Al borde de la división
Conversaba con un apreciado amigo sobre la tragedia venezolana y también, con relación a un tema del que poco se está hablando. Nos referimos a ese fantasma de la separación o división del territorio de esto que llaman República Bolivariana de Venezuela.
La historia del territorio venezolano ha sido un proceso de unificación lento y de muchos años. Después de la independencia, las guerras de unificación territorial descuidaron a las poblaciones de las provincias, tanto de aquellas que adhirieron a la nueva república como aquellas otras que fueron siempre fieles a la monarquía imperial. De estas últimas, tanto la de Guayana como la de Maracaibo, hoy conformada como la región zuliana, siempre se han tenido como recelosas a su adhesión definitiva al poder central.
Estas provincias, hoy llamadas regiones o estados, siempre han mantenido su independencia del poder central, aunque estén dependientes de los recursos económicos que se distribuyen de manera, muchas veces desiguales, aunque su aporte a la nación sea muchas veces superior a lo recibido.
En el pasado la provincia de Maracaibo experimentó en dos ocasiones, movimientos de emancipación para declararse como estado independiente. Esto no prosperó, sin embargo, lo que resulta delicado es la tendencia de esta región y de sus habitantes, a fortalecer una identidad cultural que, indudablemente, busca establecer formas y maneras de vida como sociedad libre.
Igual podría decirse de la región Guayana. Un espacio geográfico que, por varios siglos, perteneció al virreinato de la Nueva Granada. Su actividad económica, comercial, financiera y de formación de su población, por décadas estuvo vinculada con las islas del Caribe y directamente con Europa, sin tener que pasar por la parte central ni menos, obtener permisos para comerciar con otros países. De hecho, esta región se vinculó definitivamente al país, en 1962, con la construcción del puente sobre el Orinoco.
La Angostura real permaneció leal al imperio español incluso después de 1819. Antes, en 1817, las fuerzas patriotas sitiaron la ciudad por poco más de 8 meses, obligando a sus pobladores a tener que comer animales inmundos, como ratas, grillos, gusanos, e incluso, gatos y perros, hasta los cueros de las sillas. En la memoria de estos pobladores quedó está afrenta a su dignidad, a más del robo que sufrieron de sus propias pertenencias, así como de los archivos y actas del cabildo y de la iglesia. Documentos que fueron a dar al fondo del río en los enfrentamientos que sufrieron por parte de las fuerzas patriotas en su huida por las bocas del Orinoco para refugiarse en las islas caribeñas.
Los pobladores de estos sitios antes de llamarse venezolanos prefieren denominarse guayaneses. Igual ocurre con los zulianos y la zulianidad, donde el centro de su cultura es su ciudad emblemática y de mayor historia, Maracaibo.
El riesgo de estos años terribles que se viven en el territorio venezolano, no es tanto de origen ideológico, o por una práctica incorrecta de la administración del Estado y sus bienes, de por sí importantes y que devienen tragedia humanitaria compleja.
El riesgo verdadero es este que planteamos: la muy probable división del territorio venezolano, tanto por razones histórico-culturales, como aquellas de índole externa. En esto último, se pueden evidenciar dos grandes conflictos: la ocupación, de hecho, de la Guayana Esequiba, y la ocupación del Alto Apure-Barinas. La primera ocupada por Guyana que ya tiene en su suelo, tanto pobladores como industrias externas que realizan trabajos de minería y deforestación de extensas zonas, bosques y montañas. La segunda ocupación está establecida por grupos de bandoleros, minería ilegal, guerrilleros, narcotraficantes, que se han apoderado de extensas zonas del territorio, y obedecen a terceros poderes.
Esta es una realidad cierta y verdadera, documentada por servicios de información independientes. Es tanto el poderío de estos grupos que las fuerzas militares venezolanas no han podido expulsar a estos grupos del territorio nacional. Sea por razones político-ideológicos, sea por intereses económicos, lo cierto es que existen zonas geográficas en Venezuela que no son controladas ni mucho menos administradas por el poder central nacional.
Creo, tristemente, que mientras la tragedia venezolana sigue agrandándose (las agencias internacionales de socorro indican que, para finales de 2021, los refugiados venezolanos serán la mayor migración del mundo, con cerca de 7 millones de personas, y la pobreza extrema llegará al 80%), los políticos venezolanos, tanto oficialistas como de oposición, no parecen tener mayor consciencia para dimensionar semejante holocausto humanitario que se avecina.
De hecho, Venezuela ya no es una república democrática. Tampoco puede llamarse nación, pues sus instituciones y su Estado de Derecho para proteger a sus connacionales no existe en la práctica. Es, posiblemente, un país con una sociedad disgregada, diezmada, físicamente enferma, psicológicamente alterada en su cotidianidad, y peligrosamente cercana a desaparecer como Estado independiente. Es posible (muy posible), que la nueva sociedad que se forme, encuentre un territorio, sino dividido y fragmentado, al menos disminuido territorialmente, donde más de una región estará luchando por su derecho a una realidad político-administrativa independiente del poder central, con autonomía para darse su propia constitución, leyes y ordenanzas municipales. Donde las antiguas ‘asambleas legislativas’ recobren su importancia y valor en la población.
La Venezuela que quede de este torbellino será un Estado que, para sobrevivir, deberá reconocer en las regiones la base fundamental de la nacionalidad viendo en estos espacios territoriales una sociedad de mentalidad adulta, autónoma y, por tanto, con derecho a darse su propia forma y maneras de vivir y convivir en un gobierno y una sociedad donde el Estado y sus administradores, respeten a los ciudadanos y les sirvan.
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