¿Por qué explotó la protesta social en Cuba y se atascó en Venezuela?
No hay dudas que una primera respuesta podría urdirse considerando la diferencia de los modelos de socialismos que naufragan en uno y otro país. Mientras el cubano es hijo de los peores años de “Guerra Fría” – aquellos 60 que podrían emblematizarse con la “Crisis de los Cohetes” que casi lleva al mundo a un holocausto nuclear-, el venezolano irrumpió 10 años después de colapsada la Unión Soviética y sus satélites (algunos países de Asia y los de Europa del Este, menos Cuba y Corea del Norte), en 1999, en el período que se conoce como la “postGuerra Fría”, utopía que algunos filósofos de la historia llegaron a profetizar como “libre de socialismos”.
Con estas credenciales podemos establecer que el modelo de socialismo cubano es frenéticamente estalinista, de sociedad cerrada no distinta a un campo de concentración, de partido y pensamiento únicos, donde los delitos de conciencia están prescriptos en la Constitución y la presidencia la ejerce un dictador vitalicio (llamado el “comandante en jefe”), con facultades dinásticas, que en Cuba ya pasaron de Fidel a su hermano Raúl Castro y hay quien dice que en poco tiempo estará en manos del hijo mayor de este último, Alejandro.
Desde luego que este régimen de estatismo omnímodo -de duración excesiva aún para una región que conoció entre sus dictadores a especímenes como Porfirio Díaz, Juan Vicente Gómez, Rafael Leónidas Trujillo y Anastacio Somoza- desencadenó una de las grandes catástrofes económicas del siglo XX y aun del XXI, pues a una sociedad que años antes del arribo de los Castro al poder en 1958 era la quinta en crecimiento, bienestar social e igualdad del subcontinente después de México, Brasil, Argentina y Venezuela, la redujo a ruinas, donde no se produce absolutamente nada y los únicos ingresos devienen de las remesas que envían los cubanos en el exilio a sus familiares y servicios que prestan nacionales que trabajan en calidad de esclavos en el exterior en áreas como medicina, y servicios de inteligencia y represión.
En cuanto al modelo socialista “postGuerra Fría” establecido en Venezuela por un militar retirado de baja graduación, el teniente coronel Hugo Chávez (llamado “Socialismo del Siglo XXI”) tuvo que aprender las lecciones que se derivaban de la caída del “Muro de Berlín” y del derrumbe del Imperio Soviético y ya no llegó al poder mediante la fuerza de una guerra guerrillas, de un golpe de Estado o una explosión popular (no obstante que Chávez había participado en una intentona golpista el 4 de febrero de 1992) sino participando en unas elecciones democráticas que, al parecer, ganó limpiamente y prometiendo gobernar respetando la Constitución vigente (la del 61) que establecía el sistema de partidos, la alternabilidad en el poder cada cinco años, la independencia de los poderes y la salvaguarda plena de los derechos humanos y garantías ciudadanas.
Pero hasta aquí el modelo socialista venezolano se diferenció del cubano. En los hechos, en los inevitables e inapelables hechos, Chávez le dio un viaje sin boleto de retorno a la Constitución y la democracia -que él mismo había refrendado en una Asamblea Constituyente celebrada el mismo año de su ascenso al poder- y empezó a comportarse como un dictador, no del siglo XX sino del siglo XIX y a patentar una eficacia neototalitaria y autoritaria que no envidiaba en nada a Stalin, Hitler y adláteres.
Lo más importante a subrayar a este respecto fue que empezó disolviendo y pasando a controlar las Fuerzas Armadas Nacionales (que pasaron a llamarse FAN), así como a todos los cuerpos represivos del Estado, que de “apolíticos y profesionales” fueron ideologizados y partidizados, hasta llegar a ser las “guardias pretorianas” que reprimen y asesinan con la misma eficacia de las Fuerzas Armadas y el G-2 cubanos.
Paralelamente le tocó el turno a la economía, convertida de privada en pública, a través de progresivas “expropiaciones y tomas”, de asaltos y robos a mano armada, hasta hacerlas socialistas y ponerlas en manos de una burocracia incompetente y corrupta, que igual como había pasado en Cuba 62 años antes, las redujo a polvo.
En lo que si es indudable que innovó el “Socialismo del Siglo XXI” fue en el orden político, pues mantuvo vigente y sin excesivas presiones el sistema de partidos opositores, en tanto les permitía participar en cuantas elecciones se hicieran necesarias o no necesarias, más o menos en paridad de condiciones, pero eso si, reservándose la mayoría en los organismos electorales, los que contaban los votos y decidían en cuales estados, distritos, municipios o escaños en la Asamblea se le podía reconocer el triunfo a los candidatos de la oposición.
