Los cuatro tiempos de la oposición (I)
Digo que han sido cuatro los tiempos, momentos, épocas, períodos de la oposición durante estos 22 años y pico de hegemonía chavista y dos las estrategias o rutas: la democrática y la extremista. Los resultados de cada uno, en términos de fuerza, de capacidad de hegemonía, deberían ofrecernos lecciones a tener en cuenta a la hora de escoger nuevas estrategias:
1. 1999-2002: primera ruta democrática o ruta democrática imperfecta
Tomadas por sorpresa, las fuerzas derrotadas por Chávez en 1998 sufrieron un largo período de desconcierto. Tanteando el terreno, quienes habían estado en desacuerdo en el pasado y seguramente lo estarían en el futuro, se encontraron en una alianza promiscua donde convivían demócratas a conciencia y demócratas que sólo lo eran de la boca para afuera, unos intuían una peligrosa tendencia autoritaria en el nuevo régimen chavista y otros sólo defendían sus privilegios de clase ante el huracanado fenómeno popular que provocó el teniente coronel presidente.
Se escogió la calle como escenario de disputa. El estilo camorrero de Chávez impactó negativamente a la nación, acostumbrada a otro tono político (tanto que su popularidad cayó a 27 %), y buscó instintivamente el modo de expulsarlo de su cuerpo social. Con poca experiencia, la sociedad democrática se planteó lo que entonces quien suscribe definió en varias columnas de opinión como el derrocamiento civil, pacífico, democrático y nacional del gobierno (por contraste a otro que fuese militar, violento, dictatorial y tutelado desde el exterior, aunque admito autocríticamente el inconveniente equívoco del término «derrocamiento», como me lo hizo ver Teodoro Petkoff, siempre sabio, muchas veces): la consigna que encarnaba ese propósito era perfectamente constitucional (aunque políticamente prematura): la renuncia del presidente.
Hasta el 11 de Abril, puede decirse que la sociedad civil más que la sociedad política (eso que podríamos llamar la sociedad orgánica: sindicatos, gremios, empresarios, iglesia, medios de comunicación, además de los viejos partidos y, como veremos, la F.A., al menos su Alto Mando) mantuvo esta ruta democrática. Lo que no se sabía es que a su interior, fuerzas claramente oligárquicas, dictatorialistas y tuteladas por EEUU fraguaban no sólo una salida de fuerza contra Chávez, sino también contra el movimiento democrático, ese fenómeno multitudinario de calle que, con empuje de mayoría (nunca cuantificada, eso sí), pedía la renuncia del presidente.
Así se produjo la mayor movilización de masas de nuestra historia, la del 11A. Y, mediando las dolorosas muertes de lado y lado en la avenida Baralt y la avenida Urdaneta (cuya autoría principal continúa entre las sombras del misterio), finalmente se produjo la renuncia del presidente (no la rubricó, pero la redactó de su puño y letra, como fue público y notorio por aquellos días). Sostengo que aun la decisión del Alto Mando de la F.A. de desobedecer la orden de su Comandante en Jefe de aplicar el llamado Plan Ávila (mismo que se aplicó durante la masacre de febrero y marzo de 1989), formó parte de eso que llamábamos el derrocamiento civil, pacífico, democrático y nacional del gobierno.
Esa ruta democrática debió satisfacer las únicas demandas de Chávez (para rubricar el texto de la renuncia que él mismo había redactado): respetar la Constitución y permitirle salir del país con su familia. Eso habría implicado convocar a la Asamblea Nacional (adonde Luis Miquilena ofrecía suficientes diputados para hacer mayoría), órgano depositario de la soberanía popular a la par de la Presidencia de la República, para que se adoptasen las medidas conducentes a llenar el vacío de poder que se habría conformado (si Chávez firmaba su renuncia y salía del país): por ejemplo, designar como presidente encargado al vicepresidente de la república o en su defecto al presidente del parlamento o en su defecto (si los otros dos estuviesen ausentes) a su primer vicepresidente. Así se hubiese preservado la legitimidad democrática y constitucional del movimiento de calle que se había conformado, lo que era fundamental, en vez de «patearlo» con inverosímil torpeza, como se hizo de inmediato, perdiendo por mano propia esa legitimidad ganada en la calle.
