Implantación y alternancias del pretorianismo

Opinión | junio 18, 2021 | 6:20 am.

Se entiende por Estado pretoriano aquel en que el poder militar tiene una presencia y una influencia decisiva en la actuación del poder público, con la subordinación del poder civil al poder militar. Guillermo Cabanellas, en su “Diccionario de Derecho Usual”, define el pretorianismo de este modo: “Influencia excesiva de los militares en la política o el gobierno del Estado. El término procede de la frecuencia con que la guardia pretoriana de la antigua Roma, valiéndose de su fuerza, de fraudes, presiones o venalidades, ejercía el poder e inclusive designaba a los que habían de ejercerlo” (1).

Si bien es cierto que tras la disolución de la Gran Colombia y el restablecimiento de la República, el Presidente constitucional General José Antonio Páez -elegido como tal por el Congreso de la República para el período 1831-1835- había manifestado la voluntad de que su espada y su lanza estarían subordinadas a la “más respetuosa obediencia a las decisiones de la ley”, también es cierto que, para el segundo período presidencial (1835-1839), la candidatura y la elección del civil doctor José María Vargas reflejaban y tenían un carácter antimilitarista dada la circunstancia de que muchos de los jefes que habían participado en la gesta emancipadora –todos activos en sus rangos militares- creían que les correspondía seguir dirigiendo los destinos del país. Paralelamente, como lo señala José Gil Fortoul, “en 1834 temían los militares que la República se convirtiera para siempre en una organización puramente civil, perdiendo ellos de ese modo el derecho de dirigirla que creían haber adquirido en las guerras de Independencia” (2).

La antimomia del poder civil-poder militar, que con brillo poético analiza Andrés Eloy Blanco en su libro “Vargas, el Albacea de la Angustia”, es, sin duda, el detonante del estallido del golpe de Estado del 8 de julio de 1835 –la llamada “Revolución de las Reformas” por sus propios impulsores- contra el Presidente Vargas, quien había asumido el cargo el 9 de febrero de ese año, pasando a ser el primer Presidente civil de nuestra historia republicana.

José Antonio Páez relata en su Autobiografía: “Repetidas veces había el doctor Vargas manifestado deseos de retirar su candidatura a la Presidencia; pero tan vivas eran las instancias de los que querían ver en este puesto a un ciudadano que representara el poder civil, y con tantas razones acudieron a su patriotismo para que no se retirara de la contienda eleccionaria, que al fin hubo de ceder, resignándose a sacrificar el reposo y tranquilidad que hasta entonces había disfrutado, a los lances de la vida política, tan mal avenida con las pacíficas ocupaciones que formaban sus delicias… Gran alborozo produjo en el pueblo el triunfo de Vargas, y nadie entonces hubiera presentido que aquella elección habría de tomarse como motivo para encender los horrores de la guerra civil” (3).

El golpe contra Vargas echó a tierra la semilla del pretorianismo en la Venezuela post-independentista. La irrupción del elemento militar en el escenario venezolano mediante el golpe de Estado; el ejercicio directo del poder; las presiones o el tutelaje político ha sido una constante a lo largo de nuestra historia republicana. A este respecto, el ex-Presidente Rafael Caldera recuerda “que en ciento quince años, desde 1830 hasta 1945, no llegamos a tener ocho años de gobierno civil, sumando a Vargas, a Narvarte, a Tovar, a Gual, a Rojas Paúl y Andueza, porque el general-presidente parecía una necesidad inevitable en el país de acuerdo con la tesis del gendarme necesario”. (4).

El historiador Augusto Mijares apunta que la separación de Vargas “no significó el predominio pretoriano y brutal reclamado por los Reformistas, pero sí el predominio impreciso, y por eso más temible, basado en la convicción de que únicamente al amparo del caudillo se podía gobernar en Venezuela” (5).

Después de la muerte de Juan Vicente Gómez en 1935, con los gobiernos del General Eleazar López Contreras y del General Isaías Medina Angarita, a pesar de estar presididos por dos jefes militares, disminuyó ostensiblemente la impronta pretoriana; pero ésta cobró de nuevo su siniestro esplendor con el derrocamiento del gobierno de Rómulo Gallegos, y fue derrotada varias veces cuando resurgió contra el gobierno constitucional de Rómulo Betancourt. El pretorianismo volvió con el régimen del fallecido teniente-coronel Hugo Chávez Frías y actualmente está “vivo y coleando”, como se dice coloquialmente, con su causahabiente Nicolás Maduro, quien es un simple mascarón de proa civil.

Las reseñadas alternancias del poder civil y el poder militar en la historia de Venezuela, al igual que en otro países, nos confirma una vez más que la historia de los pueblos nunca se ha escrito en forma lineal, sino en zigzag, con caídas y regresos, con retrocesos y avances.

Notas

1-Guillermo Cabanellas. “Diccionario de Derecho Usual”. Buenos Aires. 1962. Tomo III. Pág. 376.

2-José Gil Fortoul. “Historia Constitucional de Venezuela”. Ediciones Sales. Caracas. 1964. Tomo Segundo. Pág. 196.

3-José Antonio Páez. Autobiografía. Tomo II. Pág. 195.

4-Rafael Caldera. “La Venezuela Civil, constructores de la democracia”. 1ª edición. Cyngular. 2011. Pág. 63.

5-Augusto Mijares. “La Evolución Política de Venezuela 1810-1860”. Venezuela Independiente. Fundación Eugenio Mendoza, Caracas, 1962. Pág. 90.