¿Qué pasará con Venezuela?
El sabor amargo desemboca en la impotencia. Ver cómo la nación ahogó su futuro en la embravecidas aguas del totalitarismo, nos llena de una profunda insatisfacción. La nación, con enormes potencialidades, se dejó arrastrar por un discurso manipulador que ha sido cuchillo para su pescuezo.
La devastación de Venezuela es un hecho inocultable que se ha proyectado en este proceso político fraudulento. Una verdadera peste para quienes padecen los coletazos ardientes del socialismo.
La gestión que inició Hugo Chávez, que cohabitó Nicolás Maduro, es el periodo de mayor calamidad vivido por los venezolanos. No solo es el ataque contra cualquier expresión democrática, sino el colosal desfalco en contra de las arcas públicas, una elite forajida coloca su impronta en las valijas del botín, el arrebato de sus ansias de poder son parte esencial de sus torcidos procederes. No existe estamento del Estado nacional que no esté contaminado de la funesta experiencia revolucionaria. Es incalculable el daño que han hecho a los venezolanos.
¿Qué pasará con la nación? Es una pregunta que nos hacemos al ver que cada día decaemos como República. Un pueblo cundido de necesidades resiste al pregón de un grito desgarrador que anuncia desigualdad. La pobreza se hizo extrema en la pulverización de las oportunidades. La propiedad privada es la réplica de empresas secuestradas por mafias gubernamentales que terminaron por exprimirlas hasta matarlas. La realidad agrícola es el claro espejo de tierra arrasada. Campesinos sin oportunidades crediticias que los hagan fortalecer la producción. Somos cada día más pobres. Con mayores índices de indigencia que muchos países del planeta. La crudeza de nuestra realidad es algo que no se puede desconocer. Vivimos tiempos sombríos en donde los pasos del pueblo están secuestrados.
Años tumultuosos que han comprobado la inviabilidad de un proyecto político primitivo. El totalitarismo jamás podrá mostrar ejecutorias exitosas. Al final quedará el carapacho del país tirado en el fondo del barranco. Queda en nosotros cambiar nuestra realidad. Un liderazgo democrático que esté a la altura de la gente. Que hable el lenguaje del pueblo, que sienta de verdad su dolor. Ojalá no quede flotando la suerte Venezuela, en las fétidas aguas de un régimen retrógrado.
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