Venezuela es víctima de un régimen de pilluelos
Estamos adoleciendo de la falta de un país normal. En Venezuela parece que la racionalidad marcha en dirección contraria. La estrategia del gobierno es enmarañarlo todo: tiene sus adeptos en los sectores que lo adversan, su actuación es tan similar que el ciudadano no percibe una hoja de ruta diferente a la que maneja la dictadura.
La incapacidad opositora por generar una oportunidad creíble hace que refuerce lo que existe. Un gobierno cayéndose a pedazos logró que la alternativa beba de su misma pócima. Esa degeneración de la vida nacional es la demostración palpable del desquiciamiento que produce una manera arbitraria de gobernar. Su contraparte en variadas paradas coyunturales es su espejo, la manera draconiana de conducirse, el excluir a sus bases de las grandes decisiones para imponer el negocio antes que el dolor de un pueblo, los hace hijos del mismo útero.
Lógicamente y con mucha fortuna contamos con algunos factores opositores que mantienen una línea incorruptible y de valores.
El precipicio no es exclusivamente una hondonada en donde las venas de La tierra yacen como sepultadas por un aluvión de vicisitudes, es también el quebrantamiento de los valores democráticos que en Venezuela van en franco retroceso. Los tiempos revueltos multiplican nuestras enormes dificultades, la colosal crisis nacional ata al dinosaurio económico con los cordeles de la política contemporánea, ella es el resultado de una abrupta caída de una forma de vivir, que hemos ido perdiendo bajo el sol batiente de la revolución. Un estado corrompido solo puede trasmitir miserias materiales y espirituales, con estos elementos corrosivos desayuna el venezolano cada día.
Muchas veces tenemos la sensación de una espada que pende sobre nuestras cabezas, una maldición bíblica que todavía ejerce su malignidad en la vida del ciudadano, la revolución es un castigo severo. Venezuela es la víctima de un régimen de pilluelos.
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