Los cuatro tiempos de la oposición (IV)
Extenso más de lo esperado, continuamos hoy, paciente lector, éste que ya es un opúsculo sobre la historia de la oposición durante estos 23 años de hegemonía chavista. Esta vez sí cerraremos el punto en que estamos:
2. 2002-2005: primera ruta extremista…
…literal c. La abstención del 2005, y confiamos entrar al punto 3 y, de ser posible, terminarlo aquí mismo: 2006-2016: segunda ruta democrática.
Ya lo escribimos: aturdida por la derrota en el referendo revocatorio de 2004, en el que Chávez se impuso tal vez abusando de su poder pero sin trucar los votos, apoyado en la enorme expectativa populista de progreso que su proyecto político había creado (como AD en el 45 y luego en los ’60 y los ’70), la oposición se refugió en el fantasma del fraude como explicación de su fracaso. Ninguna revisión de sí misma. Ninguna autocrítica de sus errores. Ningún análisis de sus atrofias: políticas, culturales y de clase. Esto tuvo una fatal consecuencia: de aquí levantó vuelo el hórrido grifo de la abstención que tanto daño ha hecho a las fuerzas democráticas y tanta ayuda ha prestado al proyecto hegemónico chavista, al punto que hoy nos es dado decir sin temor a equivocarnos que el único fraude que existe en Venezuela es el autofraude que se hace a sí misma la oposición con la abstención.
Causante del demencial error de la abstención en las parlamentarias de 2005, fue la estafa, el burdo engaño con que Súmate (ONG presidida por María Corina Machado) hizo creer que había una relación directa entre las filas de votantes frente a las captahuellas y las filas ante las máquinas de votación, lo que permitiría vulnerar el secreto del voto: luego se probó que no era cierto pues no había ninguna correlación entre unas y otras. Si el 11A la oposición comprometió su imagen de fuerza democrática y regaló la influencia que podía tener en la F.A., permitiendo a Chávez practicar la primera de las muchas purgas que practicó en ella hasta convertirla en una institución «profundamente chavista», como suelen vocear sus mandos; si con el paro insurreccional de 2002/2003 entregó en bandeja de plata una explicación para los primeros indicios de crisis económica que ya se hacían notar, perdió su presencia en Pdvsa y se debilitó a tal punto que aseguró así su derrota en el revocatorio de 2004; la abstención de 2005, blandiendo la tonta bandera de deslegitimar al régimen, regaló el 100 % de la AN, lo que permitió que el chavismo copara todos los Poderes Públicos. ¿Qué habría pasado con una presencia de 30 o 40 % de diputados de oposición en su seno? ¿Cuál habría sido la correlación de fuerzas cuando luego Podemos y el PPT marcaron distancia del gobierno? Ésta era la política real. Pero la oposición se dejó arrastrar, «nariceados» por la alta clase media de derecha, sus cuantiosos recursos y sus medios de comunicación, al mundo de fantasía de la «deslegitimación» del régimen y al desbarrancadero del abstencionismo militante (boqueando, pero vivo aún hoy).
3. 2006-2016: segunda ruta democrática:
Los últimos en dejarnos arrastrar contra nuestra voluntad fuimos quienes ya desde 2005 organizábamos el lanzamiento de la candidatura presidencial de Teodoro Petkoff y quienes en Zulia desde UNT, y con el gobernador Manuel Rosales a la cabeza, querían postular candidatos seguramente ganadores por ese estado a la AN. Por su parte, Julio Borges, precandidato presidencial por PJ, y otros con él, tuvieron el gesto testimonial de apersonarse a las mesas y votar. Recuerdo a una desgañitada Marta Colomina despotricando sobre Borges todo tipo de sapos y culebras, para eterno baldón de la periodista.
La candidatura de Teodoro, quien a pesar de su avanzada edad había levantado un paradójico entusiasmo en el electorado más joven de las universidades acaso por su revuelta y desenfadada personalidad, pretendía, desde su posición de centro-izquierda democrática, morder una parte del electorado chavista y equilibrar si no invertir el escenario 60/40 que Chávez había construido a su favor, poniendo a los pobres de su lado y a «los ricos» del otro. Pero esa alta clase media radicalizada y de derecha reaccionó con furia contra Petkoff, obtusa, embrutecida de prejuicios, sin comprender la sutileza de la operación en la que estábamos.
