Más sobre el pretorianismo
Luego de la publicación de mi anterior artículo sobre el pretorianismo y la antinomia del poder civil-poder militar en nuestro país, el historiador y politólogo Hernán Castillo tuvo la gentileza de visitarme en mi casa para obsequiarme un ejemplar de su libro titulado “Militares, control civil y pretorianismo en Venezuela”. Haré una breve glosa de algunos aspectos de su contenido.
Se trata, como él mismo lo declara, de una investigación que “aspira a ser un aporte en el esfuerzo de comprensión del tema de las relaciones civiles y militares y la seguridad y defensa estratégica del Estado venezolano” entre los diez años que van de 1959 a 1969. Luego de asentar que “en las sociedades democráticas las Fuerzas Armadas deben estar subordinadas al control civil” y que “al igual que a la sociedad civil no le corresponde la defensa militar del Estado tampoco a los militares les corresponde la dirección del Estado”, manifiesta que “cuando éstos (los militares) de alguna manera ejercen algún tipo de papel en el Estado, por más irrelevante que este pueda ser, en campos distintos a las operaciones de la defensa militar, esas expresiones deben ser controladas, dirigidas, y canalizadas institucionalmente para que no se conviertan y transformen en usurpación de roles civiles que no les corresponden a los militares”.
A su juicio, para “comprender mejor” las relaciones civiles y militares entre 1959 y 1969, el análisis no puede obviar lo que representó la dictadura militar que cesó el 23 de enero de 1958, ni lo que significó la subversión armada extremista, ni tampoco el apoyo que la revolución cubana de Fidel Castro ofreció a la insurgencia del PCV y el MIR contra los gobiernos constitucionales. De allí que el “tipo” de relaciones entre civiles y militares establecido, no sólo en el período estudiado (1959-1969), sino en todo el período 1958-1998 –“que ha sido el lapso más largo de paz que han vivido los venezolanos desde que se estableció la República”- está “encuadrado” en el marco de esos factores y del modelo político y económico aplicado en su conjunto.
Castillo centra su estudio en los debates parlamentarios y en si éstos influyeron o no en el control civil sobre los militares en la etapa 1959-1969, y considera que “a pesar de las escasas facultades legales que tenía el Parlamento en materia de seguridad y defensa, específicamente en materia militar, políticamente sí jugó un papel decisivo al darle un apoyo incondicional al Ejecutivo en sus acciones contra la subversión”.
Para el autor del libro que comentamos, “pudiéramos calificar las conspiraciones militares como residuos pretorianos del ejército perezjimenista” y que “se estima que durante el gobierno de Betancourt (1959-1964) ocurrieron alrededor de unas treinta conspiraciones”. Castillo precisa certeramente el despliegue cronológico de esas conspiraciones.
Permítaseme una cita, un tanto extensa, de su relato: “Entre las que figura, en estos primeros años, como una de las más importantes, el alzamiento de la Guarnición del Estado Táchira, comandado por Castro León, ex-Ministro de la Defensa de la Junta de Gobierno, el 23 de abril de 1958. En los años siguientes, el pretorianismo de la Armada surgió dentro del conjunto de la institución militar como el más agresivo y violento contra la democracia puesto que se aliaron con los comunistas excluidos del Pacto de Punto Fijo. En efecto, cuando los miembros del Partido Comunista de Venezuela (PCV) y los del Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR) se iban deslizando gradualmente hacia la ilegalidad de sus actividades políticas y se iban involucrando, poco a poco, en la violencia guerrillera buscaron relacionarse con aquellos militares que de alguna forma presentaran algún descontento con el gobierno. Así pues, en marzo de 1961 durante la realización de su III Congreso, el PCV decidió salirse abiertamente de la constitucionalidad. En este contexto sucedieron, primero, en mayo, el alzamiento de la base naval de Carúpano (1962) y, luego, en junio, Puerto Cabello (1962). Alzamientos que constituyeron el momento más álgido de la confrontación militar entre la democracia y los insurgentes. Y posteriormente en julio (1962) se funda el Frente Armado para la Liberación Nacional (FALN), con acciones guerrilleras urbanas y rurales, bajo la jefatura militar del capitán de navío Manuel Ponte Rodríguez. Y luego el brazo político el Frente de Liberación Nacional el FLN”.
Una observación importante hace Castillo: “Por su parte, Betancourt aprovechó el fracaso de los distintos alzamientos para gradualmente ir depurando y purgando a la institución armada de los enemigos del proyecto democrático”.
A este respecto, me permito recordar que en 1964, en la ciudad de Nápoles, en una entrevista en la que participábamos Luis Beltrán Prieto, Reinaldo Leandro Mora y quien escribe estas líneas, el ex-Presidente Betancourt nos dijo, palabras más palabras menos, que “algunos me pedían que expulsara de las FAN de una vez a los jefes militares conspiradores, pero si yo hacía eso, no se habría terminado de secar la tinta de la firma de esa resolución cuando se produciría una rebelión militar de gran magnitud; por eso, hice lo que hice: ir valiéndome de los estallidos golpistas para poner fuera de las FAN a los oficiales agarrados con las manos en la masa”.
La anécdota confirma la apreciación de Castillo, quien apunta que “la forma como Betancourt controló personalmente, o mejor dicho el ‘estilo Betancourt’ de control sobre los militares, históricamente funcionó y fue útil para esa coyuntura en particular”.
Otra reflexión atinada de Castillo es que “la lucha armada contra la guerrilla permitió, por una parte, crear una amplia área de intereses políticos comunes entre el sector civil y la institución castrense para enfrentar militarmente esta amenaza; y por otra parte permitió comenzar un proceso de supremacía del sector institucionalista sobre los pretorianos”.
Efectivamente, la gran mayoría de los militares se percató de que el triunfo de la guerrilla no sólo implicaba el derrocamiento del gobierno, sino que, viéndose en el espejo cubano, arrastraría también la desaparición de la FAN; por eso, más allá de que hubiese o no simpatía, rodearon con su apoyo a los presidentes Betancourt y Leoni. Esta es también la opinión de muchos historiadores y conocedores del tema militar, como por ejemplo, Domingo Irwin –citado por Castillo-, quien sostiene que en el lapso estudiado, “surge una comunidad de intereses entre el gobierno de los partidos políticos reformistas y los militares al enfrentarse a un enemigo común: la guerrilla de orientación marxista leninista apoyada logísticamente desde Cuba gobernada por Fidel Castro”.
En el marco de su valioso trabajo de investigación, Hernán Castillo examina a lo largo de cuatro grandes capítulos, las relaciones civiles y militares venezolanas, los principales alzamientos militares, el allanamiento de la inmunidad y la prisión de los parlamentarios insurrectos, el atentado contra el Presidente Betancourt en la avenida Los Próceres, la reclamación de la Guayana Esequiba y el Acuerdo de Ginebra, la crisis de los cohetes nucleares en Cuba, el debate sobre la invasión estadounidense a la República Dominicana, y otros acontecimientos y temas de sonada relevancia.
En síntesis, en su obra, el autor sentencia que “la amenaza pretoriana para la democracia y la sociedad venezolana, con sus avances y repliegues, ha estado siempre presente en la evolución histórica de Venezuela, amenaza que ha impedido la consolidación definitiva de un control civil institucional sobre los militares”, y ratifica que “control civil significa esencialmente la supremacía de la sociedad civil sobre la institución militar, es decir, la erradicación de la intervención abusiva y política de los militares en la sociedad y el Estado”.
En el Olimpo del desprecio la conjura pretoriana continúa, esta vez en manos de los que actualmente detentan el poder en Venezuela.