Los cuatro tiempos de la oposición (y VI)
Por fin esta vez sí daremos por concluida (con un texto necesariamente extenso para poder hacerlo) esta larga serie acerca de la crónica de la oposición durante estos 23 años de hegemonía chavista. Y lo haremos cerrando el punto 4 relacionado con el período que va de 2016 a 2021 y que hemos dado en llamar segunda ruta extremista.
Dejamos este relato en el momento en que se hizo más que evidente que el régimen autoritario estaba decidido a bloquear la convocatoria del referendo revocatorio, en un acto de arbitrariedad inconstitucional que afectó su legitimidad política ya averiada desde los tiempos en que Chávez ocupó todos los Poderes Públicos con camaradas de su partido, arrebató competencias a gobernaciones y alcaldías sólo porque la oposición había ganado las principales de ellas, decidió imponer por la vía de «jiribillas» dizque constitucionales y legales y hechos cumplidos las reformas que el pueblo había rechazado en el referendo de 2007, etc., a todo lo cual se sumó la usurpación por parte del madurismo de atribuciones que correspondían a la nueva Asamblea Nacional, arrebatándole a la mayoría opositora entre otras su facultad de convocar mediante votación calificada a Asamblea Constituyente.
Ante estos atropellos, la oposición decidió cazar una pelea que no estaba en capacidad de ganar, si se hacía una correcta lectura de la correlación de fuerzas real. Pero eso que a mí me gusta designar como el pensamiento elemental ya se había adueñado de ella y le hizo creer que con un poco más de 60 % de los votos, sólo tenía que llegarse a Miraflores, «soplar y soplar y soplar» hasta que el poder madurista se viniese abajo, olvidando que éste controlaba 4 de 5 Poderes Públicos, a más de la Fuerza Armada y de las policías.
Así, cuando los sectores moderados del chavismo-madurismo ofrecieron una negociación, a saber: cambiar el revocatorio por regionales en diciembre de 2016 (que la oposición podía ganar fácilmente), la mitad de las Salas Constitucional y Electoral del TSJ, la libertad de los presos políticos y la ayuda humanitaria, el inefable liderazgo de la MUD respondió que «los derechos constitucionales no se negocian» y se fue de bruces por el desbarrancadero extremista: Maduro vete ya, todo o nada, aquí y ahora, y vinieron las marchas violentas de 2017 (140 muertes de las cuales el 60 % fue de militantes de oposición, debido a la acción represiva excesiva de los cuerpos de seguridad del Estado y de grupos civiles armados afectos al gobierno, y el 40 % de agentes del orden, militantes del oficialismo y gente común que perdió la vida a causa de las acciones de violencia de los manifestantes de la oposición).
Ahondando la crisis de legitimidad de los Poderes constituidos, el chavismo-madurismo decidió convocar a mediados de 2017 una Constituyente sin referendo previo, imprescindible -como hizo Chávez en 1999- para saber si el pueblo mandaba tal ejercicio de su intransferible soberanía, y a través de un sistema electoral corporativo y fascistoide.
A mí no me cabe la menor duda de que aún así, si una oposición que se hubiese mantenido firme y cohesionada alrededor de la ruta electoral, hubiese a su vez tomado la determinación de participar con audacia en esos comicios, es muy probable que los hubiese ganado. Pero el contagio de la peste extremista seguía haciendo de las suyas y otra vez, luego de una década de éxitos probados de la ruta democrática y electoral, he aquí que otra vez, señoras y señores, la oposición regresaba a la estúpida estrategia abstencionista.
Así, el régimen autoritario conformó su propia institucionalidad, arbitraria, ilegítima, pero institucionalidad al fin. Y entre sus líderes principales, también la peste extremista avanzaba como una pandemia indetenible: todo el poder para el Psuv, parecían proclamar. De esta suerte, un extremismo se retroalimentaba de su contrario. ¿Quién fue primero, el huevo o la gallina? ¿Quién comenzó esta orgía de radicalismo inútil? ¿Fue con la designación de los magistrados del TSJ, con el bloqueo del revocatorio, con las protestas violentas de 2017? ¿Fue antes, cuando la arbitraria designación de «protectores» y demás perlas chavistas? ¿Fue con el golpe de Estado militar de la oposición el 12A contra un gobierno constitucional recién electo dos años antes? ¡Qué carajo importa! El hecho es que así fue como empujamos entre todos -unos más que otros, claro, pues siempre el Estado tiene una primerísima responsabilidad, pero entre todos- al país a esta devastación, como república y casi como nación, que hoy padecemos.
