Un Solo Pueblo
Por allá veo, en esta madrugada caraqueña, a Simón Díaz, y una tonada se oye desde lejos, y la luna me está mirando y yo no sé lo que me ve y un pardo alcaraván emigra con su último vuelo sobre la sabana. Un poco más acá, a Luis Mariano Rivera, rodeado de blancas azucenas (sí, las que perfuman la noche serena de Canchunchú) y de capachos rojos que despliegan su color como alas dentro de las flores. Ambos vienen a la parranda. Siguen sus pasos Alí, Aldemaro, Lauro, Sojo, Carreño, el indio Figueredo y muchos más. En llegando, los recibe uno de los anfitriones, con una espléndida sonrisa que ilumina su rostro: Teodoro Capriles.
-Es aquí, es aquí, les indico yo el sitio del festejo, esta calle en Chapellín, iluminada de cruces de mayo.
Viéndolos llegar, con sus guitarras, cuatros, violines, arpas, maracas, bandolas, guaruras, tambores y carrizos, mi memoria se remonta a los años ’70. Levanto mi bandera por las barriadas de mi ciudad. La Patria y toda su gente es un grupo que promueve con millones un improbable sueño de -a la vez- libertad y justicia social. Creo ver las proceras figuras de Teodoro y Pompeyo y de tantos, tantos otros. Abran paso que aquí viene una nueva generación de jóvenes venezolanos dispuestos a darlo todo por su patria. Y entonces, de mis añejos recuerdos, descubro que antes de nosotros, trascendiendo nuestros límites militantes y políticos, más allá de nuestras estrechas fronteras, emerge como un canto general, unánime, colectivo, y alumbra como un enjambre de cocuyos, un nuevo movimiento cultural, que interpreta pero piensa, investiga, escruta, justifica y explica nuestra música: Un Solo Pueblo.
A este callejón Ávila que celebra entre cantores y cultores, llegan por fin los homenajeados: los hermanos Querales: Jesús, Ismael y Florentino, Zorena Valdivieso, Loren Golczer, Froila Gil, y tantos, tantos más.
Venía yo, entonces, en los remotos ’70, de San Cristóbal, allá, al otro lado del país, con mis valses, pasillos y bambucos de don Telésforo Jaimes y Juan de Dios Galavís, y en aquellos años de revuelta cultural planetaria, traía a los Beatles, a Serrat, a Silvio, a Violeta Parra, en fin. Pero Un Solo Pueblo descubrió para mí, y creo que para muchos a lo largo y ancho del país, el ritmo contagiante de las fulías, la cadencia de las décimas, el rumor de los golpes de tambor… Patrimonio cultural de la nación esta hazaña de reencontrarnos como una sola Venezuela, desde las paraduras y villancicos andinos hasta las salves, los romances y estribillos y las pavanas falconianas, desde las gaitas y los ensayos de San Benito del Zulia hasta los cantos de guaraña y mariselas del Guárico… En mis oídos todo aquello era un reventón de nuevas sensaciones.
María Paleta llega con ellos. La plaza está rebosante de gente que los quiere escuchar. 45 años de labor musical ininterrumpida merecen el jolgorio.
-Traemos una cruz de palma bendita, dicen los hermanos Querales, y se alumbra el zaguán de todas las casas en este solar, y agregan luego: Nos la dio el niño Dios, esta mañanita.
Llegaba yo a esta urbe, vitrina del país del progreso aparente, de la ilusión de armonía, a sus autopistas y luces de neón… Corazón militante, iba de marcha en marcha, de reunión en reunión, de barrio en barrio, por esta Caracas Caracas, estirpe de viejos tiempos, la de nuestro peculiar don Quijote, el caballero Alonso Andrea de Ledesma, que enfrentó la furia de los temidos corsarios, Caracas Caracas, la que fuera sultana de techos rojos, de tranvías y retretas, y cantábamos a ver si mejores tiempos alumbraban algún día, hasta que, como anunciaba la canción, su corazón caribe estalló un 27 de febrero.
-A ver, Jesús, le dice Simón Díaz, cántanos un tono de oficio con su pasacalles o una décima.
A lo que Luis Mariano replica en contrapunto:
-Mejor un galerón, una jota, una malagueña, un estribillo oriental.
Pero bien podía ser un mare-mare o un carrizo de tradición indígena, o un calypso guayanés, que de todo hay en este cofre de maravillas que es Un Solo Pueblo.
Yo estoy allí, al otro lado de la calle, bajo una matica, mirando el alboroto, feliz de estar entre esta gente, mi gente, y una woman del Callao pasa a mi lado, acompañada de comparsas y carrozas, vestida de grande faldón de muchos colores, de telas brillantes y muy adornadas con piedras preciosas y botones de oro, y muchos collares y pulseras, y un gran pañuelo granate amarrado en la cabeza en forma de turbante.
Sí, somos este pequeño género humano, que dijo Bolívar: europeos y americanos, andaluces y arawakos, caribes y vascos, castellanos y timoto-cuicas, catalanes y waraos, parte de este continente, de este nuevo mundo que Miranda soñó como una grande Colombia, conquistadores y conquistados a la vez, y el África ardiente de las esclavitudes recorriendo nuestra sangre y nuestras voces.
Un Solo Pueblo sube a la tarima. Entonces se hace un silencio instantáneo en este nuevo día que comienza.
-Viva Venezuela, mi patria querida… se escucha como un himno, cántico que nos une como lo que somos… o debemos ser: una patria unida que enfrente su porvenir y, desde nuestras raíces, desde nuestro acervo, desde nuestra historia honda y memoriosa, pueda darle así cara al porvenir que tenemos frente a nosotros como un desafío, como un compromiso que requiere de todos. Una patria unida, sí, una patria unida: es decir, un solo pueblo.