La revolución silente que recorre América Latina
Nada nuevo tiene el triunfo del maestro Pedro Castillo en Perú. Gana por partida doble el populismo tradicional latinoamericano y apuntala los regímenes totalitarios, tanto en Nicaragua, Cuba y Venezuela.
El mal menor al que se refería Vargas Llosa, con la candidatura de Keiko Fujimori, solo iba a retardar unos años el proyecto del socialismo del siglo XXI latinoamericano. Situación que se observa en Argentina, México y Chile, donde los poderes institucionales se resisten a ser controlados por el Ejecutivo. Pero pareciera inevitable que estos tres países cedan, finalmente, a la tentación del populismo porque desde hace décadas han sido penetrados, silenciosamente, en sus áreas culturales, educativas, sociales y en la práctica de sus partidos y organizaciones políticas, a través de la tradición de ‘vida democrática’ que ejerce, bobaliconamente, cada cierto tiempo, una sucesión del poder con sus elecciones cada vez más dudosas.
Como lo ha señalado de manera dramática la doctora, Hilda Molina, neurocirujana cubana y una de las personalidades que ha vivido en carne propia la cercanía con la cruel vida del castrismo, el proyecto del poder hegemónico es una idea del líder cubano Fidel Castro que se viene desarrollando desde antes del triunfo de la revolución cubana.
El motor esencial que obra y genera adeptos al proyecto se basa en el resentimiento, el odio, el dinero y el poder. Toda una ‘ciudad del pensamiento’ para instaurar la hegemonía de la revolución de los antivalores se encuentra enclavada en la isla caribeña. En sus instalaciones se encuentran los más destacados ideólogos, estrategas y mentes brillantes, desde hace décadas, quienes definen los perfiles de los líderes que formarán parte de los grupos que desempeñarán misiones en todos los países latinoamericanos, incluso, en Europa.
La estrategia principal es la suplantación de los sistemas democráticos tradicionales, de las burguesías nacionales, usando las estrategias políticas de elecciones institucionales, para iniciar el desmantelamiento del Estado republicano y democrático.
Ocurrió en Nicaragua y también en Venezuela, donde se hace casi imposible recuperar la institucionalidad democrática porque el control del poder es hegemónico y totalitario, a tal grado que la estructura institucional militar/policial y de inteligencia, ha sido absolutamente copada y controlada desde el propio centro del real poder, que se encuentra en La Habana. A su vez, esta nación cuenta con el respaldo de Rusia, China, Irán, Siria y Corea del Norte, que actúan de manera monolítica y entre ellas se aseguran una constante asistencia. Este es parte del esquema que se está buscando implantar para el resto de los países latinoamericanos.
Porque ya no es el control de Venezuela, sola, o de Nicaragua, sola, o Bolivia, sola. Es la agrupación de estos países en un sólido bloque que llevaría a la destrucción definitiva de la cultura occidental como tal, y la instauración de la revolución de los llamados antivalores.
No es casual que el líder peruano, Pedro Castillo, sea un maestro de escuela rural. Tampoco que tenga en su plataforma como guía política las reivindicaciones de los olvidados, los desclasados, los apartados, es decir; el accionar del odio de clase, el resentimiento social oculto y las ansías de poder y uso del dinero como reclamo para implantar la llamada ‘justicia social’. Veremos, dolorosamente, en los venideros meses, cómo en este país, como ocurrió en Venezuela o Nicaragua, se desencadenará el desmantelamiento progresivo de sus instituciones y la improductividad de sus industrias, con el inevitable empobrecimiento de su población.
En algunos artículos hemos venido escribiendo sobre este asunto de la ‘revolución silente’ que se inició en los años 60. Al comienzo se creía que imitando la lucha armada cubana era factible la toma del poder. Sin embargo, las sucesivas derrotas de los grupos castristas junto con los movimientos nacionalistas, llevaron a la derrota, no solo en América Latina, también en África y el Medio Oriente. El cambio de estrategia, que requería de tiempo y formación de líderes, representa, hoy, una evidente victoria de esa estrategia que tiene como centro de pensamiento a Cuba y sus referentes teóricos internacionales, en el Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla.
No. Esto que escribimos no son ‘teorías conspirativas’ ni tampoco ideas al garete de pensamiento derechista. Es una realidad que cada día cobra más sentido y coherencia en la medida que se van cumpliendo los postulados que fueron discutidos en múltiples foros, encuentros, escritos, libros y documentos, la mayoría de ellos, insertos por sus protagonistas en los medios impresos y las redes sociales.
Creo que la única posibilidad de revertir este avance de la revolución silente y de los anti valores es facilitar a las sociedades y gobiernos democráticos occidentales, proyectos que permitan a los grupos sociales y las inmensas áreas poblacionales desasistidas del continente americano, el acceso a la educación en valores (el desarrollo del pensamiento complejo), la asistencia sociosanitaria, alimentaria y de empleos. Superar la marginalidad mental y el empobrecimiento de millones de seres humanos, será la única posibilidad de evitar el avance del odio y del resentimiento social, llamado socialismo del siglo XXI.
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