Luego, convocadas con imperdonable retardo (retardo que con la aquiescencia tanto del gobierno como de la oposición que ya había escogido la vía insurreccional para propiciar el cambio de gobierno), en 2017 fueron finalmente convocadas las elecciones regionales y municipales. Golpeada, derrotada en su intento de asaltar el poder por la vía insurreccional, y a causa de la labor de zapa que ya había comenzado a impulsar la oposición más extremista (María Corina y los suyos por ejemplo dejaron saber que no concurrirían a las urnas), la oposición perdió ambos eventos (una revisión exhaustiva de los resultados electorales dará cuenta de cómo, aún siendo minoritario entonces, el abstencionismo quitó la diferencia entre ganar y perder en estados tan importantes cómo Miranda, Carabobo y Lara).
Pero estaban las elecciones presidenciales de 2018, para lo que (derrotada, lo que como ya hemos indicado constituye casi una ley del comportamiento de la oposición durante estos 23 años), la oposición democrática (con ausencia explícita de Voluntad Popular y del grupito de María Corina Machado, lo que era un golpe noble que lo afectaba desde su mismo inicio) aceptó ir a un proceso de negociaciones. Pero cuando ya estaban los respectivos documentos sobre la mesa listos para su firma, repicó el celular del principal vocero de aquella hemipléjica delegación. ¿De dónde fue la llamada? ¿Washington, Bogotá, Madrid? ¿Cuál fue la orden que se dictó? ¿Quién lo hizo? El documento no se firmó y así nos íbamos aproximando a una nueva debacle abstencionista.
Alrededor de Falcón nos nucleamos algunos pocos que, a sabiendas de que estábamos corriendo el riesgo de que fuese un gesto testimonial, decidimos competir en las presidenciales. Falcón hizo (y puedo reconocer que todos los que allí activamos) un heroico esfuerzo contra tres grandes adversarios: el abuso de poder del gobierno (abuso de poder sí, fraude no, como veremos de seguidas), el feroz boicot del abstencionismo (que oscilaba del razonamiento político al insulto y la descalificación), y nuestras propias limitaciones que se pusieron de manifiesto en nuestra campaña. Tal vez porque era un plebeyo y no un aristócrata de la alta clase media caraqueña (que, dicho sea de paso, no había podido ponerse de acuerdo acerca de cuál de ellos sería el ungido), Falcón desató una furia extremista digna de mejor causa. Se le criticaba, por ejemplo, lo que, bien vistas las cosas, era su principal atributo: su antigua militancia chavista, que no solamente hacía que su voz se escuchara del otro lado del espectro político sino que en caso de ganar aseguraba una transición política democrática más suave que la que podía ofrecer alguno de los voceros más extremistas de la oposición.
Que no hubo fraude lo prueban los resultados que tuvo que proclamar el CNE: aún con todo a su favor, y frente a una maquinaria de testigos contraria bastante insuficiente, Maduro ganó la presidencia con sólo un 30 % de los votos, es decir, con el 70 % del país en contra.
-¡Gracias por los favores recibidos, oposición abstencionista!, se escuchó que exclamaban aquella noche en Miraflores.
Lo que vino luego fue peor: por acuerdo cogollocrático y vía hecho cumplido, se designó primero presidente de la AN y luego vocero principal de la oposición con la insólita, fantasiosa, estúpida condición de dizque «presidente» interino no sé de qué, en acto público y no en sesión parlamentaria que se conozca, a quien no tenía mérito político alguno sino de segundo orden, y con la consulta previa sólo al Departamento de Estado porque ni los dos vicepresidentes de la AN habían acordado tal desaguisado. Y después el patético «Sí o sí» de Cúcuta, y la engañosa bufonada del 30A en La Carlota, y el ruego de sanciones y más sanciones contra Venezuela, y en fin, torpeza tras torpeza que sólo tuvo, entre muchas otras, dos resultas tangibles:
• Con las medidas coercitivas imperiales, se le dio un discurso al chavismo-madurismo para justificar ante los suyos sus colosales errores que en materia de política económica, y debido a atrofias estatistas y populistas con dos y tres y cuatro décadas de gestación, nos había traído al descalabro hiperinflacionario, al hambre, a la destrucción del salario, las prestaciones y las pensiones de los trabajadores, a la destrucción de los servicios y al atraso que aún padecemos (a pesar de algunas reformas que soy el primero en reconocer).