Pero si aún llegó a aceptarse la pérdida del Poder Legislativo en pleno, como sucedió en las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre del 2015, donde el chavismo perdió la mayoría absoluta aunque después la escamoteó y aceptó que el 6 enero del 2019, con motivo de la elección del diputado Juan Guaidó como presidente de la Asamblea Nacional, este fuera proclamado presidente “legítimo e interino” y anunció un programa para la reconquista del Poder Ejecutivo.
Fue la apoteosis del modelo de “la gran ilusión”, pues la oposición podía ganar elecciones y serle reconocidas en cualquiera de los poderes del Estado, menos del Ejecutivo -desde donde se controla el Ejército y las policías represivas- y del modelo de socialismo híbrido, de dictadura electoralista, y con la oposición gobernando en alcaldías, gobernaciones y diputaciones “asignadas”, se forjaba la fantasía de que algún día se podían reunir los votos para ganar la presidencia de la República.
La otra novedad fue que el modelo socialista que también se llamó “castrochavista”, avanzó en medio de una fuerte y recurrente conflictividad política y social, pero que jamás llegó a romper el pacto de convivencia entre socialistas y demócratas, pues cuando las aguas estaban a punto de romper los diques y producir un resultado final favorable a la oposición, la dictadura sacaba la bandera blanca, llamaba a un diálogo o negociación para discutir un acuerdo de paz que evitara el derramamiento de sangre y la violencia acabara por destruir lo que quedaba del país.
Así hubo diálogo y negociación entre gobierno y oposición después de la movilización y golpe de Estado frustrado del 11 de abril del 2002; diálogo y negociación en julio del 2014 cuando el pueblo se lanzó a la calle para protestar por el fraude electoral con que Maduro dijo haber ganado las elecciones del 13 abril del 2013; diálogo y negociación en el 2016 para contener las confrontaciones de calle que siguieron a la victoria parlamentaria con que la posición le arrebató la mayoría absoluta al chavismo en la Asamblea Nacional el 5 de diciembre del 2015; y diálogo y negociación en toda la alargada que va de comienzos a finales del 2017 cuando la oposición era el otro poder, la otra mitad del poder, y diálogo y negociación en el 2020 después que Guaidó se declaró “presidente interino” y solo por la intervención del Papa, la ONU, la UE, la OEA y el Grupo de Río, bajo la guardia.
Y hay diálogo y negociación ahora, en estos días, cuando Maduro, habiendo frustrado y pateado la mesa de todos los anteriores -que ya pasan de diez-, después de eliminar la legalidad del los partidos democráticos y sustituirlos por grupos de comparsa que se prestan a sus elecciones controladas, hizo elegir una Asamblea Nacional de su puño y letra que eliminó la legítima, la del 2015 y amenaza con convocar a unas elecciones para alcaldes y gobernadores el 21 de noviembre próximo, que ejecutarán una “Ley de Ciudades Comunales” que será el fin de las facultades que concede la Constitución vigente a las autoridades regionales, nacionales electas en comicios legales y efectuados y reconocidos por un CNE independiente y sin interferencias de Maduro y sus compinches.
De modo que, en lo que podríamos ir concluyendo, es que en la anacrónica sociedad del socialismo cubano, con un régimen esclerótico y totalitario que no permite otra actitud que la esclavización y el sometimiento, donde no hay partidos, ni elecciones, ni grupos políticos que se expresan y puedan protestar, pues en masa los “humillados y ofendidos” han terminado por explotar, por romper las barreras, los barrotes, las cadenas y arriesgando la vida y la escasísima libertad de acción y movimientos que le puede ofrecer una de las dictaduras más crueles del siglo pasado y del actual, pues explotó y está en la calle, acorralando por primera vez en 62 años a unos opresores que no conocían a los hombres libres y ahora se los tienen que calar por lo que reste por la conquista total de su libertad, democracia y respeto a sus derechos humanos.
En Venezuela, a contraparte, dictadores y oposición siguen negociando, dialogando, no hay comida, agua, luz, medicina, gasolina, transporte, gas, las libertades y garantías son cada vez más precarias y ficcionales, llegan hasta donde no pongan en peligro la estabilidad de Maduro y su banda de asesinos, pero siguen negociando, dialogando, sin duda que para llegar a otro fiasco, a otra frustración.
Y así se avanza en la dinámica psicológica, concebida y experimentada por primera vez en los años 20 del siglo pasado en la Unión Soviética, y que se aplica en todo país comunista que se precie de tal, de “resignación aprendida” y cuyo mecanismo es el siguiente: se fracasa tantas veces en la practica de una estrategia tras de la cual se esconde la victoria que se termina aprendiendo que el socialismo es inderrotable y no queda más remedio que calárselo y resignarse y cohabitar con los verdugos.
Quizá hasta que transcurran 62 años, que fue el tiempo que necesitaron los cubanos para convencerse que habían sido objeto de uno de los más grandes fraudes de la historia.