La tiranía cubana ya no fascina
Los sucesos del 11 de julio en Cuba han inspirado centenares de artículos que describen las condiciones de miseria y hastío en las que vive el pueblo de esa isla. El hambre, la ausencia de empleo, la caída de los ingresos debido a la reducción de las remesas provenientes de Estados Unidos y la merma del turismo, el deterioro de los servicios públicos, la imposibilidad de que los jóvenes cuenten con un futuro promisorio y el ambiente opresivo generalizado por la inexistencia de organizaciones políticas autónomas y medios de comunicación independientes, aparecen señaladas entre las razones de las protestas que se registraron ese día. Esa jornada fue precedida por los reclamos del Movimiento San Isidro y por la acogida popular que tuvo la canción Patria y Vida, convertida en himno de la resistencia y deseos de libertad.
Yo estaba sorprendido de que esa manifestación de hartazgo y rabia no se hubiese producido mucho antes. La mansedumbre de ese país durante décadas no tiene antecedentes en América Latina, continente que ha padecido caudillos despiadados, pero donde también se han desatado revueltas populares que han terminado por desplazar del poder a los gamonales.
La pasividad de la isla antillana me llamaba la atención porque desborda el terreno político e incursiona en el campo de las teorías que explican la conducta humana y el comportamiento colectivo. Durante los sesenta y tantos años que ha gobernado el tándem integrado por los hermanos Castro, en países con regímenes autoritarios, incompetentes y corruptos como ese, se produjeron cambios radicales. Un rápido paneo muestra que ocurrió la Primavera de Praga, a finales de los años sesenta; los alemanes del Este tumbaron a mandarriazos el Muro de Berlín; colapsó la Unión Soviética; se derrumbaron los países comunistas de Europa oriental, entre ellos Albania, el más comunista de todos. Se formó Solidaridad en Polonia y al final su líder, Lech Walesa, alcanzó la presidencia de la República. Se produjo la Primavera Árabe que arrastró a déspotas como Muamar Gadafi, quien parecía indestronable. China, Vietnam, Camboya y Laos vivieron reformas económicas importantes, aunque permanecieron sometidas al verticalismo de los partidos comunistas, bloques que no se han fracturado. En el campo de las naciones con regímenes de ‘derecha’, Franco murió, dando paso a un proceso de transición hacia la democracia considerado ejemplar. Pinochet abandonó La Moneda sin que hubiese ningún trauma. En Taiwán y Corea del Sur la democracia fue consolidándose.
Todos estos procesos, y muchos más, ocurrieron en el globo terrestre sin que en Cuba se produjese ningún giro, ni siquiera minúsculo, en su petrificado sistema político, social y económico. Fidel Castro y el Partido Comunista Cubano terminaron siendo la expresión más conservadora, despótica e inepta del planeta. Solo comparable con el demencial régimen de la dinastía Kim en Corea del Norte. Sin embargo, por una patología asociada con la fascinación que ejercen algunos líderes carismáticos, ante Fidel Castro buena parte de los políticos e intelectuales del mundo se rendían. Los consideraban un héroe y un símbolo de la lucha por la dignidad de los pueblos, a pesar de los miles de opositores y gente inocente que mandó fusilar sin juicios ni tribuales independientes, y luego de prohibir las organizaciones políticas opositoras, acabar con la libertad de expresión, nombrar una Asamblea Nacional monocolor y desterrar para siempre el Estado de Derecho y las elecciones competitivas y libres.
Los Castro y el PCC han cometido todos los excesos inimaginables. Fidel designó a Raúl como sucesor; y este al anodino Miguel Díaz-Canel, como si de una monarquía hereditaria se tratase. ¡Comunismo monárquico!
Esa tiranía, que ha contado con el favor y la tolerancia de gran parte de gobernantes demócratas y personalidades del mundo, se ha afincado en ese respaldo inmerecido para bloquear cualquier transformación que recupere la libertad, la autodeterminación del pueblo, la democracia y la estructura propia de una república.
Lo que ha perjudicado más a Cuba no es el embargo norteamericano, sino la ingeniería social y el modelo colectivista, con planificación central, partido único y Estado totalitario, impuesto por Fidel Castro hace más de seis décadas. En la isla antillana fracasó, una vez más, la eliminación de la propiedad privada, el cerco a la iniciativa particular, la confiscación del poder de los ciudadanos por parte de la burocracia del PCC, la desaparición de la autonomía del Poder Judicial y del Poder Legislativo, la centralización, la conversión del sistema educativo en una máquina para ideologizar y fanatizar la población, Encalló de nuevo el Estado totalitario asociado con el comunismo. Este naufragio nada tiene que ver con la libre determinación del pueblo cubano ni con el embargo. A la isla se le impuso el comunismo por decreto. Hace pocos meses la rígida burocracia oficial reafirmó que Cuba es ‘irrevocablemente socialista’, sin que los ciudadanos decidieran en comicios transparentes y libres si quería seguir hundiéndose en la ruina.
Contra esa dictadura indolente, corrompida y reaccionaria fue que se levantaron los cubanos, exigiendo que los dejen vivir con dignidad y libertad.
Quisiera ser optimista ante el futuro de esas exigencias, pero no veo que el tejido político y social de la isla dé para mantener la presión. Tampoco observo a los factores internacionales dispuestos a brindar el respaldo que la resistencia interna requiere. La purga en todos los niveles de la nación ya comenzó. Espero equivocarme para poder gritar pronto ¡Viva Cuba Libre!
@trinomarquezc