Recuerdo a Teodoro diciéndome un día: «Esta gente no me quiere, nunca me ha querido», hablando de esa pequeño burguesía venezolana educada en el más polvoriento anticomunismo (como si a Teodoro no lo distinguiese precisamente su ruptura con el comunismo ¡desde finales de los ’60!). Rememoré, guardando las distancias, la frase aquella del Bolívar derrotado marchando a Santa Marta: «Vámonos, que esta gente no nos quiere». Con la de Teodoro, la oposición perdió sin duda la oportunidad de poner frente a Chávez un candidato que le calzara los puntos, superándolo con creces. Petkoff declinó sus aspiraciones pero luego de cumplir una tarea histórica: remover las aguas estancadas de una oposición alelada por cuatro derrotas seguidas: golpe 2002, paro 2002/2003, revocatorio 2004 y abstención 2005.
Manuel Rosales, con sus 600.000 votos zulianos en el bolsillo, se convirtió en la opción más factible y de mayor consenso. Tenía algo a su favor: acaso por su origen adeco, tenía un liderazgo con raíces populares. Rápidamente, el pacto Petkoff-Rosales-Borges desplazó la dirección política opositora de la alta clase media a la baja clase media (más conectada con los sectores populares), haciendo que la oposición comenzase por primera vez a hablar más de los derechos económicos y sociales y menos de los derechos políticos y civiles como era su hábito hasta entonces, y dotó a la oposición de un liderazgo político que desde 1998 no tenía: con una visión común, con un programa mínimo, con una estrategia que dimos en llamar la ruta democrática. Por su parte, AD, María Corina Machado, Ledezma y otros se mantuvieron impertérritos en su política abstencionista que no llevaba a ningún lado.
Sí, como era de saberse de antemano, perdimos las elecciones presidenciales de 2006, 37 % obtuvo la candidatura de Rosales, pero torcimos el rumbo de la oposición de la ruta extremista 2002/2005 a la ruta democrática 2006/2016. Hicimos lo que primero había que hacer luego de la tan honda derrota de los años precedentes: reagrupar las fuerzas. Y allí estaban. Y reconocimos con coraje la derrota, lo que por cierto el chavismo no suele recordar. Me cuentan que Rosales le pidió a Teodoro que le escribiera unas notas… en dos versiones: si ganaba y si perdía. Yo no estuve allí pero sé que Petkoff, con su franqueza habitual y vehemencia característica, le respondió: «Yo lo puedo hacer, Manuel, pero… ¡¡¡estamos claros que el que vale es el segundo…!!!!, ¿no????».
2007 fue el primer desafío de esta nueva oposición democrática, deslindada, desembarazada del extremismo. UNT era el partido más votado y PJ el segundo. Y ese pacto decidió enfrentar el referendo de reforma de la Constitución de 2007. Dividida, pues AD, MCM, Ledezma y otros seguían en su boicot abstencionista (y tal vez por eso, por estar dividida, es decir, desembarazada del extremismo), probando que la unidad de la oposición es sólo un instrumento de la política pero no la política misma, y enfrentándonos al más poderoso Chávez: al comandante victorioso de 2002, 2003, 2004, 2005 y 2006, con ratas de 60 y 70 % de popularidad, el personaje ya entonces de fama mundial, con el petróleo a $ 87, y toda la asesoría cubana en juego, esa oposición UNT-PJ derrotó al caudillo, al autócrata de nuevo régimen autoritario con prácticas dictatorialistas y vocación totalitaria pero de indudable legitimidad democrática.
-Victoria de ****, la llamó Chávez, con su sublime espíritu de tolerancia y respeto por sus adversarios.
La ruta democrática recién reemprendida había demostrado su eficacia y que el comandante de las grandes victorias era vulnerable.