2. 2002-2005: primera ruta extremista
a. El golpe:
El 12 de Abril en la madrugada se consumó el trastrocamiento de la ruta democrática en otra cosa que definiremos como primer brote o primera ruta extremista: en Fuerte Tiuna, los militares confabulados previamente con sectores muy precisos de la alta burguesía nacional y con el beneplácito imperial de los EEUU, «ofrecieron» la presidencia (como si de ellos fuese) a Pedro Carmona y éste ante los medios de comunicación anunció al país y al mundo que la había «aceptado». De esta suerte, en pocos minutos, el movimiento civil democrático de calle que se había conformado de 1999 a 2002 violentó su propia legitimidad democrática y se perdió a sí mismo. Según cuentan algunos de sus protagonistas, fue una emboscada de los sectores más conservadores y oligárquicos contra los componentes más populares del movimiento, perpetrada al momento en que Carmona, sin darle parte a sus compañeros de ruta, corrió raudo y veloz de Venevisión a no se sabía dónde.
Quien mejor definió la bufonada de la auto juramentación palaciega (yo estuve allí y puedo testimoniar cuánta razón le asistía) fue Olavarría cuando dijo que sus protagonistas eran unos empresarios que creían haber adquirido la mayoría accionaria de una empresa, y no el poder político, con toda su complejidad. Tan chambones fueron que a la mañana siguiente andaban ya por ministerios y oficinas públicas procurando la extinción del paquete de leyes sociales que Chávez y su mayoría parlamentaria habían aprobado. ¿Cómo pedirles a estos zascandiles que comprendiesen el sutil concepto de legitimidad política?
Pero antes de esta auto juramentación inconstitucional y espuria, en medio de la tormenta, Chávez decidió trasladarse al Fuerte Tiuna, donde sus informaciones le decían que todo estaba revuelto: en un anticipo de la contradicción existente hoy entre opositores demócratas y opositores extremistas, unos pedían dejarlo partir al exterior de modo que rubricara su renuncia y otros pedían juicio y cárcel para el «dictador comunista», curiosamente electo por más del 60 % de los venezolanos año y medio antes.
-Quiero mirarlos a los ojos, cuentan que dijo.
Al salir de Miraflores, uno de sus partidarios le espetó: «Nos tumbaron, comandante», a lo que él, sagaz y zamarro como era, contestó: «Todavía no nos han tumbado, camarada, todavía no nos han tumbado».
La foto que se conoció de aquel encuentro en Fuerte Tiuna en el despacho del Comandante del Ejército, muestra a un Chávez en plenitud de sus facultades, centro de la reunión, donde los generales de la conjura, disminuídos y como alelados, parecían los subalternos del teniente coronel presidente derrocado.
En fin que con Chávez preso en La Orchila, sin rubricar su renuncia, y un presidente usurpador en Miraflores, se perdió el sostén que daba legitimidad a la participación militar en el movimiento democrático de calle, hasta la desobediencia de no aplicar el Plan Ávila inclusive. De allí a la operación de rescate y restitución del presidente constitucional comandada por el general Baduel, no hubo sino un paso.
Y así, como en una sorprendente taumaturgia, los que se decían demócratas se convirtieron en golpistas y quien había protagonizado los dos alzamientos militares de 1992 contra el gobierno constitucional de entonces y a quien sus detractores llamaban autócrata y dictador, se transformó en un paladín nacional y mundial de la democracia. Cosas veredes.
La próxima semana y tal vez las dos siguientes, expondremos algunos de los pormenores de la segunda parte de esta primera ruta extremista (el paro insurreccional y la abstención 2005, con el interregno democrático que fue el revocatorio que ganó Chávez) y los otros dos momentos: la ruta democrática emprendida de 2006 a 2016 y la ruta extremista emprendida de 2016 al día de hoy.