Los cuatro tiempos de la oposición (V)

Opinión | julio 9, 2021 | 6:22 am.

Comencé a redactar esta columna escribiendo que aquí daría por concluida esta larga serie acerca de los cuatro momentos de la oposición al proyecto político de hegemonía chavista que hemos vivido durante ya 23 años, y aquí estoy corrigiéndome pues avanzada su redacción, me percato de que, a menos que ésta de hoy fuese de 12 o 15 cuartillas, lo que sería un verdadero abuso, voy a necesitar al menos de ésta y de una próxima entrega para abordar con algún rigor el último punto que es éste:

4. 2016/2021: segunda ruta extremista

Y para ponernos en perspectiva, recordaremos que hemos abordado los otros tres momentos, a saber: primero, el período que fue de la victoria electoral de Chávez en 1998 hasta la rebelión ciudadana del 11 de abril de 2002, y que dimos en llamar primera ruta democrática, o ruta democrática imperfecta, basada en la constitucional demanda de renuncia al presidente (que éste llegó a redactar de su puño y letra aunque nunca rubricó); segundo, el que se inició en la madrugada del 12 de abril con el golpe militar contra el gobierno constitucional y democrático de Chávez y que se cerró con la necia abstención de diciembre de 2005, y que llamamos primera ruta extremista; y, tercero, el que se inició durante los primeros meses de 2006 con la presentación y el posterior acuerdo de las candidaturas presidenciales de Petkoff, Rosales y Borges, logró la primera derrota electoral de Chávez en 2007 y terminó una década después con la resonante victoria electoral de diciembre de 2015, y al que llamamos segunda ruta democrática.

Una vez ganada la AN (uno de los Poderes Públicos más importantes, pero sólo uno de cinco) con algo así como el 60 % de los votos pero aproximadamente la misma votación en cifras absolutas que obtuvo Capriles en 2013 y gracias al desencanto de una porción muy grande de chavistas desencantados con las erráticas y desacertadas ejecutorias del gobierno de Maduro que pasaron a engrosar una abstención que rondó el 25 %, la oposición padeció una deformación visual de la realidad que la hizo comenzar a desbarrancarse por el abismo de errores que convirtió a la oposición pujante y victoriosa de 2015 en ésta dispersa, derrotada y en ruinas de hoy.

Esa deformación visual de la realidad de la que hablo fue la de confundir una votación mayoritaria pero circunstancial y relativa de 60 % con poder, poder real y efectivo, y hegemonía política sobre el conjunto del país, nada de lo cual tenía. Así, hizo una lectura equivocada de la correlación de fuerzas (algo que forma parte del ABC de la política) y, con los humos manchando sus cabezas (como a los bustos familiares más venerados en la antigua Roma), se fue de bruces a ajustar todas las cuentas pendientes, de una vez y ya, con sus adversarios. Olvidaba que si electoralmente (aunque fuese una cifra circunstancial y relativa) y en las butacas parlamentarias había logrado una correlación 60/40 a su favor, desde el punto de vista del poder real el gobierno tenía una correlación de aproximadamente 90/10 a su favor: sí, la oposición controlaba la Asamblea Nacional, pero el gobierno hacía lo propio con: el Poder Ejecutivo, es decir, presupuesto y Pdvsa; el Poder Judicial, comenzando por el TSJ; la Fiscalía General (hasta ese momento, al menos), la Contraloría y la Defensoría del Pueblo; el Consejo Nacional Electoral; y, last but not least (como gustábale recordar a Teodoro que dicen los ingleses), la F.A. y las policías. Ir en esas condiciones a una batalla «final», a un todo o nada contra el gobierno, no parecía ser aconsejable, responsable ni conveniente: como el llanero aquél a Rosalinda, se apostó nuestra principal conquista -la AN- en la jugada, y ya sabemos que a diferencia del personaje creado por el poeta venezolano Ernesto Luis Rodríguez, la oposición no sólo la perdió a ella sino que con ella perdió también «todos sus corotos».

El chavismo-madurismo supo desde el principio cuál era el plan de la oposición: a partir de esa victoria electoral, importante pero parcial, «llevárselos por delante». Por eso, abusando de su poder, cometió varios atropellos, comenzando por dos: uno, designar entre gallos y medianoche en diciembre de 2015 por la vieja AN a los nuevos magistrados del TSJ cuyo mandato se vencía en 2016, para que así no lo hiciese la nueva; e inhabilitar a los 4 diputados de Amazonas de modo que a la oposición se le arrebataran los 2/3 de la AN y así también la facultad constitucional de convocar a Constituyente (…y ¡por cinco años! Amazonas estuvo sin representación parlamentaria).

Pero aún con tales planes en marcha, Nicolás Maduro acudió a la sesión de instalación del nuevo parlamento, reconociendo con su presencia su clara legitimidad. Entonces, en vez de tenderle la mano y desde esa posición de poder que ahora ostentaba invitarlo a dialogar y negociar condiciones de coexistencia pacífica y de colaboración entre los Poderes Ejecutivo y Legislativo, como habría sido lo lógico, la oposición anunció con torpe transparencia una política de confrontación absoluta: en «seis meses» (Ramos _dixit_) se tendría la fórmula constitucional, pacífica, democrática y electoral para la cesación del gobierno. Así, las cartas estaban echadas: todo o nada, o tú o yo. Y si es que algún sector moderado del chavismo-madurismo quería negociar en serio con la oposición democrática (como yo lo creo), la estrategia de «los seis meses» lo empujó en los brazos de los camaradas más extremistas.