De allí en adelante, la oposición democrática abrió una autopista de triunfos incesantes, en una acumulación progresiva de fuerzas, forjando esa capacidad de hegemonía a decir de los comunistas italianos de los ’70, en lo que hay que destacar la paciente e inteligente labor con la que un político culto y honesto como Ramón Guillermo Aveledo supo construir esa extraña y peculiar dirección política que fue la MUD y gracias a la cual pudimos: en 2008 y 2009 ganar las principales gobernaciones y alcaldías del país, donde habitaba cerca del 70 % de la población nacional; obtener más votos que el PSUV en las parlamentarias de 2010 (48 vs 46, o algo así, y si se le suman los votos de las entonces disidencias chavistas de Podemos y el PPT, la oposición llegaba a 52 %); casi ganar las presidenciales de 2013; y finalmente en 2015 ganar las 2/3 partes de la AN.
Tuvo el régimen autoritario que inventarse decenas de «jiribillas» claramente inconstitucionales: una enmienda para aprobar al menos parte de lo que se había rechazado en el referendo de 2007; la creación de «protectores» frente a todo gobernador de oposición; el arrebato de competencias a gobernaciones y a la Alcaldía Metropolitana (cuya creación fue uno de los encomiables aportes institucionales de la Constitución del ’99), etc. Comenzaba a hacerse evidente que el rey andaba desnudo.
Pero lo que contaba era que, luego del descalabro de la ruta extremista de 2002-2005, que sólo arrojó: muerte, pérdida de influencia en la F.A. y en Pdvsa, entrega de todos los Poderes Públicos al chavismo, inhabilitaciones, cárcel, exilios, desprestigio internacional y derrota, la oposición democrática estaba emprendiendo una ruta democrática que probadamente estaba ofreciendo resultados tangibles. De la oposición dispersa y en ruinas que el extremismo había entregado en 2005, la ruta democrática entregaba en 2015 una oposición pujante, unida y victoriosa.
Ante esta posición de fuerza mayoritaria, en vez de tender la mano al gobierno de Maduro (quien, by the way, se apersonó a la AN reconociendo su legitimidad) y procurar un acuerdo de coexistencia pacífica y de colaboración de Poderes que fortaleciera a los sectores más moderados y dialogantes del chavismo-madurismo, nuestra reacción fue irnos de bruces, anunciarle en su propia cara que en seis meses tendríamos claridad de la fórmula cómo constitucionalmente los echaríamos del poder. Así surgió la idea del revocatorio, sin diálogo ni negociación alguna con el gobierno, revocatorio que quien suscribe apoyó con entusiasmo. Los sectores más extremistas del chavismo-madurismo terminaron por imponerse: violentaron atribuciones parlamentarias propias de la AN designando entre gallos y media noche a los nuevos magistrados del TSJ desde la AN saliente, inhabilitaron a cuatro diputados de Amazonas (dejando a ese estado sin representación parlamentaria ¡por 5 años!) de modo que la oposición perdiese sus 2/3 partes (lo que le habría dado la facultad de convocar a Constituyente) y bloqueó el revocatorio.
Entonces, pacientes lectores míos, cayendo en cada una de las provocaciones finamente diseñadas por el gobierno y sus asesores, pisando todos y cada uno de los peines que el chavismo-madurismo ponía a su paso, sin pararse por un segundo a mirar atrás la experiencia vivida: de 1998 a 2002, de 2002 a 2005, y de 2006 a 2015, y comenzando a ser hegemonizada de nuevo por sectores de la alta clase media de derecha, a la oposición no se le ocurrió algo mejor que la «genial» idea de abandonar la ruta democrática que le había sido tan provechosa y volver a la ruta extremista que no había producido sino dispersión y derrota y que nos había conducido a la ruina de 2005. Con razón que dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.
Así se inició este lamentable período 2016-2021, en que todo lo logrado en diez años de paciente trabajo político estratégico fue literalmente echado al cesto de la basura por un liderazgo torpe e inmaduro, sobre el que hablaremos en la próxima y esta vez sí última parte de este largo escrito. Los espero.