar que era
A Luis José Oropeza, gran y competente aficionado a la economía
Desde que en nuestro país la inflación subía escalas hasta ascender al indeseable trono de la hiperinflación en noviembre del año 2017, el bolívar progresivamente ha ido dejando de cumplir las tres funciones principales del dinero. Como medio de pago para comprar bienes y servicios y para saldar deudas. Al perderse la confianza en el bolívar, las monedas y los cheques de éste, al igual que sus transferencias electrónicas, pierden aceptación, por lo que actualmente la gran mayoría de las transacciones (el 67%) en el mercado las hacemos preferentemente con el dólar. Como unidad de cuenta, para saber cuánto pagamos y para la fijación de precios. Primero se hace el cálculo en dólares y luego éstos se traducen en bolívares.
Y como medio para acumular valor, o sea, ahorrar. Los venezolanos ahora no recurren al bolívar, sino al dólar. El economista Asdrúbal Oliveros, director de la firma Ecoanalítica, informó que la mitad de los depósitos de la banca privada están en moneda extranjera en las llamadas cuentas custodia, por lo que la dolarización transaccional está pasando a tener elementos de una dolarización financiera.
Hay, pues, una dolarización de facto de la economía. Tenemos una nueva colonización: la colonización monetaria. Si no existiesen el dólar, otras divisas o la transferencia por Internet, tendríamos que volver, como en las economías primitivas, al trueque de mercancías.
Por la explicación anterior, es obvio que en los períodos de estabilidad económica el dinero mantiene su poder de compra, mientras que en los casos en que los precios de los bienes y servicios no son estables, el poder de compra del dinero aumenta o disminuye dependiendo de si los precios bajan o suben; también esa explicación nos muestra al bolívar como una moneda, prácticamente, inútil. Anda dando tumbos, con apellidos cambiantes –bolívar “fuerte”, bolívar “soberano” y bolívar “digital”, a partir del próximo primero de octubre-, por lo que se podría decir que tenemos un bolívar que, por su resiliencia, continúa “insepulto”.
¿Qué había que hacer para que esa tragedia no ocurriera? La respuesta es clara: atacar su causa, es decir, atacar la hiperinflación. Desde los orígenes del capitalismo se sabe que presenta oscilaciones periódicas de inflación y recesión, que se conocen como ciclos económicos. Disponemos ahora de dos herramientas fundamentales de política macroeconómica para controlar las graves inconveniencias del ciclo económico: las políticas fiscales y monetarias, dirigidas a controlar la demanda, que deben aplicar los gobiernos. Valiéndose de ellas, los Estados pudieron lograr en las economías de mercado un importante crecimiento económico en las tres décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial.
Si hay inflación/hiperinflación, la política fiscal del Estado sería el aumento de impuestos y la reducción de los programas de gasto –dos medidas restrictivas impopulares-, aparte de que el Parlamento puede tardarse en debatirlas y aprobarlas; por esas razones, al revés de lo que se pensaba en las primeras fases de la revolución keynesiana, los macroeconomistas hacen más hincapié en la política monetaria, cuyas medidas, a cargo de los Bancos Centrales, al poder adoptarse con rapidez, tendrían o tienen más eficacia contracíclica.
¿Cuáles son esas medidas si hay inflación/hiperinflación, como es el caso de Venezuela? Son cinco: 1) una de las llamadas operaciones de mercado abierto que, en este caso, sería la venta de valores (bonos de gobierno o bonos emitidos por el propio Banco Central), que conllevaría una reducción de la masa monetaria; 2) no aplicar políticas de redescuento con los bancos comerciales o fijar un costo alto a la tasa de redescuento; 3) fijar un encaje legal alto a los bancos comerciales para así reducir la capacidad crediticia de dichos bancos; 4) fijar topes de cartera limitando la actividad crediticia de los bancos comerciales; 5) fijar tasas de interés altas para reducir la disponibilidad de dinero y encarecer el crédito, contrayendo de este modo la demanda global de bienes y servicios y evitar así posibles presiones al alza de los precios.
¿Y qué ha pasado? Que las medidas de política fiscal (impuestos y gasto), que corresponden tomarlas a los que están al frente del poder ejecutivo (que aunque ilegítimos, lo ejercen porque tienen por la fuerza el control territorial del país), y del poder legislativo (también controlado por el oficialismo), no las han tomado; en tanto que las medidas de política monetaria, que corresponde tomarlas al Banco Central, tampoco las ha tomado, porque este es un organismo absolutamente subordinado al gobierno dictatorial imperante, sobre todo después de las reformas hechas a la Ley que lo rige, y, que, además ha financiado con emisión de dinero sin respaldo las políticas fiscales deficitarias del Ejecutivo (echándole al incendio inflacionario, la gasolina que no hay en las estaciones de servicio del país), saltando por encima de la prohibición establecida en el artículo 320 de la Constitución, lo que para el chavomadurismo es lo de menos, puesto que la violación de la Carta Fundamental ha sido y sigue siendo un gozoso y congénito comportamiento suyo.
En vez de implementar un plan para derrotar la hiperinflación (o sea, acabar con la causa de lo que está pasando), el régimen ya ha realizado tres reconversiones monetarias (2008, 2018, 2021), con la eliminación de 14 ceros al bolívar, sin que se sepa cuánto ha costado traer monedas y billetes (“que quedaron para artesanías”, dijo el economista Ronald Balza con aguda mordacidad) para los sucesivos conos monetarios. La nueva reconversión monetaria solamente servirá para simplificar y facilitar las transacciones y los sistemas contables, pero “volverán las oscuras golondrinas” con las alas de sus nuevos ceros. Y, fuera de toda duda, ya el bolívar no es el bolívar que era.
Pido excusas a los economistas –soy un aficionado, un simple y fervoroso aficionado al estudio de la economía, lo que importa es el conocimiento, adquiérase en el aula universitaria o en la sosegada lectura hogareña- les pido excusas, digo, por incursionar con mucha frecuencia en sus predios.