La vigencia de los «consejos electorales» en la Roma de antes de Cristo
Buena parte de los políticos contemporáneos parecieran haber sido formados en las aulas de la academia de Quinto Tulio Cicerón, inaugurada antes de Cristo, cuyo objetivo principal era preparar dirigentes políticos para desarrollar campañas electorales. En torno al año 64 a.C, durante la Roma de Julio César, Quinto Tulio —político y militar, hermano menor del célebre orador, político y filósofo Marco Tulio Cicerón— envió una carta a su hermano mayor, contentiva de múltiples argucias y triquiñuelas con las que él podría ganar una elección. Esta misiva dio origen a un pequeño manual que lleva por nombre Breviario de campaña electoral. Texto que debiera conocer y estudiar todo aquel que desee adentrarse en el complejo mundo de la política.
Cuando uno se sumerge en la lectura del breviario se da cuenta de que, a pesar del tiempo transcurrido, el libro no ha perdido vigencia. Al contrario, su vibrante actualidad te lleva a pronosticar que, todavía hoy, estas recomendaciones servirán a cualquier dirigente político para manipular, embelesar y convencer a los electores durante un proceso comicial, ya que, con marcado cinismo, malicia jocosa y un pragmatismo desbordante, el menor de los Cicerón apuntaba a salir triunfante en cualquier lid electoral, independientemente del tiempo y de las circunstancias.
A través del texto, Quinto expresa que el pueblo es muy vulnerable y por tanto el político puede manejarlo a su antojo. “Al ciudadano le gusta que le prometan”, decía. Eso se debe hacer, incluso a sabiendas de que en un futuro las promesas no serán cumplidas. “Los hombres no solo quieren recibir promesas. Quieren que se las hagan con liberalidad y deferencia. Aquello de lo que no seas capaz, niégate a hacerlo amablemente o no te niegues; lo primero es propio de un hombre bueno, pero lo segundo es propio de un buen candidato. A menudo surgirán imprevistos que impedirán cumplir la promesa a quienes la han recibido. Las promesas quedan en el aire, no tienen un plazo determinado de tiempo y afectan a un número limitado de gente; por el contrario, las negativas te granjean indudable e inmediatamente muchas enemistades”, confesaba el autor. Dos mil años después, las promesas incumplidas, la importancia de las multitudes, la adulación y la esperanza de los jóvenes siguen marcando las campañas electorales.
Según el autor del breviario, una campaña electoral debe estar orientada, primero a cimentar el apoyo decidido de los tuyos, porque los rumores que salen de la propia casa son la base de cualquier reputación, y después a ganarse la voluntad de los demás. El candidato deberá tener amigos de toda clase y condición, por prestigio, por influencia y para anexarse nuevos votos. Para asegurar su proyección, es esencial que el candidato se gane el apoyo de hábiles manejadores de votos y de los que le deban algún favor, dejando entrever que en el futuro será él quien esté en deuda con ellos; sin dejar de tener en cuenta que, el apoyo de los supuestos amigos, siempre estará lleno de simulación, falsedad y traición.
Quinto Tulio se mostraba convencido de que, la popularidad de un candidato siempre estará ligada al modo de conducirse ante las masas e implica cualidades como memoria para los nombres, amabilidad y presencia en la calle, publicidad y buena imagen política. La norma del candidato será que, si accede a lo que se le pide, debe dar la impresión de que se empeñará con todas sus fuerzas en cumplirlo; pero si debe decir que no, un político avezado nunca se negará de manera rotunda. Así nunca quedará mal con nadie y podrá centrar su campaña en demostrar que él es el idóneo para el cargo. Con la recomendación de no olvidar los nombres, siempre recuerdo lo consejos que me daba el expresidente de Fedecámaras Vicente Brito, cuando yo andaba en campañas empresariales: “nunca olvide o cambie el nombre de un dirigente porque si lo hace, ese voto no lo conquistará jamás”, me decía.
Marco Tulio Cicerón recibió estas recomendaciones de su hermano menor cuando preparaba su campaña electoral para optar al cargo de Cónsul Romano. Con la llegada de julio y las urnas electorales –por aquel entonces el voto ya era secreto- y con un pragmatismo a veces cínico, Quinto Tulio exploró el arte de convencer y lo reunió de forma diabólica en un pequeño frasco, como el más caro de los perfumes. Con estos consejos electorales, Marco Tulio logró la unanimidad de las centurias y superó a sus rivales: Gayo Antonio Híbrida y Lucio Sergio Catilina, convirtiéndose en uno de los hombres más poderosos de Roma.
Por lo extenso de este artículo, he decidido dividirlo en dos entregas. En la segunda de ellas, trataré, con mayor énfasis, el contenido de este interesante instrumento electoral.
*Coordinador Nacional del Movimiento político GENTE
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