Sí, se escogió una vía constitucional, el referendo revocatorio, que en lo personal suscribí con entusiasmo. Era algo así como un interregno, una suerte de pacto entre la ruta democrática y la ruta extremista: se cedía a la primera la condición de que cualquier salida fuese constitucional, pacífica, democrática y electoral, pero se cedía a la segunda que fuese ya (como dos años antes planteara la descabellada y alucinante propuesta defendida por María Corina Machado, Leopoldo López, Antonio Ledezma y demás personeros de la oposición extremista autollamada de La Salida Ya). Pero estaba claro que si con ese revocatorio, en caso hipotético de llevarse a cabo, se abriría una etapa de transición entre un régimen autoritario y una democracia plena, había que negociarlo, pactarlo con el gobierno*.

Y, también sí, se iniciaron conversaciones entre unos y otros. En ellas, y en numerosísimas expresiones públicas de muchos de sus voceros, quedaba claro que el chavismo-madurismo no permitiría que ese revocatorio tuviese lugar. Era una arbitrariedad, ¿qué duda cabe?, pero era: se basaba en aquella correlación de fuerzas fácticas 90/10 en términos de poder. Un hecho de fuerza, propiamente dicho. Todos sabemos cuál fue el final de este episodio, que ya a mediados de año era posible prever con facilidad: luego de recolectar ¡dos veces! las firmas y cuando ya el CNE no tenía argumento válido para impedir su convocatoria formal, Diosdado Cabello y Tareck El Aissami se apersonaron en tres o cuatro estados (no recuerdo la cifra exacta), y mediante sendas sentencias de unos juececillos de primera instancia, anularon las firmas allí. Claro, la oposición podía (y quién sabe si debió) proceder a recoger de nuevo las firmas en esos sitios, pero, hastiada de tanto abuso, desmoralizada y fatigada, tiró la toalla.

Si con la estrategia de los «seis meses», la oposición arrojó a los moderados del chavismo-madurismo en los brazos de los camaradas más extremistas, con el bloqueo del revocatorio el gobierno exaltó a los extremistas dentro de la oposición democrática propiciando que su discurso se sobrepusiese al de los opositores más moderados (como pasó en la España preguerra civil con las derechas e izquierdas moderadas y los extremismos fascista y anarquista). Y el país, convertido en campo de batalla, fue la víctima propiciatoria de esa criminal (y embrutecedora) polarización.

Quien suscribe participaba entonces de un esfuerzo (¡otro de tántos!) de organización civil de debate político que dimos en llamar Foro Democrático. Observando que el revocatorio sería bloqueado a no dudar, escribimos un largo memorial a la MUD pidiéndole concentrarse en las elecciones regionales que tocaban en diciembre de ese año, elegir los candidatos, convocar a primarias si fuese el caso y concurrir con todas las de la ley a esos comicios.

-Pongan en la mesa de negociación ese único punto: la fecha de las regionales… y olvídense de todo lo demás… que difícilmente el gobierno resiste el empellón de otra victoria electoral de la oposición, llegué en lo personal a recomendar a algunos directivos partidistas de la MUD.

Pero como cuentan que una vez le dijo Betancourt a Moleiro cuando los jóvenes de AD querían radicalizar hacia la izquierda a ese partido, todo era inútil («Será inútil, Moleirito, será inútil», contaba Moisés que fue la frase exacta del caudillo de Guatire): ya la peste extremista había hecho de la suyas, contagiando a la mayoría del liderazgo opositor. Cuando se escriba la crónica de estos tiempos oscuros, difícilmente podrá ser exagerado el daño de incalculables proporciones que en particular el discurso exaltado de María Corina y López le hizo a la oposición, a la democracia y al país.

-Cuando algún líder regional me habla de candidaturas a la gobernación, yo le pregunto: ¿Con Maduro en la presidencia?, porque con Maduro en la presidencia ninguna gobernación tiene importancia: así le escuché decir en rueda de prensa a uno de los principalísimos voceros de la MUD de entonces, hoy de vuelta de la fantasía.

El Comité Político del Foro Democrático, que era una instancia pequeña y reservada, pidió y tuvo una reunión con uno de los principales negociadores de la MUD, no recuerdo si en tiempos cuando el Vaticano fungía como facilitador. Allí pudimos enterarnos de que el alto gobierno, con el manifiesto desacuerdo de los sectores más radicales del chavismo-madurismo (Cabello lo dejó saber así en uno de sus programas), estaba formalizando propuestas claras para una coexistencia pacífica entre el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo. Supimos que en concreto proponía: que la oposición abandonase su pretensión de convocar a revocatorio y a cambio el gobierno pondría fecha fija a las elecciones regionales para ese diciembre de 2016, cedería la mitad de las Salas Constitucional y Electoral del TSJ, liberaría a casi todos los presos políticos y aceptaría la ayuda humanitaria externa. Mi reacción personal fue inmediata:

-¡¿Y cómo no le arrancaron de la mano ese acuerdo al gobierno?!, pregunté con vehemencia a nuestro interlocutor.

Entonces comprendí el sentido de dos frases un tanto enigmáticas que se producían ante los medios luego de las sesiones de negociación gobierno/oposición:

• Maduro siempre decía: «El revocatorio es un derecho pero no una obligación» (tácitamente sugiriendo que la oposición podía negociarlo).

• Y los voceros de la oposición se llenaban la boca respondiendo: «¡Los derechos constitucionales no se negocian!».

Como veremos en la próxima (y esta vez sí prometo que última) entrega de esta ya larguísima serie, no hubo referendo, y, como la oposición no las pedía, el gobierno pospuso y pospuso una y otra vez las regionales para cuando estuviese seguro de ganarlas (la próxima semana veremos cómo, cuándo y por qué), y la oposición, contagiada de extremismo hasta los tuétanos, se adentró en el torpe… y sangriento pantano de las protestas violentas de calle de 2017, apresurando su caída al ruinoso abismo en que se encuentra hoy.