República o tiranía
Para quienes gobiernan en dictaduras los procesos electorales no son prioritarios y si en algún momento los conceden, no dan garantías para que puedan salir victoriosos sus opositores. Cuando los legisladores aprendan lo que es la ley entonces entenderán lo que es la república. El escritor ecuatoriano Juan Montalvo definió la republica de esta manera: “Es el gobierno de todos por todos. La república pura, donde la virtud reina; donde todos son ciudadanos y toman parte en los asuntos del Estado, libre, soberana, generosamente; donde el pueblo tiene el derecho de votar; donde los magistrados reciben la magistratura como un empleo que requiere consejos”.
La violación de la ley es un primer paso hacia la tiranía, y no debe ser aceptada, aunque el primer magistrado pronuncie palabras como estas: “juro que he salvado a la patria”. Pero, ¿qué significa salvar a la patria? ¿Qué patria pueden salvar los tiranos, si no la tienen, o no la quieren? Montalvo reflexionó acerca del despotismo en América Latina, según él, en estos países, el poder ejecutivo es siempre predominante, el legislativo es anulado o envilecido, y el judicial representa abandono y perversión. “¿Qué república es esa, en que el poder legislativo no es ni más ni menos que un apéndice del ejecutivo?”, se preguntaba.
En tiempos contemporáneos se dice que, si no puedes con el enemigo, únete a él. En los tiempos de Heródoto, setecientos años antes de Cristo, el lema en el Senado era: cuando los grupos opositores no se ponen de acuerdo en su manera de pensar para lograr la unidad es mejor dejar al dictador o Emperador en su puesto hasta que eche raíces. Este párrafo es anónimo, pero seguramente fue escrito por algún “alacrán” que pululaba cerca del poder imperial y que fue criticado por Cicerón tiempo después.
Otto von Bismarck, mejor conocido como el “Canciller de Hierro”, fue un gran estadista y político prusiano a quien se le considera una figura de las más destacadas durante la segunda mitad del siglo XIX. Una de sus frases más relevantes fue: “El político piensa en la próxima elección; el estadista, en la próxima generación”. Evidentemente, pocos políticos o gobernantes normales son capaces de trascender con sus actos a la historia de los grandes como “estadistas”, o sea gobernantes de características extraordinarias. Ese lugar está reservado para muy pocos y fue lo que le permitió a Winston Churchill afirmar, medio siglo después de Otto Bismarck: “El político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones”.
Esos gobernantes extraordinarios son verdaderos líderes, magnánimos, capaces de articular a todos los actores políticos, sociales y económicos, defendiendo sus ideas y aprovechando coyunturas históricas, económicas, sociales y otras, en beneficio del bien común, por encima de ideologías o filiaciones políticas, porque tienen la lucidez y la visión de país ante circunstancias específicas. Cuando solo piensa en las próximas elecciones, el dirigente se convierte en populista, que es lo más parecido al dictador que logra perpetuarse en el poder, después de restringir las libertades que lo llevaron a encumbrarse en lo más alto del gobierno.
A diferencia del populista, un hombre de Estado es aquel que logra hacer que el pueblo, en su conjunto, actúe colectiva y políticamente. El ejemplo paradigmático fue Licurgo, el legislador de Esparta, quien después de haberle dado una Constitución a la democracia espartana, entregó su corona al pueblo, a los ciudadanos, su legítimo dueño, quien no se la estaba pidiendo.
Los políticos electoralistas son perjudiciales para la democracia, nocivos para la paz social, enemigos de la verdad y por tanto de la libertad. Con el electoralismo como herramienta primaria y fundamental, siembran mentiras, malestar, provocación, incordio a su alrededor, y no dan solución a los problemas. En una república, la libertad del ciudadano es, la de no estar bajo más poder legislativo que el que haya sido establecido por consentimiento en el seno del Estado, ni bajo el dominio de lo que mande o prohíba ley alguna, excepto aquellas leyes que hayan sido dictadas por un poder legislativo legítimo, de acuerdo con la misión que se le haya confiado.
Coordinador nacional del Movimiento Político GENTE