• Y con la connivencia de la oposición extremista con gringos, cachacos y brasileños, cohesionar al grueso de la F.A. alrededor de su Comandante en Jefe.
En fin, pues, y recapitulando estas seis entregas, hemos tenido dos momentos en que privó la ruta democrática: 1999/2002 y 2006/2016; y dos en que privó la ruta extremista: 2002/2005 y 2016/2021*. Veamos:
• Las dos primeras ofrecieron como resultado: la casi renuncia del presidente (quien la redactó de su puño y letra pero no la rubricó), la primera victoria electoral contra el más poderoso Chávez durante el referendo de 2007, la conquista de las principales gobernaciones y alcaldías en 2008 y 2009 (donde se residenciaba el 70 % de la población del país), la derrota en términos de votos obtenidos del PSUV por la MUD en 2010, la más cercana victoria en elecciones presidenciales en 2013, y la conquista de la AN en 2015, todo lo cual parecía anunciar las victorias sucesivas en las regionales que debieron ocurrir en diciembre de 2016, en las municipales de 2017 y en las presidenciales de 2018.
• El saldo en cambio de las dos segundas ha sido: cárcel, inhabilitaciones, muertes, derrota, fracaso… y fortalecimiento del poder autoritario (inhibiendo a los interlocutores democráticos y moderados que siempre existieron a su interior, como ha quedado probado luego de las centenares, miles, millones de disidencias entre sus partidarios iniciales).
Ahora parece que se abre un nuevo tiempo, que sería el 5°, presumiblemente hegemonizado por los valores propios de la ruta democrática: voto, diálogo, paz, Constitución y soberanía. De quienes vienen de vuelta del extremismo, valoro en particular el modo como lo ha hecho Capriles: de cara al país, debatiendo con los suyos, reconociendo sus errores. Con los del G4, lo admito con franqueza, tengo mis dudas, pero bienvenidos sean: tengo mis dudas porque en la alocución sobre el fulano Acuerdo de Salvación Nacional (que a veces parece un intento de salvación del G4) no hay un signo de autocrítica y se sigue hablando de esa entelequia llamada «gobierno interino» (¿no les dará pena?) y no hay ninguna alusión a que la negociación es con el único gobierno real que tiene Venezuela, nos guste o no: el que despacha desde Miraflores en la persona de Nicolás Maduro. Dado que yo los conozco como si los hubiese parido, y sé que van «para alante y para atŕas» una y otra vez ( oposición merengue, la bauticé alguna vez: un pasito para acá y otro para allá ), no tengo confianza de que asuman con rotundidad los valores de la ruta democrática que enuncié más arriba: voto, siempre; diálogo siempre; protesta, sólo pacífica; respeto a la Constitución, incluso para cambiarla; y soberanía, nunca tutelaje extranjero. Pero ahí están, sentados en una de las tres mesas de negociación del gobierno con las oposiciones. Ojalá hayan madurado, ojalá hayan aprendido la lección de estos años: tienen el dudoso mérito, que debería abochornarlos, de haber recibido en 2016 una oposición pujante y victoriosa para entregar cinco años después una oposición derrotada, dispersa y en ruinas (como la que algunos recibimos en 2006 cuando iniciamos la segunda ruta democrática principalmente con la precandidatura presidencial de Teodoro Petkoff). Algunos de quienes fueron autores de aquella «epopeya al revés» (recibir una oposición victoriosa y entregarla derrotada y en ruinas) deberían, por un mínimo de pundonor, hacerse a un lado (en particular si están pretendiendo jefaturar este nuevo tiempo de la oposición sin creer en lo profundo, sin internalizar como razón de ser la creencia en la ruta democrática, con todas sus implicaciones).
Comienza un nuevo tiempo, he dicho. Pero dejo abierta una pregunta que trasciende a este trabajo y pone la discusión en otra dimensión: ¿es que esta oposición puede tener este 5° chance, o será que, como parece estarlo reclamando la mayoría del país, lo que se requiere es una Tercera opción, que sea capaz de decir sin ruborizarse Ni gobierno ni oposición sino todo lo contrario, ni un extremismo izquierdista ni un extremismo de derecha sino un nuevo centro democrático en el que quepan centro-izquierdas democráticas y centro-derechas democráticas, y movimientos ecológicos, y nuevas fuerzas políticas, civiles y sociales como está pasando en muchos otros países? ¿Hay en la situación concreta venezolana con quien emprender la hazaña de construir una nueva fuerza de este tipo? Pregunta que abre otro debate y que deben responder los venezolanos, principalmente los de las nuevas generaciones.